Hay que
difundirla, hay que proclamar la apremiante necesidad de su puesta en práctica como prioridad
personal y colectiva para hacer frente a los desafíos globales –algunos
potencialmente irreversibles- que la deriva neoliberal y su gobernanza
plutocrática (G7, G8, G20) ha planteado a la humanidad en su conjunto.
Cada niño
es el patrimonio supremo a proteger, a prevenir, a remediar. Sólo si logramos
incorporar esta implicación en la “hoja de ruta” del comportamiento cotidiano
de todos será posible superar los sombríos vaticinios que se ciernen sobre una
ciudadanía mundial que el “gran dominio” (militar, financiero, energético,
mediático) mantiene distraída y atemorizada, con informaciones que en gran
medida requieren verificación y que, en lugar de promover “actores muy activos”
procuran espectadores impasibles…
En lugar de
la globalización del compromiso social, se ha globalizado la indiferencia. En
lugar de incrementarse la ayuda al desarrollo, se ha alcanzado la más
inconcebible y manifiesta insolidaridad.
Hasta hace
poco, lo seres humanos no podíamos expresarnos libremente. Pero ahora, gracias
a la tecnología digital, la gente ya sabe lo que acontece y puede manifestar su
opinión. Y, sobre todo, la mujer se incorpora progresiva y rápidamente, en el
plano de total igualdad que le corresponde, al escenario público. Desde el
origen de los tiempos, la humanidad ha vivido sometida a un poder absoluto
masculino, basado en la razón de la fuerza. “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra).
La inmensa mayoría de los seres humanos nacían, vivían y morían en unos
kilómetros cuadrados, y no sabían más que lo acontecía en su entorno inmediato.
Eran obedientes, silenciosos, sumisos. Ahora, en pocos años, el panorama se ha
modificado sustancialmente, de tal modo que el silencio se convierte en
cómplice y delito. Es inaplazable
–porque mañana puede ser tarde- actuar de tal manera que seamos capaces de
cambiar “de rumbo y nave”, según la lúcida expresión de José Luis Sampedro.
El inmenso
poder mediático hace que una gran proporción de “Nosotros, los pueblos” se
halle abducida por temas y espectáculos que la mantienen inactiva, distraída,
sin implicación, sin intervenir, sin comprometerse.
Es
especialmente inadmisible que las comunidades académica, científica, artística,
literaria, intelectual, en suma, sigan sin liderar la movilización popular. En
los últimos años, por fortuna, son la mujer y la juventud los que asumen
responsablemente las funciones que les corresponden.
No me canso de recordar que todos los días se invierten en
armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares al tiempo que mueren
de hambre y de pobreza extrema miles de personas, la mayoría niñas y niños de
uno a cinco años de edad. Pero a los que se guían exclusivamente por el PIB,
por el índice de crecimiento económico y no de desarrollo humano, estas
noticias no les conmueven. Por ello, en estos momentos tenemos que añadir que
la sustitución de la razón de la fuerza por la fuerza de la razón, la plena incorporación de la palabra
en lugar de los cañones para la solución de los conflictos es insoslayable
porque, si se siguen desoyendo estos argumentos, se producirá un deterioro tal
en la habitabilidad de la Tierra que ya no podremos garantizar una vida digna a
nuestros descendientes, a las generaciones venideras. Esta es hoy la gran
responsabilidad, esta es hoy la gran
apelación.
Desde mediados del siglo pasado, la UNESCO ya proclamó que
era preciso tener muy en cuenta la relación hombre-biosfera. Y creó un Programa
específico sobre esta cuestión, y grandes proyectos internacionales hidrológicos,
geológicos y oceanográficos. A principio de la década de los 70, el Club de
Roma, con su fundador Aurelio Peccei al frente, advirtió de la necesidad de “limitar el
crecimiento”. Y en 1979, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos puso de
manifiesto que no sólo las emisiones aumentaban a un ritmo inaceptable sino que
la recaptura del anhídrido carbónico por parte de los océanos estaba
disminuyendo, debido a que los barcos transportadores de petróleo lavaban sus
tanques después de la destilación en alta mar, en lugar de utilizar las
instalaciones portuarias adecuadas. La reacción fue contraria a la deseable: se
constituyó una gran Fundación Exxon-Mobile para demostrar “científicamente” lo
contrario…
Oídos sordos. Oídos sordos sobre todo del Partido Republicano de los Estados
Unidos, que nunca ha sido partidario del multilateralismo, cuando los problemas
globales no pueden resolverse más que con medidas globales. Hace un siglo, en
1919, impidió que la Liga de Naciones, creada por el presidente demócrata,
Woodrow Wilson, fuera eficaz y evitara un nuevo conflicto, porque consiguió
-¡qué atroz incoherencia!- que Estados Unidos no formara parte de la misma. Y
así fue posible todo lo que sucedió en el corazón de Europa en los años 20 y
30, los brotes de supremacismo, de fanatismo, de xenofobia… que desembocaron en
la segunda guerra mundial. En los años
80 concluye la “guerra fría”, la carrera armamentista entre las dos
superpotencias que había ensombrecido la actuación del excelente diseño
multilateral del Presidente Roosevelt, con unas Naciones Unidas dotadas de unas
Organizaciones especializadas en las grandes prioridades de la alimentación, la
salud, la educación, la ciencia y la cultura, el medioambiente, el desarrollo
sostenible… y, especialmente en los niños. UNICEF, ha sido, sin duda alguna, y
seguirá siendo, un gran motor de acción porque para la inmensa mayoría de la
gente la palabra “niño” es la que lleva de forma inmediata a la participación,
al compromiso personal…
¡Con la excepción del Partido Republicano de los Estados Unidos!
Recuerdo cuando en noviembre del año 1989, Jim Grant, el gran gigante de la
cooperación internacional y fundador de UNICEF, me invitó –en calidad de
Director General de la UNESCO a la sazón- a la solemne firma de la Convención Internacional
sobre los Derechos del Niño. En la
Asamblea General de las Naciones Unidas, se reunió “todo el mundo”. Jim iba y
venía saludando a Jefes de Estado, Reyes, Emperadores, Primeros Ministros…
Nadie, nadie rehúsa participar en favor de la infancia. De pronto, pálido,
consternado, me indica que el Presidente
de los Estados Unidos, George Bush padre, acaba de manifestar que no firmará la
Convención. “¡Pero si nos hemos reunido aquí para esto, como usted sabe muy
bien…!”. Fuimos muchos los que intentamos persuadir al Presidente, que se
mantenía ilógicamente, absurdamente, en contra de firmar la Convención.
Decidimos proponerle que firmara (¡no firmara!) en último lugar, como
Presidente del Estado anfitrión, para no dar lugar a un seguimiento de su
actitud por parte de otros países que no comprenderían cómo se les había citado desde el otro lado del mundo para
lo que allí estaba ocurriendo… Cuando iba a comunicar que no firmaba empezamos a
cantar: “We are the world, we are the
children”… de tal manera que la mayor parte de asistentes no conocieron la
noticia de que los Estados Unidos no habían suscrito la Convención hasta el día
siguiente. Y siguen sin haber firmado, a pesar de los esfuerzos de Obama. ¡El
único país del mundo que, por influencia del Partido Republicano, no ha
suscrito la Convención!
En otoño de 2015, los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático y la adopción por
las Naciones Unidas de los Objetivos sobre Desarrollo Sostenible “para el
progreso del mundo”, representaron una pausa de esperanza a escala mundial…
hasta que, inmediatamente después de su nombramiento, el insólito Presidente Donald
Trump anunciara que no pondría en práctica estos acuerdos… y que lo único
importante era ¡más dinero para defensa! Los G7 ratificaron inmediatamente esta
petición… pero ninguno se atrevió a decirle al Presidente Trump que debía
cumplir los compromisos internacionales refrendados por su antecesor.
Es ahora, pues, apremiante, refundar el multilateralismo, poner en mano de todos los
países y no de seis, siete o veinte la gobernanza mundial. Y hacerlo con
urgencia, teniendo en cuenta nuestras responsabilidades intergeneracionales. El
17 de diciembre de 1998, el formidable “Máximo” publicó en “El País” la viñeta
que ahora se reproduce. Está claro que debemos procurar invertir los tamaños
para alcanzar un gran Pacto Mundial por la Infancia, de acuerdo a las
directrices de la Convención.
Sólo en la medida en que pongamos en marcha un nuevo concepto de seguridad basado en las
prioridades antes indicadas de las Naciones Unidas seremos capaces de
reconducir la actual deriva a escala
global. Y no me cabe duda alguna de que el mejor aldabonazo es siempre el que lleva
la imagen de una niña o de un niño. Esto es lo que el Comité Español de UNICEF ha
puesto de manifiesto para conmemorar el 30 aniversario de la proclamación de
los Derechos de la Infancia: la reacción popular, ahora ya posible presencial y
en el ciberespacio, deberá ser liderada por este convencimiento. He repetido
con frecuencia aquella frase maravillosa de Eduardo Galeano en que una niña, al
bajar del autobús de una excursión escolar que le llevaba por primera vez a ver
el mar, tiró de la falda de la maestra y le dijo: “Maestra, ayúdeme a mirar”.
Ahora son los niños los que deben ayudarnos a mirar a quienes tenemos la
responsabilidad de llevar a efecto un cambio radical de la situación actual, de
refundar un Sistema multilateral y eliminar todas estas fórmulas inoperantes y
tendenciosas, de tal modo que podamos en breve plazo ser “Nosotros, los
pueblos” los que, de la mano de los niños, sepamos recorrer iluminados caminos
del mañana.
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