Hasta hace
poco, vivíamos confinados territorial e intelectualmente. La inmensa mayoría de
la gente nacía, vivía y moría en unos cuantos kilómetros cuadrados. De pronto,
las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información nos permitieron
“conocer el mundo”, comparar. Nos han permitido saber la realidad circundante y
la lejana. Apreciar lo que tenemos y las precariedades ajenas.
De pronto,
nos damos cuenta de que, por fin, podemos pasar de súbditos a ciudadanos.
De pronto,
la mano tendida, la solidaridad sin fronteras. Ciudadanos sin dependencias, con
las alas libres para el vuelo alto.
De pronto,
la insumisión, porque la conciencia exige y apremia.
Nos damos
cuenta de que las riendas del mundo están en muy pocas manos y que los pueblos
“nuestros” no se emanciparán si no son
capaces de traducirse en los de “nos-otros”… y de que es perentorio
rechazar el mando de los grupos plutocráticos que impusieron el Presidente
Reagan y la Primer Ministra Thatcher, refundando unas Naciones Unidas eficaces.
Nos damos
cuenta de que con urgencia debemos situar los valores éticos, los “principios
democráticos” que con tanta lucidez establece la Constitución de la UNESCO,
donde los “globalizadores neoliberales” pusieron a los “mercados”.
Nos damos
cuenta de que a escala europea debemos adaptar rápidamente los Tratados de tal
modo que compensemos el disparate de haber comenzado la casa por el tejado, con
una unión monetaria sin una unión económica y política previa, sin una
federación fiscal eficiente. Y adquirir plenamente la autonomía en materia de
seguridad. En suma, conseguir una Unión en la que tengan voz los 27 Estados… y
no sólo uno.
Y en
España, concluir la “sinfonía inacabada” de la Constitución en lo que se
refiere a las Comunidades Autónomas,
cuya estructuración se detuvo
porque algunos militares nostálgicos –que de todos modos dieron el Golpe
de Estado el 23 de febrero de 1981- acusaban al Presidente Adolfo Suárez de que
España resultaría “rota además de roja”… Una Constitución propia de un Estado
federal con gran autogobierno y sin privilegios “históricos” en algunos de sus
componentes. “Si quieres ser universal,
ama a tu pueblo”, escribió D. Antonio
Machado, el mismo que proclamó la estulticia de los líderes que cambiaron los
valores éticos por los bursátiles: “Es de necio confundir valor y precio”. Sí,
ciudadanos plenos de “nuestra tierra”, muy comprometidos, pero ciudadanos del mundo.
“Nosotros,
los pueblos…”, como se inicia la Carta de las Naciones Unidas. Ciudadanos del
mundo, ciudadanos organizados. Ciudadanos interactivos a través de las redes
sociales, en el ciberespacio. ¿Cómo formar una gran red de redes? Con ciudadanos
involucrados, militantes de los cambios radicales que la igual dignidad de
todos los seres humanos exige. Es necesaria una implicación efectiva. Unamos nuestras voces y nuestras
manos, para que, en poco tiempo, sea la ciudadanía del mundo la que tome, por
fin, el relevo del poder absoluto de los pocos.