El tiempo de la resignación y el silencio ha concluido

jueves, 23 de julio de 2009

Durante siglos la gente ha permanecido ausente de los escenarios del poder. Poder masculino –hoy la toma de decisiones por parte de la mujer no alcanza el 8%- acostumbrado a disponer de la vida de sus vasallos como un supuesto indiscutible. Resignados, silenciados, se les ha convocado, en el mejor de los casos, a comicios electorales. Está muy bien: soy un gran partidario –quizás por haberlo soñado tantos años- de votar siempre. Pero no basta con ser contados de vez en cuando. La democracia –lo he escrito y dicho muchas veces- consiste en contar, en ser tenido en cuenta, no sólo en ser contado.

La historia de la humanidad es una historia de sumisión, de aplicación sin paliativos del perverso refrán que dice “si quieres la paz prepara la guerra” que, lógicamente, ha originado esta retahíla interminable de batallas, confrontaciones, conflictos. La historia de la humanidad es una historia ensangrentada, llena de héroes, mártires, soldados desconocidos, madres y familias enlutadas…

Al término de las dos grandes guerras del siglo XX, se pretendió unir a las naciones en favor de la paz, del diálogo, de la solución pacífica de los conflictos. Pero lo impidieron los grandes consorcios fabricantes de armamento. Y la inercia de las clases dirigentes, para las que la gente sólo formaba parte del poder como brazo armado y no como destinatario y beneficiario de sus esfuerzos. Y, presa del miedo, la ciudadanía callaba y contemplaba los acontecimientos como algo ineluctable.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, basada en la igual dignidad de todos, viene a “liberar a la humanidad del temor y la miseria”. Todos “libres e iguales… comportándose entre sí fraternalmente”. Era necesario com-partir, atreverse a cambiar, a llevar a efecto la gran transición desde súbditos a ciudadanos, de espectadores a actores, de una cultura de fuerza e imposición a una cultura de diálogo y conciliación.

Para ello son precisos dos supuestos: conocer la realidad para poder transformarla y atreverse, pacíficamente, a alzar la voz, a hacerse oír, a forzar la escucha.

Como escribí hace algún tiempo, “al contemplar la Tierra en su conjunto, nos damos cuenta de la grave irresponsabilidad que supuso transferir al mercado los deberes políticos que, guiados por ideales y principios éticos, podrían conducir a la gobernanza democrática. Al observar la degradación del medio ambiente –del aire, del mar, del suelo-; la uniformización progresiva de las culturas, cuya diversidad es nuestra riqueza (estar unidos por unos valores universales es nuestra fuerza); la erosión de muchos aspectos relevantes del escenario democrático que con denodados esfuerzos construimos… Parece inadmisible la ausencia de reacción de instituciones y personas, la resignación, el distraimiento de tantos”.

El silencio de los silenciados es disculpable. El de los silenciosos, no lo es. Es urgente, aprovechando la reacción emotiva de la crisis, hacerse oír tanto a escala personal como, sobre todo, institucional. La comunidad científica, académica, intelectual, creadora… no puede seguir atónita, perpleja, silente. Tiene que estar junto al poder –gobiernos, parlamentos…- y ayudar a construir el mundo democrático que a escala nacional, regional y mundial anhelamos.

Que nadie que sepa sigua callado. “La voz / que pudo ser remedio / por miedo / no fue nada…” O todavía peor: “será la muerte / de nuevo / el precio del silencio / y de la indiferencia”.

G-7 -> G-8 -> G-13 -> G-20 ->… ¡G-192!

martes, 14 de julio de 2009



Una vez más, en contra de lo que era aconsejable actualmente, aprovechando la “tensión humana” provocada por las crisis, se ha reunido el G-8 –la plutocracia- en lugar de reforzar la “democracia”, las Naciones Unidas. Se han tomado una serie de decisiones encomiables sobre medio ambiente, erradicación de la pobreza y África, pero es difícil creer que, careciendo de mecanismos y servicios de seguimiento, se rompa de una vez la inacabable serie de promesas incumplidas.

Sólo unas Naciones Unidas arropadas por todos los Estados, con representación de la sociedad civil –como la Carta establece- podría enderezar tantos entuertos. Desde hace muchas décadas la cooperación y las ayudas se tornaron en explotación y préstamos… y los corruptores se afanaron en poner de manifiesto a los corruptos. Hace doce años, en una reunión sobre desarrollo en los países subsaharianos pregunté: ¿A quién pertenece África?.

A pesar de que en L’Aquila ha habido buenos ejemplos –que valen más que cien sermones- como el del Gobierno español, es muy difícil, insisto, imaginar que, ahora precisamente, haya propósito de enmienda y los países más ricos de la Tierra cumplan su compromiso con los más necesitados. Porque casi todo sigue igual: se escuchan atentamente las previsiones y augurios del Fondo Monetario Internacional (FMI), una organización que durante décadas ha estado al servicio de los más poderosos y ha sido incapaz de evitar o paliar el desastre que se avecinaba. Lo mismo en el caso del Banco Mundial (BM). ¡Qué cansancio de dedo índice levantado y miradas de sombrías previsiones cuando durante años no supieron preveer las catástrofes hacia las que nos encaminábamos! Desoyeron las voces que decían que era insensato saltar de “burbuja” en “burbuja” (comunicaciones, inmobiliaria…) y mantener unas inversiones en armamento propio de confrontaciones convencionales que ya no se justificaban por la nueva naturaleza de los enfrentamientos. Estas organizaciones, obedientes a sus amos, deben volver a las misiones que se les encomendaron en Bretton Woods en 1944.

Y la Organización Mundial del Comercio (OMC) tiene que situarse decididamente –junto a las dos organizaciones mencionadas- en el ámbito de las Naciones Unidas, de todas las naciones y no sólo de unas cuantas que carecen de fiabilidad.

Si no se adoptan rápidas medidas para el restablecimiento (establecimiento) de un eficaz sistema multilateral, me temo que 2009 será, como lo fue 1989, una nueva ocasión perdida. Y tendremos más de lo mismo. Y no habrá justicia social ni lucha eficaz contra la pobreza, ni energías renovables, ni producción de alimentos y de agua…

Pero la paciencia de los africanos no es infinita. ¿Recuerdan las promesas del G-8 en Gleneagles en julio de 2005? En 2008, el G-8 prometió 12.000 millones de dólares, de los que ha llegado a su destino menos del 10%. Se ha “rescatado” a las instituciones financieras con fondos que no parecían existir para quienes se mueren de hambre todos los días… al tiempo que las inversiones militares no cesan de incrementarse. También la paciencia de los ciudadanos está, por fortuna, acabándose. Y, además, tienen ahora una forma pacífica y masiva de expresar sus disentimientos y propuestas. Que ya no esperen que los ciudadanos se muevan y motiven exclusivamente a golpe de timón mediático. Cada vez serán más lo que no seguirán siendo testigos sumisos y obedientes de tantos dislates. En poco tiempo, serán muchísimos los que pensarán en la suerte inmerecida e inadmisible de tantas personas en el mundo. Quienes tienen comida, agua, luz… pensarán en los miles de millones que carecen de todo. Y reclamarán otra gobernanza mundial. Y exigirán que no sean unos cuantos líderes que representan el dinero sino todos los líderes que representan a todos los pueblos quienes hagan frente a los grandes desafíos de nuestro destino común.

Naciones Unidas, sí. G-8, no.

lunes, 6 de julio de 2009

El Golpe de Estado de Honduras se habría resuelto rápidamente con unas Naciones Unidas fuertes, capaces de cumplir rápida y eficazmente la misión que les encomienda la Carta. Y no habrían tenido lugar el drama de Darfur, ni las invasiones de Kosovo e Irak, ni la situación inhumana desde hace varios años en la Somalia de los “señores de la guerra”, ni los genocidios de Ruanda o Cambodia,… por poner sólo algunos ejemplos de acontecimientos que no habrían tenido lugar o se habrían resuelto por la Organización Mundial que, en nombre de “los pueblos” del mundo tiene el encargo de “evitar el horror de la guerra”.

Pero pronto los Estados más poderosos cambiaron las ayudas por préstamos, la cooperación por explotación, los principios democráticos –tan bien establecidos en la Constitución de la UNESCO- por las leyes del mercado, la justicia a escala global que sólo podía impartir una institución “democrática” por la discrecionalidad de un grupo de “plutócratas”, de los más ricos, que fueron 7 al principio, luego 8, ó 20… ¿Qué más da?. Fueron ellos los grandes impulsores de la “globalización”, de la “economía de mercado” (en el mes de mayo de 1996, en el apogeo globalizador llegó a pensarse en la conveniencia de establecer la “democracia de mercado” y la “sociedad de mercado”!), de la privatización a ultranza, transfiriendo a grandes corporaciones multinacionales no sólo recursos sino, lo que es especialmente grave, responsabilidades políticas. Y utilizaron el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) (“de la reconstrucción y el desarrollo”, hay que recordarlo a los olvidadizos) como simples instrumentos de sus ambiciones. Todavía hicieron más para debilitar a las Naciones Unidas: situaron a la Organización Mundial del Comercio (OMC) directamente fuera de su ámbito…

El fracaso del sistema que promovían ha sido estruendoso, como lo acreditan las múltiples crisis –financiera, medio ambiental, alimenticia, democrática, ética- que vivimos, y debidas, en palabras del Presidente Obama, a su “codicia e irresponsabilidad”.

No se trata ahora de unos cuantos cambios –como el “rescate” de los mismos que condujeron a la crisis –si no de un cambio de época, como he escrito hace unos días. Se trata de disolver los “grupos” de los más prósperos y fortalecer la Organización de todos los pueblos. De renovar las funciones originales del FMI y BM, de situar la OMC en el seno de las Naciones Unidas, con una Asamblea General integrada por Estados, pero también con representantes de la sociedad civil (como sucede en la OIT, Organización Internacional del Trabajo, “reliquia” de la Sociedad de Naciones creada por el Presidente Woodrow Wilson).

Se trata de sustituir una economía de guerra (3.000 millones de dólares al día en armas, al tiempo que mueren de hambre cada día más de 60.000 personas…) por una economía de desarrollo global, para lograr que todos “sean” -lo contrario del G.8- es la mejor manera de construir la paz.