Desde el origen de los tiempos, siempre la fuerza. “Si quieres la paz, prepara la guerra”. Hubo intentos de resolver los conflictos por la mediación, la conciliación, la palabra. Woldroow Wilson, en 1919, con la creación de la Sociedad de Naciones, y Franklin Delano Roosevelt en 1945 al final de la segunda guerra mundial al crear las Naciones Unidas… Ambas iniciativas fracasaron porque sustituyeron rápidamente la fuerza de la razón por la razón de la fuerza, la democracia multilateral por el veto, la gobernanza de “Nosotros, los pueblos” por la gobernanza plutocrática neoliberal.
En efecto, las razas aria, romana y nipona se consideraron superiores a las otras y el resultado fue la segunda guerra mundial. Y luego impusieron el veto de los vencedores y acallaron la voz de “Nosotros, los pueblos” y se inició la “guerra fría” entre las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Han habido algunas pausas de esperanza:
1) cuando Eisenhower, con todo su prestigio, desvela las limitaciones del poder civil al transferir la presidencia en enero de 1961 al Presidente Kennedy[1].
2) Gorbachev en 1986 cambia radicalmente la política seguida por sus antecesores en la presidencia de la Unión Soviética y ofrece a Reagan, en Reikiavik, no sólo la desaparición de la URRSS en una Comunidad de Estados Independientes sino que le ofrece la eliminación total de las ojivas nucleares. Reagan no sólo retuvo el 30% de la seguridad nuclear después de consultar a la cúpula militar, sino que creó el G-6, primer grupo de países –luego vinieron el G-7, G-8, G-20…- en manos del “gran dominio” (financiero, militar, mediático, energético, digital…).
3) El Presidente Barack Obama en 2015 firma los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático y dos meses después la Resolución de la Asamblea General sobre la Agenda 2030 “para transformar el mundo”. A los pocos meses el Presidente Donald Trump manifestó, recién nombrado, que incumpliría los dos compromisos suscritos por su antecesor… y silencio. Y la Unión Europea, silencio…
4) Ahora, porque por primera vez en la historia “Nosotros, los pueblos”, ya sin discriminación de género o por otras razones pueden expresarse libremente. Ahora, sí, los pueblos ya tienen voz. Ya pueden sustituir la fuerza y la imposición por la palabra, ya pueden coger en sus manos, a través de un multilateralismo democrático, las riendas del destino común. Ahora, por fin, la mujer en el estrado. Ahora la ciudadanía mundial no sólo tiene la palabra sino las pautas de acción (Agenda 2030 y ODS).
Me gusta repetir, por la influencia que tuvo en mi propia vida en aquel momento, lo que me comentó el Presidente Nelson Mandela en Pretoria en 1996, cuando yo le indicaba mi decepción por el poco arraigo que estaba teniendo la cultura de paz y no violencia en sustitución de la cultura de imposición, dominio y guerra que había prevalecido hasta entonces… y que sigue ahora, todavía, resistiéndose, seguramente ya por poco tiempo, a abandonar el escenario público como gran protagonista. El Presidente Nelson Mandela me dijo: “Es cuestión de poco tiempo. La mujer será muy pronto la “piedra angular” de la nueva era”. Y añadió: “Porque la mujer sólo excepcionalmente utiliza la fuerza cuando el hombre sólo excepcionalmente no la utiliza”.
Ahora podemos. Y debemos. Ahora actores y nunca más espectadores. Ante amenazas globales potencialmente irreversibles no caben excusas ni aplazamientos. Es tiempo de acción impostergable. Y para ello la ciudadanía debe ser plenamente consciente de que es impostergarble actuar resueltamente para una gobernanza multilateral y democrática.
En efecto, el primer paso de unas Naciones Unidas reformadas, con amplia participación de la sociedad civil y un Consejo Socioeconómico y otro Medioambiental añadidos al actual Consejo de Seguridad, y todos ellos sin veto, sería adoptar en una de sus primeras acciones de inflexión global la Declaración Universal de la Democracia[2].
Ahora este llamamiento a la acción no puede desoírse una vez más. En muchos años de intensa colaboración a escala mundial como Director General de la UNESCO (1987-1999) tuve respuestas siempre adversas, aún cuando se trataba de clamores populares de tanto relieve como los de la I Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro en 1992 o el de la II Cumbre en Johannesburgo diez años después. En 1999, la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz precede, en el momento en que se inicia un nuevo siglo y milenio, a la Carta de la Tierra, uno de los documentos seguramente más luminosos de los que se precisaban, sin duda, en fechas de tan sombríos augurios, junto a los objetivos mundiales que deberían cumplirse a partir del año 2000… Unos años más tarde, en 2005, se aprobó en España (noviembre de 2005) la Ley sobre el Fomento de la Educación de la Cultura de Paz… que, como ha sucedido en todos estos casos, no ha merecido la menor atención.
En aquellos años y hasta hace bien poco teníamos que resignarnos porque “Nosotros, los pueblos”, no existíamos y carecíamos de pautas muy claras de acción. Ahora, es posible la transición de una cultura milenaria de poder absoluto masculino y fuerza a una cultura de encuentro, mediación, conciliación y paz, desde la plena igual dignidad de todos los seres humanos. Ahora, sí, el sueño del Presidente Roosevelt y de Eleonora (Declaración Universal de los Derechos Humanos) puede llevarse a la práctica.
En París, el 20 de enero de 1990 escribí estos versos al final de un poema:
“Sabemos / y por lo tanto / no tenemos excusa. / ¿Cómo podemos / conciliar el sueño / siendo cómplices?”.
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*Director General de la UNESCO (1987-1999). Presidente Fundación Cultura de Paz
[1]https://www.bbc.com/mundo/noticias-42726723
[2]https://declaraciondemocracia.wordpress.com/declaracion-democracia-2/