La seguridad alimentaria es
un reto crucial del siglo XXI
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Población. Urbanización.
Para comprender mejor la
situación y las tendencias actuales, los aciertos y los fracasos en materia de
seguridad alimentaria, hay que tener presente el papel esencial que desempeña
la evolución demográfica: 1.000 millones de personas en 1830, 2.000 millones en
1930, 3.000 millones en 1960, 4.000 millones en 1975, 5.000 millones a
comienzos de 1990, 6.200 millones en la actualidad y alrededor de 10.000
millones, en la mejor de las hipótesis, en el año 2050. Es de destacar el
declive en las previsiones demográficas que se establecieron hace tan sólo 15
años, ya que gracias a las medidas de
planificación familiar y, sobre todo, a la educación, existe una
disminución aproximada de 200 millones de habitantes en relación a los cálculos
realizados a finales de la década de los 80. Es, seguramente, la mejor noticia
de estos albores de siglo y de milenio: el mayor acceso a la educación se
traduce en una caída casi proporcional de los índices de natalidad. Pero, a
pesar de ello, a pesar de que la educación para todos a lo largo de toda la
vida sigue apareciendo como la mejor de las soluciones para la mayoría de los
desafíos que tenemos planteados, la población mundial se incrementa cada día en
170 a 190 mil personas, y lo seguirá haciendo durante unos años hasta
alcanzarse una situación de equilibrio, coherente con las posibilidades de
producción y de distribución que en aquél momento proporcionen el progreso
social, científico y tecnológico.
La pregunta “¿habrá comida para todo el mundo?”, merece
abordarse a partir de un conocimiento
preciso de los hechos y de un análisis minucioso de los “posibles” futuros que
ya germinan en el presente. Y esta pregunta da pié también a otra, no ya
exploratoria, sino normativa y estratégica: ¿Qué hemos de hacer para erradicar
el hambre y la subalimentación? ¿Cómo debemos actuar para que haya comida para
todo el mundo y para que ésta alimentación sea a la vez suficiente y adecuada?
¿Cómo podemos, desde ahora y gracias a la capacidad prospectiva que distingue a
la especie humana, establecer los escenarios más adecuados para la calidad de
vida y, en primer lugar, de la seguridad alimentaria a corto y medio plazo?.
En estas previsiones es especialmente relevante el grado de
urbanización y de disponibilidad de técnicas agrícolas modernas. La producción
sigue siendo claramente inferior a la que sería posible con la
utilización de los conocimientos existentes. Mediante la aplicación de técnicas
simples y con inversiones modestas podrían obtenerse considerables aumentos de
la productividad. Para convencerse de ello basta comparar región por región los rendimientos
actuales y los que se obtienen en condiciones óptimas: estos últimos son de 5 a
9 veces superiores a los rendimientos medios de los países en desarrollo.
El problema del hambre en el mundo no se deriva
principalmente, por el momento, de una falta de capacidad planetaria sino de
desigualdad de acceso. El reparto equitativo de los recursos alimentarios desde
el punto de vista social y geográfico es, en efecto, la cuestión crucial. El
actual sistema económico no ha hecho más que ampliar las asimetrías entre ricos
y menesterosos. Las condiciones higiénicas, sanitarias y nutritivas en que
viven más de 1.000 millones de personas constituyen un caldo de cultivo, además
de la inmoralidad esencial que ello supone, para la radicalización, la violencia, la agresividad incluso y son el
origen de grandes flujos emigratorios de desesperados. Amarty Sen ha dicho, con
razón que “la democracia es la mejor forma de hacer frente a la pobreza”. Pero
la democracia, como la paz y la libertad, no se otorgan, se construyen con
elesfuerzo cotidiano de la mayoría de los ciudadanos. Y, especialmente, no son
el resultado de acciones de fuerza porque mal pueden sembrar democracia quienes
actúan antidemocráticamente. Bastaría con cumplir el artículo primero de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad”... . Los Derechos Humanos son, como es bien
sabido, indivisibles pero hay uno que condiciona el ejercicio de todos los
demás derechos: es el derecho a la vida. Es el derecho supremo. En
consecuencia, la salud y la alimentación devienen derechos humanos
incontrovertibles, ya que de ellos depende la calidad de vida, la vida misma.
Los países más prósperos se resisten a comprender que no es la paz de la
seguridad sino la seguridad de la paz la que garantizará la convivencia
pacífica a escala planetaria. Y, para ello, es apremiante e imprescindible
invertir más en desarrollo endógeno y menos , mucho menos, en maquinaria
bélica. A pesar de la tozudez de los poderes hegemónicos en aprender las
lecciones, a veces muy recientes, de la historia, es de esperar que el reciente
fiasco de la “guerra preventiva” de Irak haga recapacitar a las más altas
instancias de poder sobre la necesidad de adoptar otras medidas para la
gobernanza mundial, guiadas por valores universales.
En el año 2001, al cumplirse el V aniversario de la cumbre de
la FAO de 1996, se observó con profunda preocupación e indignación, que se
seguía apostando por la fuerza en lugar de fortalecer a las Naciones Unidas,
único marco ético – jurídico que podría encauzar por otros surcos y con otros
rumbos las actuales tendencias. En aquel momento se reconocerá lo que ahora
(aún!), no ha sido posible: el derecho a la alimentación, el derecho a la
nutrición, la necesidad de disfrutar, todos los seres humanos, de la seguridad
alimentaria que requieren para su subsistencia y calidad de vida.
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¿Producción insuficiente?
Si se tratara de un problema de producción insuficiente, de
falta de conocimientos científicos para la mejora de la producción de alimentos
y de su conservación, los horizontes serían mucho más sombríos. Pero como antes
indicábamos, en las últimas décadas, a pesar del fortísimo incremento
demográfico, la capacidad productiva no ha cesado de aumentar. Se trata, en
consecuencia, debo insistir en ello, de un reparto equitativo de los
recursos alimentarios. Lo cierto es que, según cálculos de la FAO, unos 840
millones de personas sufren hambre o desnutrición grave. Además, 2.000 millones
de personas padecen carencias nutricionales. Millones de niños siguen muriendo
todos los años de hambre o de enfermedades asociadas a la insuficiencia
alimentaria. Teniendo todo ésto en cuenta ¿podemos contentarnos con un objetivo
tan modesto como el que alcanzaron los diversos Estados asistentes en la
Declaración de Roma sobre la seguridad alimentaria mundial, en 1996, a saber,
la reducción tan sólo a la mitad del número de personas subalimentadas de aquí
al año 2015? Yo protesté enérgicamente contra esta Declaración, que considero
una expresión de miopía temporal y de falta de solidaridad: nos abstraemos en
la globalización de los mercados cuando la estabilidad del mundo está amenazada
de forma inminente, y nos olvidamos de la mundialización de la pobreza, cuando
deberíamos concentrarnos en la reducción de las diferencias sociales. Se siguen
invirtiendo miles de millones de dólares en armamento y en cosas superfluas,
sin tener en cuenta los millones de seres humanos que cada día sufren en
silencio.
Tanto por razones éticas como económicas hay que impulsar, en
consecuencia, un reparto más justo de la tierra mediante reformas agrarias
eficaces y de vasto alcance. La paradoja de una tierra sin hombres y de hombres
sin tierra debe resolverse con medidas legislativas y administrativas y no por
la fuerza. Las medidas encaminadas a
favorecer un mejor uso de la tierra han de fomentar el desarrollo de la empresa
agrícola y ganadera familiar y el surgimiento de cooperativas de producción en
los lugares que mejor se adapten al contexto local o a las prácticas
comunitarias. La despoblación rural, acarrea, además de las consecuencias
sociales bien conocidas en los perímetros de las grandes ciudades, la
disminución de la producción local. La subalimentación de una región o de una
categoría de la población no es, en definitiva, más que otra cara de la
pobreza. En estas condiciones, una acción eficaz para resolver el problema del
hambre exige no sólo soluciones técnicas, sino sobre todo voluntad política: la
seguridad alimentaria exige un auténtico salto en la escala de desarrollo. Para
el cumplimiento de los objetivos fijados en el año 2000 en la Cumbre del
Milenio para el año 2015, será necesario seguir
ejemplos como el de la “Revolución verde”, que ha permitido a la India,
en un gran esfuerzo colectivo, abastecer sus graneros de tal forma que, siempre
en un ambiente de gran frugalidad, han podido atenderse la necesidades básicas
alimentarias de unos de los países más poblados del mundo. En 20 años,
comprendidos entre 1965 y 1985, se logró duplicar la producción de arroz.
Plantar las 2.000 variedades existentes, elegir las más interesantes, cruzarlas
entre ellas para reunir los caracteres buscados y eliminar los indeseables,
fueron las principales etapas de la “revolución” que, por sus resultados, ha
desmentido en parte las previsiones formuladas por la FAO a finales de los años
70.
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El apoyo biotecnológico.
Paralelamente a la mejora de los actuales sistemas de
producción y distribución de alimentos, se abren nuevas vías que esperemos
aseguren la erradicación del hambre y la desnutrición, y la satisfacción de las
necesidades alimentarias de todos los seres humanos. La selección de variedades
vegetales que pueden cultivarse en tierras áridas, la identificación de
antídotos biológicos frente a plagas vegetales – como la de la polilla verde de
la mandioca, tan importante para la alimentación en África – así como la
obtención de híbridos que por prácticas de genética mendeliana presenten
resistencia a enfermedades en frutos que, como la banana, son también tan
importantes en la nutrición de muchos países, ... son motivo de gran esperanza.
Según estimaciones prudentes, las biotecnologías vegetales permitirían aumentar
de un 10 a un 15% la producción agroalimentaria en el transcurso de los
próximos 20 años. En principio, la biotecnologías pueden intervenir en todos
los estadios del desarrollo de una planta: creación, crecimiento, cosecha,
conservación, utilización, transformación, comercialización y tratamiento de
los residuos. En cada uno de estas etapas pueden aportarse mejoras beneficiosas
para el medio ambiente, gracias al desarrollo de prácticas más eficaces, menos
contaminantes y menos consumidoras de recursos. A la vista de los estudios en
curso, seguramente se producirán avances espectaculares gracias a nuevos
métodos de modificación genética encaminados a incrementar la resistencia de
las plantas a los virus y las enfermedades, a la sequía, a la sal, el frío y el
calor.
Uno de los logros científicos que constituiría un auténtico
punto de inflexión en la producción agrícola sostenible sería la incorporación,
por ingeniería genética, del sistema nitrogenasa, propio de las leguminosas, a
las raíces de plantas especialmente relevantes en alimentación. Este sistema es
capaz de captar directamente el nitrógeno atmosférico, de tal modo que no son
necesarios los abonos habituales, evitándose la infiltración de nitratos en las
fuentes de aguas subterráneas y la contaminación de los ríos y lagos y, en
último término, del mar. De este modo, la producción de arroz, que es el gran
objetivo de la captación directa de nitrógeno atmosférico, podría aumentar
extraordinariamente sin efectos negativos sobre el medioambiente.
El adecuado uso de las biotecnologías permitiría, entre
otros, alcanzar los siguientes objetivos: adaptación a las condiciones
agroclimáticas locales; mejora de los rendimientos agrícolas; mejora de las
condiciones de comercialización y creación de nuevos productos que compitan
favorablemente con los actuales productos agrícolas; complementación de las
raciones alimenticias de los pueblos que sufren subalimentación crónica
mediante el enriquecimiento de su dieta habitual con aminoácidos esenciales,
vitaminas y oligoelementos... . Todo lo dicho hasta este momento en relación a
la producción agrícola puede trasladarse a los demás “orígenes alimenticios”,
como la ganadería y la pesca. Son bien conocidos los procesos tecnológicos que
han ido sustituyendo a los medios tradicionales, hasta culminar con la
acuicultura, cuya expansión en estos momentos corre paralela a la de los
cultivos bajo plástico, que han modificado el paisaje en tantas zonas del
mundo, y las granjas avícolas, que recuerdan, por su precisión y automatismo,
los “tiempos modernos” magistralmente abordados hace años por Charles Chaplin.
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Rigor científico.
Cuanto antecede nos lleva a recomendar, a todas las escalas,
lo que hoy constituye una de las dimensiones imprescindibles en el diseño de un
futuro más justo y luminoso para todos: el rigor científico. Los problemas que
se plantean, de toda índole, incluyendo desde luego los aspectos bioéticos, no
pueden zanjarse de forma intransigente mediante criterios tradicionales,
ideológicos, económicos, políticos, etc. Deben abordarse en debates
transdiciplinares que permitan alcanzar en cada momento las soluciones más
adecuadas, evitando que se repitan sucesos de tanto impacto como el de las
“vacas locas”, que condujo a la Unión Europea y a la mayor parte de los países
que la integran a adoptar medidas drásticas, sacrificando innecesariamente
centenares de miles de cabezas de ganado vacuno, sin que se hayan estudiado a
fondo las causas que llevaron a la patología que afectó a casi 200 mil reses en
el Reino Unido, y que ha conducido en la práctica a la sustitución de las
harinas cárnicas utilizadas principalmente en Europa por las harinas de soja
procedentes de los Estados Unidos. Por el hecho de que una fábrica de harinas
cárnicas inglesa no aplicara, con el fin de disminuir costos, el tratamiento
UHT y el tratamiento químico, de tal modo que los priones no eran desactivados
y podían, por tanto, reduplicarse, se ha modificado de raíz todo el sistema de
aporte proteico a la cabaña europea. Hagan cuentas y verán lo que esto
representa. Entre tanto, el impacto de las alteraciones espongiformes bovinas
en la adquisición de las disfunciones propias de la enfermedad de
Creufeldt-Jacob por parte de los consumidores, no ha sido seguido con el
interés que merecía y seguimos prácticamente inermes ante estas proteínas,
llamadas en un tiempo “virus lentos”, que son capaces de acumularse en el
sistema nervioso y producir neuropatías irreversibles.
Otra cuestión que se halla hoy en el vértice del debate
científico, con gran incidencia en la producción de alimentos, es el uso de los
transgénicos, de los organismos genéticamente modificados (OGM). Aquí, de
nuevo, sólo cabe la discusión serena, la consideración caso por caso, teniendo
en cuenta todas las opiniones pero sin permitir que ninguna de ellas se imponga
por otra causa que la argumentación científica. Durante años hemos estado
utilizando los “transgénicos mendelianos”, los híbridos obtenidos a través de
la tecnología genética clásica. En España existían más de 60 variantes de
trigo, que hoy se encuentran cuidadosamente depositadas en las genotecas,
habiéndose sustituido en el campo por un puñado de híbridos que presentan como
aspectos positivos – los hay también adversos – una mayor concentración en
aminoácidos, mayor flexibilidad frente a los aguaceros y el viento, etc.
Está claro que debería existir una mayor información de la
realidad científica a los Parlamentarios, a los Consejos Municipales, a los
medios de comunicación. ¿Cómo puede pedirse a los parlamentarios que juzguen
sobre los efectos de la capa de ozono o de las harinas cárnicas indebidamente
obtenidas, sin proporcionarles los datos que les permitirían decidir
objetivamente? Lo mismo se aplica a cualquier cuestión que requiera una
fundamentación basada en los últimos conocimientos disponibles.
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Otro mundo es posible.
En “Un mundo nuevo” hemos destacado ocho aspectos
especialmente importantes para eliminar la inseguridad alimentaria: la
transición demográfica; una más adecuada capitalización de suelo; el aumento de
la productividad por las biotecnologías; la importación de víveres; la
redistribución espacial de la poblaciones; inversiones en infraestructura; la
participación de los países del “norte”; y el aumento necesario de una demanda
solvente. Cada una de estas “soluciones” se abordan en profundidad, de tal modo
que ejerzan la mayor influencia respectiva posible en el tratamiento de cada
caso concreto. Una de las conclusiones más interesantes, que no debemos
soslayar en los grandes planteamientos sobre la seguridad alimentaria, es la
importancia de la educación y la formación en los procesos de desarrollo. En
efecto debe plantearse la cuestión de la seguridad alimentaria en un contexto
más amplio, en relación con la evolución de los factores demográficos, las políticas
de sanidad y las políticas educativas. Además de mejorar las infraestructuras
para un desarrollo sostenible (sistema de riego, medios de transporte,
comercialización, red bancaria y sistema crediticio) debe favorecerse una
gestión eficaz de los recursos naturales, particularmente en lo que se refiere
en las tierras cultivables y los recursos hídricos. La cooperación
internacional es fundamental para, no sólo mejorar la producción de alimentos
sino, lo que es cada vez más necesario en todas la facetas de la calidad de
vida, los mecanismos prospectivos, no sólo para evitar acontecimientos
negativos sino para enderezar con tiempo tendencias erróneas. Una vez más,
saber para prever, prever para prevenir.
Derecho a la vida, derecho a la alimentación, derecho a la
salud,... son ingredientes esenciales de la cultura de paz, de entendimiento y
de diálogo que debe sustituir a la secular cultura de guerra que estamos
viviendo, cultura de imposición y de fuerza. Dentro de los programas de acción
para una cultura de paz (Declaración de la Asamblea General de la Naciones
Unidas de 13 de septiembre de 1999) se establece, en el marco de las medidas
para promover el desarrollo económico, ....“reforzar la medidas que se adopten
a todos los niveles para aplicar estrategias nacionales en pro de la seguridad
alimentaria sostenible...”. Y, en el contexto de las medidas para promover la
paz y la seguridad internacionales, ... “eliminar los obstáculos para el goce
pleno de los derechos humanos, incluidos el derecho de todos a un nivel de vida
adecuado para la salud y el bienestar y el derecho a los alimentos, a la
atención médica...”.
En el Documento “Estrategia de la Unión Europea para un
desarrollo sostenible”, aprobado por el Consejo celebrado en Göteborg el 15 de
junio de 2001, se establece lo que sigue, dentro de los objetivos principales
de “Responder a las amenazas a la salud pública”: “La seguridad y la calidad de
los alimentos será el objetivo de todos los protagonistas de la cadena
alimentaria”. Y, en el marco de la medidas a escala comunitaria, se resuelve:
“Mejorar la información a los consumidores y su concienciación (incluso por la
educación), así como asegurar un etiquetaje claro de los alimentos”...
“Creación, el año 2002, de la Autoridad Alimentaria Europea”... .
La seguridad alimentaria debe basarse en unos principios
universalmente reconocidos, para orientar la gobernanza a escala nacional y
supranacional, que no puede transferirse a los avatares del “mercado”. Esta
dejación de las responsabilidades de gobierno en las llamadas “leyes de
mercado” ha constituido uno de los hechos más sorprendentes y denigrantes de la
historia contemporánea. Se han sustituido los principios por los beneficios a
corto plazo. En el año 1996, en el apogeo de los buenos resultados que para los
países más prósperos se estaban obteniendo, se llegó a preconizar el enorme
disparate de añadir a la economía de mercado, la democracia de mercado, la
sociedad de mercado!. Junto a la privatización rampante, incluidos los
servicios públicos básicos, se ha originado una situación de grandes asimetrías
y desgarros en el tejido social a escala global, con la profunda contradicción
que representa la existencia de sistemas democráticos nacionales y la carencia
de un marco jurídico-ético a nivel mundial. Los “deberes” de los gobernantes no
pueden privatizarse, deben ejercerse en su plenitud, orientados por unos
valores comunes, que no deben en ningún caso mercantilizarse. Ya lo advirtió
severamente D. Antonio Machado: “Es de necio confundir valor y precio”.