«Tendréis que cambiar de rumbo y nave».(José Luis Sampedro en su mensaje a la juventud)
En el Antropoceno, garantizar la habitabilidad de la Tierra y una vida digna a todos los seres humanos, constituye una responsabilidad esencial porque el fundamento de todos los derechos humanos es la igual dignidad, sea cual sea el género, el color de piel, la creencia, la ideología, la edad… Siglos y siglos de poder absoluto masculino al cabo de los cuales las asimetrías sociales y la pobreza extrema predominan en una Tierra que, por influencia de la actividad humana, se deteriora.
Nos encontramos en un momento de inflexión. Es necesario que todos nos manifestemos para constituir las auténticas democracias que son precisas a escala local y global. Las crecientes desigualdades sociales, el deterioro del medio ambiente, la debacle cultural, conceptual y moral... claman por una modificación radical de las tendencias actuales. Hay momentos en que es preciso hacer realidad, con imaginación e intrepidez, lo que se juzga indebido por los anclados en la inercia, en insistir en aplicar viejos remedios para nuevas patologías. Los líderes actuales dan muestra de un cortoplacismo irresponsable. Todo buen gobernante debe tener en cuenta, en primer lugar, los procesos que pueden conducir a daños irreparables. Se trata de una cuestión esencial, de consciencia de solidaridad intergeneracional. Millones de mujeres y hombres de toda la Tierra deben gritar que no van a consentir que se alcancen puntos de no retorno, de lesiones irreversibles en el entorno ecológico que afecten sin remedio la habitabilidad del planeta.
Atravesamos una crisis sistémica que requiere cambiar el sistema, es decir, conferir el poder y la iniciativa a la sociedad y volver a orientar la acción política por los principios democráticos — tan bien expresados en el preámbulo de la Constitución de la UNESCO — y no por los mercados, tanto a escala local y regional como global.
La palabra com-partir — que era clave del Sistema de las Naciones Unidas en los años 50 y 60 — se ha ido acallando progresivamente y, en lugar de fortalecer a los países más necesitados con un desarrollo integral, endógeno, sostenible y humano, las ayudas al desarrollo se han reducido hasta límites insolentes y el Banco Mundial para la Reconstrucción y el Desarrollo «perdió» su apellido y se ha convertido en una herramienta al servicio de las grandes entidades financieras; y se ha debilitado al Estado-nación, transfiriendo progresivamente recursos y poder a gigantescas estructuras multinacionales.
Esta crisis demanda la urgente refundación de un Sistema de Naciones Unidas fuerte y con la autoridad moral que sólo poseen aquellas instituciones capaces de reunir a todos los países del mundo sin exclusión. Las ambiciones hegemónicas que condujeron a pretender gobernar el mundo desde agrupaciones plutocráticas de 6, 7, 8 o 20 países, deben dar ahora paso, como respuesta al clamor mundial que sin duda se producirá en poco tiempo, a la cooperación multilateral. He escrito ya en varias ocasiones diversas fórmulas para que tanto la nueva Asamblea General como los Consejos de Seguridad (al actual se añadirían el Consejo de Seguridad Socioeconómica y el Consejo de Seguridad Medioambiental) permitieran el pleno desempeño de las funciones que, especialmente cuando la gobernanza global así lo exige, requieren disponer de estructuras internacionales adecuadas. Como reza la Carta de las Naciones Unidas, en el menor tiempo posible deben ser «los pueblos» — y no sólo los Estados — los que tengan representación en la Asamblea General, de tal modo que el progreso científico permita una vida digna para todos los habitantes de la Tierra, a través de una economía que atienda las prioridades bien establecidas hace ya tiempo por el Sistema de las Naciones Unidas: alimentación (agricultura, acuicultura y biotecnología); acceso general al agua potable (recolección, gestión, desalinización...); servicios de salud de calidad; cuidado del medio ambiente (emisiones CO2, energías renovables, etc.); educación y paz. Una educación que proporcione a todos conciencia global. Es un aspecto crucial: el prójimo puede ser próximo o distante. Y el cuidado del entorno no debe limitarse a lo más cercano sino que debe extenderse, porque el destino es común, a todo el planeta.
El mundo de «los mercados» se está acercando peligrosamente a puntos de no retorno. Sería una irresponsabilidad histórica mantener las pautas actuales. La solución es democracia genuina a todas las escalas: mundial (multilateralismo eficiente), regional, local y personal. Es apremiante la transición de la fuerza a la palabra, reducir drásticamente el gasto en la seguridad de unos cuantos para atender la vida digna de todos (alimentación, salud...).
Es necesario escuchar a quienes desde las plazas y avenidas se han desplazado al ciberespacio y, haciendo uso adecuado de la moderna tecnología de la información y de la comunicación, serán capaces de movilizar a muchos ciudadanos que pasarán, rápidamente, de testigos a actores. Es necesario escucharles. Es necesario atenderlos, porque son, serán, por fortuna, los grandes protagonistas del «nuevo amanecer». Ya que hemos consentido que el 20% de la humanidad que vive en el barrio próspero de la aldea global se haya olvidado de quienes no tienen acceso al agua potable y a los alimentos… Son «los indignados implicados» los que han movilizado y movilizarán progresivamente a la gente para que se termine de una vez el gasto militar y en armamento — 4.000 millones de dólares al día cuando mueren de hambre miles de personas — no debemos cansarnos de repetirlo y de repetírnoslo...
En 1980 la empresa Exxon Mobile reaccionó frente al anuncio de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos de que no sólo las emisiones de anhídrido carbónico eran excesivas sino que su recaptura disminuía progresivamente por el deterioro del fitoplancton oceánico, creando una fundación que, con pseudocientíficos a sueldo, proclamaba lo contrario, como convenía a sus formidables beneficios. Al final, al cabo de varios años, se descubrió la mentira y fue publicada con toda extensión en la revista Newsweek(The Truth of Denial). No pasó nada. El gran consorcio internacional comete un delito de esta magnitud que puede afectar a la habitabilidad de la Tierra… y no se elevan las protestas de millones y millones de ciudadanos de todo el mundo que piensan en el legado que tienen la obligación de dejar a sus hijos.
No podemos seguir callados. No podemos seguir siendo impasibles espectadores de lo que acontece, porque nos convertiríamos en cómplices. Las comunidades científica, académica, docente, artística, intelectual y creativa, en suma, debe situarse en la vanguardia de la movilización popular. Es preciso que actúe ahora, con gran apremio, para asegurar que no se alcancen puntos de no retorno en la habitabilidad de la Tierra y en las condiciones de vida de los ciudadanos. Una movilización mundial, especialmente en el ciberespacio, para que sea el poder ciudadano el que, en los albores de siglo y de milenio, inicie el «nuevo comienzo» que proclama la Carta de la Tierra.
Ahora ya podemos expresarnos libremente gracias a la moderna tecnología digital, dejando de ser testigos invisibles, anónimos, temerosos y obedientes, para pasar de súbditos a ciudadanos plenos que participen y defiendan sus puntos de vista, con firmeza y eficacia, dejando de estar sigamos distraídos, mal informados, manejados por la omnipotente y omnipresente influencia del “gran dominio” (militar, financiero, energético y mediático).
Debemos apercibirnos de que hemos entrado en una nueva era en la que los seres humanos ya no vivirán confinados territorial e intelectualmente; en que la longevidad procurará una formidable experiencia que debe ser plenamente utilizada, pero depositando en personas menos añosas las funciones ejecutivas; en que los jóvenes, conocedores de la Tierra, con conciencia y ciudadanía global, contribuirán con su imaginación y su impulso a hacer realidad, por fin, el otro mundo posible que anhelamos. La inercia es el gran enemigo. Es tiempo de acción. Ya no se requieren más diagnósticos: es la hora de poner en práctica los tratamientos…
La actual situación hace más necesaria que nunca la adopción de una Declaración Universal de la Democracia (ética, social, política, económica, cultural e internacional), único marco en el que podrían ejercerse plenamente los derechos y deberes humanos. Democracia a escala personal, local, nacional, regional y planetaria: esta es la solución para todos y para todo. La fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza, y comprobar la inmensa y distintiva capacidad creadora de la especie humana, que no puede reducirse a pequeños espacios y miopes objetivos.
El progresivo empoderamiento de la mujer, pieza esencial de los cambios radicales que son inaplazables contribuirá, con las facultades que le son inherentes a la convivencia pacífica, a la transición histórica de la fuerza a la palabra.
Una vez más creo que vale la pena recordar el inicio de la Carta de la Tierra, uno de los referentes más luminosos en momentos tan sombríos y turbulentos:
«Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro…».
Es necesario inventar el futuro. «Ingeniar» el futuro con la creciente participación de ciudadanos de todo el mundo, capaces de conocerse y concertarse a través de las redes sociales virtuales de creciente importancia y capacidad de movilización, que propondrán soluciones a los distintos problemas planteados, pasando a ser una parte relevante del funcionamiento democrático a escala local y planetaria. Innovación política, económica y social. Eliminación sin contemplaciones de la evasión tributaria y de la corrupción, utilizando así mismo fuentes alternativas de financiación, como el impuesto sobre transacciones financieras electrónicas; contribuciones estrictamente proporcionales a los ingresos; revisión conceptual y práctica del trabajo y del empleo, propia de la era digital…
En este «nuevo comienzo» será necesario, con rapidez y buen tino, compartir adecuadamente los beneficios que se obtienen de la explotación de los recursos naturales entre aquellos que poseen la tecnología y los habitantes de los espacios donde dichos recursos se hallen.
A partir de ahora, sucesivamente, el poder no sólo deberá oír sino escuchar las opiniones de todos los ciudadanos de forma permanente. El tiempo del silencio ha concluido.
Digamos, alto y fuerte a todos los que ahora son responsables de la puesta en práctica de las decisiones que trascienden las fronteras: es inaplazable una nueva cosmovisión con nuevos estilos de vida. El gran desafío a la vez personal y colectivo es cambiar de modelo de vida. El mundo entra en una nueva era. Tenemos muchas cosas que conservar para el futuro y muchas otras cosas que cambiar decididamente. Por fin, los pueblos. Por fin, la voz de la gente. Por fin, el poder ciudadano. Por fin, la palabra y no la fuerza. Una cultura de paz y no violencia y nunca más una cultura de guerra.
11 comentarios
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