“A fuerza de sacrificar lo esencial a
lo urgente,
se termina por olvidar la urgencia de
lo esencial”.
Edgar Morin
En
las situaciones de gran complejidad el mayor peligro radica en que, entre la
multitud de cosas, importantes unas, accesorias otras, y el bullicio de tantas
voces, se pierde el hilo conductor, la razón misma que originó tal confusión.
Y, sin apercibirnos apenas, la emoción y la pasión sustituyen a la razón, hasta
el punto de que, de pronto, nos damos cuenta de que ya no sabemos por qué
gritamos… Lo apremiante nos envuelve y sumerge en su inescapable remolino.
En
estas circunstancias, es altamente recomendable concertar una pausa para la
reflexión serena y abrir luego una “nueva página” habiendo aprendido
bien las lecciones del pasado pero teniendo sólo en cuenta la “memoria del
futuro”. Estos fueron, precisamente, los títulos de los dos ensayos que
escribí al inicio de mi actuación como Director General de la UNESCO porque,
desde el primer momento, consideré que la única solución era pensar
sosegadamente sobre el complicadísimo panorama al que debía hacer frente,
llevar a cabo un gran esfuerzo de conciliación y reconciliación sabiendo que lo
único que está por-hacer es el por-venir. El pasado y el presente como lección.
El devenir, como objetivo supremo, adaptando cada amanecer la “hoja de ruta”.
Nunca
es demasiado pronto ni, sobre todo, nunca es demasiado tarde para el encuentro
y el diálogo. Nunca es tiempo de desesperanza ni de proclamar que “ya no hay
remedio”. Sólo los pusilánimes y los obcecados no procuran que los imposibles
hoy sean feliz realidad mañana. Como ejemplo, recuerdo cuando en la
“transición” no fueron pocos los que dijeron que el retorno del Presidente
Josep Tarradellas a la Generalitat de Catalunya constituía una propuesta
impensable… y, sin embargo, se pensó, se actuó y aquel “imposible” fue posible.
Pensando
en las generaciones que llegan a un paso de la nuestra, y en los procesos
potencialmente irreversibles a los que la humanidad se enfrenta, es éticamente
ineludible inventar un futuro distinto. Así lo he propuesto en varias ocasiones
en los últimos años: reforma de la Constitución, multilateralismo democrático,
nuevo concepto de seguridad, el derecho a decidir… (http://federicomayor.blogspot.com.es/ ). Hay que tener presentes a todos los catalanes y respetar sus
ideologías y creencias, sin imponer –hasta el arriesgado límite de la
ofuscación y la defensa apasionada- unos criterios que, con gran capacidad
movilizadora, no representan opciones adecuadas en el contexto internacional actual que, por primera vez en la
historia, requiere con apremio respuestas consistentes y oportunas a escala
global.
Basados
en los resultados de unas leyes electorales que hubieran debido mejorarse hace tiempo, se habla “en nombre
del pueblo catalán” y de “mandatos” recibidos en consultas carentes de las
mínimas garantías democráticas. Por cierto, “democracia” no significa “mayoría”
(sobre todo mayoría enardecida) sino, según la Constitución de la UNESCO en su
preámbulo, “justicia, libertad, igualdad y solidaridad”…
Para
progresar hacia el entendimiento es imprescindible una información veraz. Saber muy bien lo que se
pretende y adherirse a unas ideas o ideales por convicción y no por reacción,
urgencia o miedo. Es necesario conocer la realidad en profundidad para poder
transformarla en profundidad. De otro modo, los cambios son superficiales,
epidérmicos. Para llegar a ser plenamente lo que somos, los seres humanos
debemos poder ejercer sin cortapisas las facultades distintivas de la especie:
pensar, imaginar, anticiparse, innovar, crear…y debemos actuar en virtud de las
propias decisiones y nunca al dictado de nadie o nada. El dogmatismo, el
fanatismo, el supremacismo… deben ser excluidos con “tolerancia cero”, porque
conducen inevitablemente a la violencia y al enfrentamiento.
Pero
no debemos olvidar que la Constitución se redactó –con la excelente
colaboración de dos ilustres catalanes, Miquel Roca y Jordi Solé Tura- en
momentos de inmensa inercia y apasionamiento, hasta el punto, de pretender la
reposición de un gobierno militar. El Título VIII, relativo a las Comunidades Autónomas que tan buenos
resultados han dado en su conjunto, quedó como “sinfonía inacabada”, según el
propio Presidente Suárez y después, a pesar de reiteradas sugerencias, no se ha
querido –el gobierno, impasible- completar lo que entonces impidieron los
nostálgicos de la dictadura. Sin embargo, a pesar de los pesares, la Constitución logró asegurar el
pluralismo político, la aconfesionalidad del Estado, los derechos humanos…
Después,
inmovilismo total. Sólo por exigencias del neoliberalismo imperante, se
modificó de urgencia el texto constitucional. Pero no sólo no quiso adecuarse
la estructura del Estado sino que el Estatuto de Catalunya fue
incomprensiblemente modificado a posteriori... y se recogieron millones de
firmas en contra… y se negó que Catalunya fuera una “Nación” cuando Navarra era
“Reino”, Euskadi era el “País Vasco”, y en Asturias el himno oficial la
denomina “Patria”…
Catalanes
son todas las personas que habitan Catalunya y son en buena medida los muchos
migrantes que Catalunya ha incorporado los que hoy nos reclaman mayor sensatez,
una “nueva mirada” y una solución que devuelva la concordia propia de la
inmensa riqueza de la diversidad de identidades de España. Lo que debe lograrse
es un mayor autogobierno, sin privilegios “históricos” ni ventajas
comparativas, con un buen sistema federal o confederal, con una estructura de Nación
pluriestatal, como los Estados Unidos de Norteamérica, o un Estado
plurinacional, como en las otras múltiples federaciones (Alemania, Brasil,
México…).
En
lugar de favorecer una mayor autonomía, en los términos del párrafo anterior,
se han prometido soberanías con autodeterminaciones y derechos que no se
contemplan en la normativa internacional. Actualmente no hay ningún país –salvo Formosa,
que no figura como tal en la lista de las Naciones Unidas- que se haya
originado por secesión. El “derecho a la autodeterminación” está estrictamente
regulado por la Convención de la Conferencia de Viena de julio de 1993, que
establece en su artículo I/2 que este derecho se aplica de forma exclusiva a
los países coloniales o sometidos a poder militar. No es procedente, por tanto,
transmitir a catalanes fatigados por el hostigamiento y la incapacidad política
de sus autoridades y del gobierno, aspiraciones que –aparte de incoherentes con
el momento en que vivimos, que requiere una reacción global frente a amenazas
globales- conducirían, si se alcanzaran forzadamente, al aislamiento, necesidad
de visado para desplazarse al exterior,… ¿qué ejército tendría?, ¿qué moneda?,
¿qué intercambios científicos y técnicos?, ¿qué fuerza productiva?, ¿qué
fuentes de energía?, ¿cómo se gestionaría el caudal del Ebro?...
Ningún
país, ninguna entidad internacional ha reconocido los resultados del 1-O.
Diferencia, sí. Disidencia, sí (¡disiento de tantas cosas propias de este
contexto, con espacios ya irreparables, en el que vivimos!) pero conscientes de
que nos une más de lo que nos separa, y de que es preciso construir puentes y
derribar muros. Es este “catalanismo” el que sedujo a muchos seguidores y no el
de la separación diferencial y unilateral y de la auto-apreciación excesiva.
Con todos los respetos, como ciudadano del mundo, responsable ante mis hijos,
nietos y bisnietos no pienso en los 7 millones de catalanes ni en los 47 millones de
españoles… sino en los casi 7.000 millones de seres humanos, todos iguales en
dignidad, muchos de los cuales viven en condiciones de precariedad extrema.
La
Constitución no se defiende conservándola tan sólo sino adaptándola
oportunamente. Para el bien de todos. De todos los catalanes y catalanas, y de
todas las personas procedentes de Andalucía, el País Vasco… de toda la
ciudadanía española. El nacionalismo españolista tiene que tener en cuenta
antes de que sea tarde para una solución serena que la vertebración territorial
de España se hace con fórmulas políticas y no con imposiciones.
En
los últimos meses, de manera especial, los desaciertos por ambos “lados” han
sido notorios y variados. Destacan la arbitrariedad de los acontecimientos en
el Parlamento Catalán de los días 6 y 7 de septiembre de 2017…. y la
convocatoria de un referéndum carente de fiabilidad, sin fijación de porcentajes
mínimos, etc… y los excesos de algunos manifestantes y de la reacción policial
del 1 de octubre, …. así como el “desuso” del artículo 56 de la Constitución
que se refiere a la misión de “arbitrar y moderar conflictos inter
institucionales” que se encomienda a la Corona… y la perseverancia en sortear
los circuitos legales, sabiendo que ser independentista y, desde luego,
republicano, es completamente “legal” pero que en este caso como en cualquier
otro es insoslayable atenerse a los preceptos jurídicos (y, si no,
modificarlos)… la resistencia a promover las adecuadas reformas
constitucionales, especialmente las del Título VIII, y a dialogar sobre algunas
propuestas concretas, sin apriorismos ni condicionamientos… ¡y sin confundir
Estado con Gobierno!...
La
mayoría de la ciudadanía catalana, según los resultados de las últimas
elecciones, desean vivir formando parte,
con su preciosa e incuestionable diversidad, de una sociedad en su conjunto integrada en Europa y en el mundo
que, en estos momentos y en los que se avecinan apresuradamente, necesitan
reacciones globales apropiadas para el debido cumplimiento de la suprema
responsabilidad intergeneracional.
Por
todo ello, ha llegado el momento álgido que reclama sustituir el enfrentamiento
y la pasión por la palabra. Es el momento de interlocutores que abran una nueva
página con la mirada puesta en el futuro y, así, imposibles hoy serán posibles
mañana. Sin necesidad de recurrir a la prisión por riesgo de fuga ni de fugarse
por riesgo de prisión, cada uno con su balanza íntima, con su propia
trayectoria, para iniciar una nueva etapa. Restablecer la serenidad, la amistad
y el respeto, la veracidad, para que prevalezca la razón.
Re-encuentro,
rápido. Dialogar sinceramente. Escucharse. Que tengan “ambos lados” –en
Catalunya y luego a escala estatal- la voluntad y la sabiduría necesarias para
reorientar la compleja y aberrante situación presente, siguiendo puntualmente
los versos de Miquel Martí i Pol: “No més amb risc i esperança podem reconduir
la vida”.
Publicado en Público
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3 comentarios
Estimado Profesor, Me ha gustado mucho su explicacion en este medio. Y tambien por ser muy oportuno. Muchas gracias con mucho afecto.
8 de julio de 2018, 11:39Creo que, en efecto, la "conllevancia" de la que hablaba Ortega y Gasset, es quizás, la única y posible vía para (si se me permite) conllevar el viejo, muy viejo ya, "problema" catalán...
11 de julio de 2018, 11:09Por otro lado y aun cuando Azaña, al respecto, dio un giro de 180º, es lo cierto que en antes de su giro, y en relación a la "separación de Catalunya" del resto de España, llegó a decir que, bueno, que si esa era la voluntad del pueblo catalán y se producía, conforme a derecho, su independencia, habría que aceptarla y desear suerte a los catalanes, confiando en su pronto regreso (la cita no es literal).
Una democracia que divide no es una buena democracia. Europa lo supo interpretar cuando se creó la Unión y vivimos ya 73 años sin guerra... El dominio de la mitad más uno sobre la mitad menos uno no es un gobierno "del pueblo"
22 de julio de 2018, 14:05https://marismeno.blogspot.com/2018/04/12-anos-reflexionando-sobre-la.html
Otro ejemplo de democracia de baja calidad es el Brexit. Después muchos empiezan a darse cuenta.
https://euromeblog.wordpress.com/
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