Reflexiones sobre la irrelevancia

jueves, 19 de diciembre de 2019


En momentos de particular vorágine y bullicio, cuando los valores-guía se alejan progresivamente de las hojas de ruta del comportamiento cotidiano, cuando el gigantesco poder mediático nos convierte en espectadores enardecidos en lugar de actores implicados y eficientes, cuando la tecnología informática nos lleva a confundir con frecuencia información con conocimiento, cuando el PIB sustituye al desarrollo humano y sostenible y la capacitación a la educación… es necesario y apremiante buscar y hallar espacios de serenidad para tener en cuenta las lecciones del pasado, para analizar el presente  y decidir con lucidez y ponderación un nuevo diseño del futuro que es, en último término, lo único que importa.

Porque el por-venir -a pesar de los procesos potencialmente irreversibles que enfrentamos a escala global- todavía está por-hacer en buena medida: y esto es lo único relevante cualitativamente. Es imperativo alcanzar y poner rápidamente en práctica un gran pacto para evitar el deterioro progresivo de la habitabilidad de la Tierra, de la calidad de vida de todos los seres humanos. Unir manos y voces ahora que, por fin, “Nosotros, los pueblos” -como tan lúcida como entonces prematuramente se inició la Carta de las Naciones Unidas- podemos  expresarnos libremente e intervenir con firmeza en un nuevo diseño del destino común. Y este gran compromiso de responsabilidad intergeneracional se refrendó en 2015, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando adoptó la Resolución sobre la Agenda 2030 “para transformar el mundo”.

Luego, Donald Trump, fiel representante del Partido Republicano de los Estados Unidos que hace ahora cien años, al término de la primera guerra mundial, dejó ya claramente establecido su rechazo frontal al multilateralismo democrático, reclamó inmediatamente después de tomar posesión mayor inversiones en defensa, para seguridad territorial, y anunció, con inmensa irresponsabilidad, que no llevaría a cabo los Acuerdos de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, decididos por su antecesor. Y nadie se opuso, ni nadie se opone actualmente… debido a la irrelevancia de los demás “grandes”, que siguen obedeciendo las directrices de los grupos plutocráticos G7, G8 y G20, sin darse cuenta de que, en realidad, como decía el Prof. Juan Antonio Carrillo, se trata siempre de acatar lo que decide el ¡G1!

La Unión Europea es irrelevante desde un punto de vista demográfico. Sólo la India y China multiplican casi por tres el número de sus  habitantes. Pero era muy relevante cualitativamente –y eso es lo que no debemos olvidar nunca y menos en los momentos actuales- porque era el símbolo de la democracia, de la solidaridad, de la visión global, del multilateralismo…

Cuanto más “conectados” pudiéramos estar, nos hallamos más fragmentados, más aislados, menos multilaterales. Acuciados por procesos irreversibles que nos acechan por primera vez en la historia y conscientes de que “mañana puede ser tarde”, es ahora inaplazable aparcar los oprobios del pasado y del presente y pensar exclusivamente en el futuro, archivar provisionalmente recuerdos de situaciones pretéritas y mirar a los ojos de los jóvenes y niños… Sólo si somos capaces de unirnos rápidamente en grandes clamores populares podremos ser relevantes a escala local y global y reconducir las sombrías tendencias actuales.

Arsenio Rodríguez citaba a Ernesto Sábato en un excelente artículo del 31 de octubre  en el “Wall Street International”, que leí en “Othernews”: “Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará  por encima de la fatalidad de la historia…”. Sólo si somos capaces de asumir este compromiso y de darnos cuenta de que únicamente sumando millones de voces y uniendo millones de manos lograremos que sean, por fin, los pueblos, la gente, cada uno de nosotros, irrelevantes cuantitativamente pero muy significativos cualitativamente, los que tomemos en nuestras manos las riendas del  mañana.

Sólo hay, a estas alturas, frente al “gran dominio” financiero, militar, energético, tecnológico y mediático, una solución: aproximarnos a los demás, “aprojimarnos”, construir puentes y derribar muros “con el amor a cuestas”, como escribió el inmarcesible Miguel Hernández, con quien tanto queremos cambiar los rumbos presentes.

Todos a una, de aquí y de allí, de todos los lugares, lenguas y culturas, en un gran pacto que debe alcanzarse sin demora. Hagamos un llamamiento conjunto y global advirtiendo al Presidente Trump y a los grandes consorcios que lo secundan, que si no contribuyen todos a la inmediata puesta en práctica de los acuerdos que pueden esclarecer el devenir de la humanidad, dejaremos cada uno de nosotros, muy relevantes si actuamos unidos, de consumir sus productos.

Sí: no podemos seguir permitiendo que la Tierra entera se doblegue, insignificante, a los desvaríos de unos cuantos.

Salvar Venecia

miércoles, 4 de diciembre de 2019


Es un patrimonio mundial. Nos pertenece a todos. Todos debemos colaborar para que este tesoro cultural se conserve debidamente. Igual que Notre Dame. Igual que la Amazonia. Es otro inmenso error del actual sistema plutocrático que margina el multilateralismo democrático y que pone en manos de unos pocos países –de uno sólo en realidad- la gobernanza del destino común.

Cada día se invierten en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares, al tiempo que –no me canso de repetirlo- mueren de hambre y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad. Fondos, más fondos, insaciables fondos para la defensa territorial… ¿Y qué queda para los habitantes de estos territorios? ¿Qué recursos para una vida digna en espacios tan protegidos mediante artificios bélicos progresivamente más eficaces y costosos? ¿Qué tecnologías se desarrollan para hacer frente a las catástrofes naturales, a los incendios, a las  inundaciones, a los terremotos…?

La humanidad se halla desasistida en las cinco prioridades establecidas por las Naciones Unidas -alimentación, agua, servicios de salud, cuidado del medio ambiente y educación- y en la capacidad de prevenir y de actuar frente a las amenazas globales. Con Barack Obama como Presidente, en otoño de 2015, se logró una pausa de  esperanza: tras desoír durante muchos años los consejos de los científicos para evitar el deterioro ecológico, subrayando en algunos casos el carácter irreversible de ciertos procesos, logró que los más avisados reaccionaran y suscribieran, en el marco multilateral, los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para “transformar el mundo”. Todo parecía indicar que se habían -¡ya era  hora!- reconducido las gravísimas situaciones que habían originado irresponsables gobernantes.

Pero la esperanza duró muy poco: la elección de Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos, condujo -como era de esperar por la reconocida animadversión al multilateralismo que caracteriza al Partido Republicano de los Estados Unidos- a la exigencia, inmediatamente aceptada por el G7, de mayores fondos para defensa y a la aseveración de que no pondría en práctica los ODS ni los apremiantes acuerdos sobre cambio climático… ¡Y no hubo respuesta alguna institucional ni personal al inmenso agravio que hacía al conjunto de la humanidad el inverosímil presidente norteamericano!

Expongo todo esto para que comprendamos que salvar Venecia forma parte del viraje que debemos realizar sin demora a escala planetaria. Es inaplazable, a través de grandes clamores populares tanto presenciales como en el ciberespacio, fomentar un nuevo concepto de seguridad que atienda las prioridades ya indicadas para una vida digna y que, siempre en el marco multilateral, permita resolver la mayoría de los conflictos –como pretendieron Wilson y Roosevelt- a través de la palabra y no de la fuerza.

Por primera vez en la historia nos hallamos ante un caso inminente de responsabilidad intergeneracional, ya que debido a la ya subrayada irreversibilidad potencial de algunos procesos, la habitabilidad de la Tierra en su conjunto podría verse afectada y el histórico error de no haber sabido evitarlo recaería sobre las generaciones actuales.

Venecia se hunde… y se eleva simultáneamente el nivel del mar. Hace siglos que se desviaron ríos y se construyeron muros y grandes presas. Desde hace más de tres décadas –recuerdo las actividades llevadas a cabo por la UNESCO en los años noventa- se realizó un estudio de gran interés hidrológico para poder contener, a través de 78 diques o barreras móviles adecuadamente situadas en las entradas a la  laguna de Venecia, las “aguas altas”… El MOSE (módulo experimental electromecánico proyectado al final de la década de los ochenta) se fue perfeccionando y parecía que su puesta en práctica solucionaría la protección de la “ciudad acuática”. Una vez más, se han dedicado grandes sumas a los bombarderos y cohetes para plena satisfacción de los consorcios bélico-industriales, pero se ha demorado la puesta en práctica y eficaz funcionamiento de los diques que debían “aislar” la laguna del Mar Adriático. El sistema de compuertas se inició finalmente en el año 2003 y debía estar en funcionamiento en 2016.

¡35 millones de turistas al año! Todo el mundo, directamente o a través de los medios de comunicación, debe recorrer y disfrutar de la ciudad de los canales, uno de los más inverosímiles patrimonios culturales de la humanidad. La deriva neoliberal va acompañada de una mayor brecha social, de la única razón de la fuerza y del progresivo deterioro de la habitabilidad de la Tierra, debido a que por primera vez en la historia de la humanidad, tienen incidencia ecológica diversos aspectos propios de la actual forma de vida de casi 7000 millones de seres humanos. Es intolerable que, habiéndose alcanzado acuerdos muy importantes en 2015 sobre el Cambio Climático y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Presidente republicano Donald Trump siga marcando el ritmo de la vida en el conjunto del planeta sin que  nadie se oponga a sus designios. Hasta ahora. Venecia, la Amazonia, los incendios en California… pueden ser los detonantes que inicien la reacción popular. Ha llegado el momento de “Nosotros, los pueblos”. De no ser nunca más espectadores, sino actores de nuestro propio destino.