Cultura de paz. Ha llegado el momento

lunes, 26 de octubre de 2009

Ha llegado el momento. La cultura de guerra, la economía de guerra, el dominio hegemónico de los globalizadores ha fracasado estrepitosamente, a qué precio de sufrimientos, hambre, pobreza extrema, desgarros sociales… Es preciso un nuevo comienzo, coincidiendo con el nuevo siglo y milenio.


Desde siempre han predominado la fuerza y la imposición, la violencia y la confrontación bélica, hasta el punto de que la historia parece reducirse a una sucesión inacabable de batallas y conflictos en los que la paz es un pausa, el intermedio. Y así un siglo y otro siglo, con fugaces intentos de emancipación.


Educada para el ejercicio de la fuerza, acostumbrada a acatar la ley del más poderoso, más entrenada en el uso del músculo que de la mente, la humanidad se ha visto arrastrada a las más sangrientas confrontaciones. En lugar de fraternidad, enemistad. El prójimo, próximo o distante, no ha aparecido como hermano con quien compartimos un destino común, sino como el adversario, como el enemigo al que debemos aniquilar. Y así, una cadena interminable de enfrentamientos, de ataques y represalias, de vencedores y vencidos, de rencores y animadversión, de violencia física y espiritual, jalonan nuestro pasado.


Hay, por fortuna, una historia paralela invisible, cuyos eslabones han sido forjados día a día por el desprendimiento, la generosidad, la creatividad que son distintivas de la especie humana. Es una densa urdimbre, incomparable, e intransitoria, porque está hecha con el esfuerzo de muchas vidas, tenazmente dedicadas a construir, como quehacer cotidiano principal, los baluartes de la paz.


"No hay caminos para la paz; la paz es el camino", nos recordó el Mahatma Ghandi. Un camino guiado por principios y valores. Por la justicia en primer lugar. La paz es, a la vez, condición y resultado, semilla y fruto. Es necesario identificar las causas de los conflictos para poder prevenirlos. Evitar es la mayor victoria.


La Unesco, organización del Sistema de las Naciones Unidas a la que se encomienda explícitamente la tarea de construir la paz mediante la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación, recuerda en el preámbulo de su Constitución que son los "principios democráticos" de la justicia, libertad, igualdad y solidaridad los que deben iluminar esta gran transición desde una cultura de violencia y guerra a una cultura de diálogo y conciliación. Fue desde la Unesco donde se inició el gran programa, en la década de los noventa Hacia una cultura de paz.


La Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, aprobada en el mes de septiembre de 1999, establece que la cultura de paz es un conjunto de valores, actitudes y comportamientos que reflejan el respeto a la vida, al ser humano y a su dignidad. En el Plan de Acción se contienen las medidas de índole educativa, de género, de desarrollo, de libertad de expresión… que deben ponerse en práctica para la gran transición de la fuerza a la palabra: fomentar la educación para la paz, los derechos humanos y la democracia, la tolerancia y la comprensión mutua nacional e internacional; luchar contra toda forma de discriminación; promover los principios y las prácticas democráticas en todos los ámbitos de la sociedad, combatir la pobreza y lograr un desarrollo endógeno y sostenible que beneficie a todos y que proporcione a cada persona un marco de vida digno; y movilizar a la sociedad con el fin de forjar en los jóvenes el deseo ferviente de buscar nuevas formas de convivencia basadas en la conciliación, la generosidad y la tolerancia, así como el rechazo a toda forma de opresión y violencia, la justa distribución de la riqueza, el libre flujo informativo y los conocimientos compartidos.


En el Manifiesto 2000 -Año Internacional para una Cultura de Paz- suscrito por más de 110 millones de personas de todo el mundo, se establece "el compromiso, en mi vida cotidiana, en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad, en mi país, en mi región a: respetar todas las vidas; rechazar la violencia; liberar mi generosidad; escuchar para comprenderse; preservar el planeta; y reinventar la solidaridad". De esto se trata, de involucrarnos, de implicarnos personalmente en este proceso que puede conducir, en pocos años, a esclarecer los horizontes hoy tan sombríos y permitir la convivencia pacífica de todos los habitantes de la tierra.


Son ya muchos los países, regiones, municipios que han incorporado la cultura de paz a sus Constituciones o Estatutos. Es muy importante que esta inclusión se vaya generalizando, pero es más importante todavía la conciencia popular de que ha llegado el momento de no aceptar más la imposición y la obediencia ciega al poder, porque los ciudadanos están dejando de ser súbditos, están dejando de ser espectadores para ser actores, están abandonando el silencio y el miedo para dejar de ser vasallos y convertirse en agentes de paz.


Hoy, la participación no presencial -a través de la telefonía móvil por el SMS, o por internet…- permite ya un cambio radical en lo que constituye el fundamento de toda democracia, la consulta popular.


En estos diez años se han llevado a cabo muchas cosas. Pero la inercia de los intereses creados, la resistencia de los más prósperos a compartir mejor, se oponen al advenimiento de la cultura de la paz, de la palabra, de la alianza, de la comprensión.


Pero pronto cederán. Ha llegado el momento.

Enrique Miret Magdalena, esclarecedor de horizontes

martes, 20 de octubre de 2009

¡Qué bien acercarse al tronco recio y bien enraizado, con las ramas justas, de este sembrador infatigable de justicia, de conciliación!.

Su mirada limpia –“sólo ven bien los ojos que han llorado”, que han compadecido- llenaba su entorno.

Vivió muchos años sin cesar, sin cejar en su tarea de infundir confianza, autoestima, para que todos fueran concientes de la desmesurada facultad de cada ser humano, este misterio, quizás este milagro: ser capaces de crear, de imaginar, de inventar, de creer y no creer, al filo exacto de su libertad.

Hizo del diálogo y de la palabra el camino de la superación de la secular inercia para el cambio desde la fuerza y la imposición a la comprensión, a la escucha, a la resolución de los conflictos por la conversación.

Nunca abdicar, nunca postrarse. Las rodillas son para alzarse, nunca más para hincarse. Las manos son para tenderse, para dar y darse.

Enrique Miret nos ha dejado una estela imborrable: el legado de su obra y, sobre todo, de su ejemplo.

Personas como él se van físicamente, se vuelven invisibles pero, como sucede con las estrellas, su luz sigue llegando a nosotros con mayor fulgor cuando la noche es más oscura, aunque no existan desde hace mucho tiempo.

Cristiano en el sentido más redondo de esta palabra clave y liberadora, se des-vivió por los demás, convencido de la igual dignidad humana: por los menores –fue Director General de Protección de Menores- contribuyendo de manera notoria a la actualización y normalización jurídica de las instituciones y de las pautas de actuación que arrastraban siglos de excesos, represiones, amenazas y reclusión.

Y, ya de mayor… se ocupó con igual lucidez de los mayores: “Cómo ser mayor sin hacerse viejo”. Como él mismo que rezumaba espíritu juvenil en unas declaraciones hechas tan sólo cuatro días antes de su muerte.

Creía en un Dios que era el “impulso creador” de todo. Creía que sólo cada ser humano, único, era “los ojos del universo”, consciente de estar viviendo.

Pensar en los demás, mirar, mirarnos desde los ojos de los otros: ésta es la receta de la felicidad de este hombre sabio y bueno, de la iglesia “del Evangelio y de las sandalias”, en expresión del Obispo Pere Casaldáliga que, por lo que ha influido en mi vida, me gusta repetir.

Hay que vencer la rutina. Renovarse. El tiempo de la resignación y el miedo ha terminado. En su artículo “Hacia una cultura de paz”, publicado en “El País” en julio de 2001, escribía: “ … gran parte de la política que hay en el mundo actual consiste en convertirnos en autómatas y podernos así gobernar más fácilmente a su gusto”. Ya no espectadores, ya no súbditos. Ahora, ciudadanos… “No nos basta una democracia de representación, que es lo único que tenemos. Queremos una democracia de participación”.

No actuar nunca al dictado de los demás. No aceptar nunca imposiciones. Nuestro comportamiento debe ser el resultado de nuestra propia reflexión. En otro excelente artículo de enero de 2005, Juan José Tamayo, teólogo como él y también de gran notoriedad, resumía magistralmente el pensamiento de Miret Magdalena: “Como creyente crítico le gusta recordar y practicar la frase de Chesterton: “Al entrar en la iglesia se nos dice que nos quitemos el sombrero, no que nos cortemos la cabeza”.

En el año 2000 tuve el honor de presentar su libro de “Memorias”. En su obra “¿Qué nos falta para ser felices?” –un nuevo modo de pensar y de vivir- trata de “ayudar a pensar un camino de felicidad solidaria en el que, igual uno mismo a los demás, podamos vivir mejor y más satisfechos, conviviendo y respetando la justicia para todos y las legítimas diferencias de cada uno”… No podemos ser felices si no hacemos algo para intentar remediar los males del mundo actual”.

¿Qué podemos hacer realmente frente a los grandes retos –pobreza, exclusión, desgarros sociales- que nos afligen? La respuesta de Miret Magdalena, desde la clarividencia y la serenidad, tan bien expresada en sus libros “La paz es posible” y “La vida merece la pena de ser vivida”, es que la especie humana está capacitada para ello. Es tiempo, pues, de actuar resueltamente en favor de este otro mundo posible en el que soñamos. En el que Enrique Miret Magdalena soñaba.

Los Mensajeros de la Paz –lo sabe bien el Padre Ángel- nunca mueren, vuelan. Enrique Miret voló muy alto. Ahora vuela más alto todavía.

A su mujer, Isabel Bernal y a sus siete hijos, a sus nietos, familiares y amigos, mi más sincera condolencia por la desaparición de Enrique, que a tantos y a tantos nos pertenecía, con el consuelo de que siempre seguirá disipando brumas y esclareciendo horizontes para que miles y miles de viandantes pueda afirmar su paso, cada cual a su manera, hacia nuestro destino común.

El 17 de octubre de 2009, “La mani”… ¿de “mani-festación” o de “mani-pulación”?

viernes, 16 de octubre de 2009

Se moviliza mucha gente buena en favor de principios tan esenciales como ambiguos: “En favor de la vida” (¿quién puede estar en contra?). “Por la mujer” (¿quién puede dejar de adherirse con entusiasmo, después de siglos de marginación?).


Pro-vida, sí. Por la calidad de vida he luchado y sigo luchando desde hace muchos años: ya en el década de los 60 puse en marcha el Plan de Prevención de la Subnormalidad Infantil y me dediqué, a través de la Bioquímica perinatal, a estudiar el impacto de la hipoxia en el momento del parto y la forma de evitar sus efectos… Y he sentido en Auschwitz una emoción imborrable; y he visto en muchos lugares del mundo la miseria, la pobreza, el abandono, el desamor más inhumano… y he hecho cuánto he podido para mitigarlo; y he escrito “En nombre de los niños muertos” proclamando que me pondría siempre al frente de cualquier acción, protesta o propuesta en su favor… como fue, recientemente, la manifestación –era también pro-vida- contra la brutal agresión en Gaza; y contribuí a la elaboración del Plan de las Naciones Unidas para reducir impacto de las catástrofes naturales… Escribo todo esto para que quede claro que estar en favor de la vida es lo lógico, lo que cabe esperar de cualquier persona, que renueva cada día el propósito de “amar al prójimo como a uno mismo”.


A nadie en su sano juicio “le gusta” el aborto. Todos en su sano juicio estarán a favor de la vida, pero de todas las vidas, empezando por las ya existentes, sin malabarismos de potencias y potencialidades. Todas las vidas: las de los niños que mueren en las guerras, en los campos de exiliados o refugiados, las de los niños-soldado, las de los niños de la calle, la de los 35.000 niños que mueren de hambre, desamparo y olvido cada día… Porque estos niños no son cigotos o proyectos de vida. Son niños que mueren de muerte cierta.


Por estas razones, estoy completamente en contra de cualquier manifestación interesada, parcial, manipulada, estimulada por quienes, basados en la buena fe y correctas intenciones de muchos de los asistentes, consiguen frutos (siempre amargos a la postre) para sus objetivos religiosos, políticos, electorales. Esto es detestable.


No se trata de “aborto, sí; aborto, no”. Se trata de ampliar la ley que lo regula, no de consentirlo. Esta ley, por cierto, que se promulgó para evitar los abortos clandestinos o los que, los más pudientes, realizaban fuera de nuestras fronteras, se aplicó “normalmente” durante los ocho años –medio millón de abortos en este periodo- en que gobernaron los mismos que mañana, con su ex–lider al frente, se manifestarán con grandes aspavientos.


Lo que hay que procurar disminuir es el número de abortos actuales (unos 100.000 al año), evitando embarazos, siguiendo todo el proceso de gestación con las medidas sanitarias y sociales adecuadas, estando alerta en el momento crucial del nacimiento… y asegurando luego una vida en condiciones propias de la “igual dignidad humana”.


Es en esto en lo que hay que invertir, en lugar de hacerlo en armas de guerras pretéritas. No me canso de recordar la vergüenza colectiva que representa el que hoy se inviertan 3.000 millones de dólares al día en armas… al tiempo que mueren de hambre más de 60.000 personas, la mitad de ellos niños.


Se trata de proteger la vida del no nacido para asegurar, en toda la medida de lo posible científicamente, la calidad de vida del neonato.


Nacer dignamente.

Vivir dignamente.

Morir dignamente.


La Iglesia “del Evangelio y de las sandalias”, según expresión del Obispo Pere Casaldàliga, se preocupa de estos tres grandes desafíos de amor, para el cambio radical que requiere el otro mundo posible que anhelamos. La mayor parte de la Iglesia y de los creyentes piensan así y ven con pesar las actuaciones “públicas” de la Conferencia Episcopal, que no refleja sus sentimientos. Es la misma cúpula eclesiástica que prohíbe cualquier forma de anticonceptivos y que, a efectos internos, sustituye la pedofilia por la efebofilia.


Nunca olvidaré el 10 de noviembre de 1979, cuando tuve el honor, al lado del Papa Juan Pablo II, de conmemorar en la Academia Pontificia de Ciencias el centenario del nacimiento de Albert Einstein. Asistían Don Severo Ochoa y varios premios Nobel. “Galileo, dijo el Santo Padre, tuvo que sufrir mucho –no sabríamos ocultarlo- de parte de hombres y organismos de la Iglesia. El Concilio Vaticano II reconoció y deploró ciertas intervenciones indebidas… Deseo que teólogos, sabios e historiadores... reconociendo lealmente los desaciertos vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto todavía suscita… el conflicto áspero y doloroso que se prolongó en los siglos siguientes... En esta Academia, colaboran sabios creyentes y no creyentes, de acuerdo con la investigación de la verdad científica y con el respeto a las creencias ajenas”. Al final, el Papa me dijo que “a la Iglesia no le preocupa cómo es y funciona el Universo, la creación, si la Tierra es redonda o si se mueve por sí misma… A la Iglesia no le concierne la materia si no el espíritu”. El espíritu humano, la expresión suprema de la creación.


Sin embargo, ahora resulta que el cigoto, las células madre,… hasta la educación ciudadana son temas en los que la Iglesia “oficial”, en lugar confiar en la comunidad científica y académica, quiere imponer sus criterios.


Como científico y creyente pienso que es un error. Más error cuando se sitúa al lado de opciones políticas. Más error cuando saca conclusiones totalmente equivocadas de este tipo de actividades… como si la “humanización” del embrión y el desarrollo del feto se modificaran en virtud de las mismas. La ciencia, por fortuna, no depende de los votos ni de los vetos. En la calidad de vida, dejemos a los científicos. En el ámbito de lo espiritual, de la razón y el destino de la vida, que cada ser humano decida libremente en virtud de sus creencias.


¡Qué bien que España “se vuelque” en la vida y la mujer! Pero con todas las vidas y durante toda la vida. Y ayudando a que la mujer, que da la vida, sea dueña, por fin, de sus propias decisiones y sea juzgada como ciudadana y no en virtud de preceptos propios de distintas religiones.


Autobuses de toda España!… Sinceramente, preferiría pensar en que se hacía una gran colecta permanente contra el hambre y la pobreza, en favor de la formación para prevenir los embarazos no deseados, para la atención personalizada de la mujer durante y después del periodo gestacional,… cuando la honda soledad diaria les hace recordar a muchas la futilidad de aquellas manifestaciones jubilosas, llenas de banderitas y sonrisas.


Todos por la vida, sí. Pero por toda vida. Y por toda la vida.

POR FIN, EL DESARME

viernes, 9 de octubre de 2009

Al final de la década de los 80, los acuerdos de Reykiavik, el fin de la guerra fría y la caída del muro de Berlín permitían augurar que la amenaza nuclear y la carrera armamentística darían un paso, progresivamente, a un replanteamiento de las estrategias bélicas y, por tanto, de las armas necesarias para hacer frente a la nueva naturaleza de los conflictos, dejando un amplio margen para “los dividendos de la paz”.

Pero no fue así. Bien al contrario, la “globalización” sustituyó los valores democráticos por las leyes del mercado y los países más prósperos del planeta (G-7, G-8…) marginaron al Sistema de las Naciones Unidas, hasta el punto de situar a la Organización Mundial del Comercio fuera de su ámbito.

El resultado ha sido un fracaso estrepitoso en la economía y el mundo en su conjunto se ha visto abocado a una crisis multidimensional (social, económica, medioambiental, alimenticia, democrática, ética), con unas inversiones militares que superan los 3 mil millones de dólares al día, al tiempo que mueren de hambre y abandono 70 mil personas aproximadamente, de ellas la mitad niños de menos de 5 años.

El último periodo de la administración Bush –invasión de Irak, propuesta de los escudos antimisiles, etc.- ha conducido a un repunte cada día mayor del gasto en armamento, mientras la pobreza y el hambre de miles de millones de seres humanos se acrecentaba.

Por todo cuanto antecede,

Habiendo observado con perplejidad e indignación el “rescate” de las instituciones financieras con centenares de miles de millones de dólares, cuando las arcas de los Objetivos del Milenio permanecen semivacías,

Queremos manifestar nuestro apoyo al Presidente Obama por:

1. Tomar el liderazgo del desarme nuclear, como manifestó en Praga y ha ratificado en la sesión del Consejo de Seguridad del 24 de septiembre de 2009, donde se adoptó unánimemente la reducción de los arsenales nucleares.

2. Haber decidido cancelar el programa de escudos antimisiles que la Administración norteamericana había previsto instalar en Europa.

3. Iniciar una nueva política de defensa que sustituya, al menos parcialmente, las armas convencionales (aviones, submarinos, tanques, etc.) por las que puedan no sólo hacer frente a las amenazas de hoy sino evitarlas, detectándolas a tiempo.

Manifestamos así mismo, la urgente necesidad de:

1. Confiar la seguridad internacional a las Naciones Unidas, con todas las medidas que se requieran para la rápida y eficaz actuación de los cascos azules.

2. Revisar con apremio las obligaciones contractuales de las alianzas militares existentes, para reducir las adquisiciones de artificios bélicos propios de confrontaciones “tradicionales”, que están activando recientemente el “mercado armamentístico”.

3. Con los fondos que se liberen de las desmesuradas inversiones actuales en gastos militares, reactivar la cooperación internacional de tal modo que sustituya una economía basada en buena parte en la guerra por una economía que permita un desarrollo global sostenible (energías renovables, producción de alimentos, almacenamiento, conducción y producción de agua, salud, transporte, vivienda…)

4. Hacemos un llamamiento para fortalecer las iniciativas existentes para el desarme a escala mundial y, muy especialmente, para la preparación de la Conferencia del Tratado de No Proliferación Nuclear, que debe tener lugar la próxima primavera de 2010.

5. Así mismo, abogamos para que se establezcan con urgencia los mecanismos adecuados para la resolución de conflictos que, bajo los criterios y los mecanismos de seguimiento, control y rendición de cuentas necesarios y con la participación de todos los actores implicados, permita a las Naciones Unidas establecer los objetivos y las prioridades internacionales y desarrollar los programas para alcanzarlos.