“Pronto dejamos de recordar
lo que era inolvidable”.
(Parafraseando a Borges).
Hasta
ahora, una vez pasadas las primeras reacciones humanitarias a las tragedias, la
humanidad ha olvidado y ha seguido las pautas y el ritmo cotidiano sin tener ya
en cuenta las inmensas heridas sin restañar. Un ejemplo todavía reciente es el
de Haití. Inmediatamente después del terremoto -el día 14 de enero de 2010-
escribí al final del artículo “A vuela pluma: Haití”, lo siguiente: “Los
líderes deben saber que la sociedad civil tendrá, por fin, voz, sobre todo en
el ciberespacio, y la elevará progresivamente. Que podremos mirar a los ojos de los supervivientes
y decirles: el tiempo de la insolidaridad y del olvido, el tiempo del desamor,
ha terminado”.
En
varias ocasiones después uní mi voz a la de Forges que repetía en sus viñetas
“Y no te olvides de Haití”. “Hace bien
en insistir, dije, porque nos recuerda la velocidad con que nos olvidamos del tsunami
de diciembre del año 2005; de los terremotos de Perú, de China… y Darfur… y de
los acontecimientos que hace tan sólo tres lustros asolaron Haití”. Allí estuve y escribí: “Se fueron los últimos
/ soldados / y estalló la paz / en vuestra vida, / sin reporteros / que filmen
/ cómo se vive y muere cada día… / Ya no moriréis / de bala y fuego. / De olvido / volveréis a moriros. / Como
siempre”.
En un
mundo armado hasta los dientes pero incapaz de disponer de la tecnología y el
personal capacitado para hacer frente a las catástrofes naturales, mediante una
gran acción conjunta coordinada por las
Naciones Unidas… todo sigue igual. Debemos movilizarnos contra este curso
aparentemente inexorable de los acontecimientos, para que los gobernantes
adviertan que ha llegado el momento inaplazable de poner en marcha un
desarrollo global sostenible en lugar de la actual economía de especulación y
guerra… Desplazando de una vez a los grupos plutocráticos en cuyas manos se han
puesto, irresponsablemente, las riendas del destino común.
100.000
edificios destruidos, más de un millón de desplazados, 150.000 enfermos de
cólera con más de 3.500 muertos que se añadían a las casi 300.000 víctimas del
seísmo. Se pensó, con toda la razón, que no quedarían desoídos sus gritos de
ayuda… pero las Naciones Unidas marginadas y gobernado el
mundo por los más prósperos y poderosos, pronto quedó muy reducido el apoyo
internacional y casi olvidada la gran tragedia sufrida. Las manos que tenían
que estar tendidas se hallaban armadas y alzadas. Y la inmensa mayoría
distraídos, sin recordar que a todos nos corresponde plantar semillas de
amor y de justicia.
Este
mismo año de 2020, el 12 de enero, justo a los diez años de la catástrofe, “El
País” publicaba un artículo de Jacobo García titulado “Lecciones de Haití”, del
que extraigo unos párrafos: “…En pocas horas, el aeropuerto de Puerto Príncipe
se quedó pequeño para recibir docenas de aviones con alimentos, tiendas de
campaña y bomberos… El Presidente Bill Clinton organizó en Montreal una
conferencia de donantes y ONGs de todo el mundo acudieron… Una década después,
la hambruna se extiende en un país donde 1.2 millones de habitantes viven en
situación de emergencia alimentaria… El 60% de la ayuda financiera y aprobada
nunca llegó a Haití". A pesar de los esfuerzos extraordinarios de las Naciones
Unidas y de la Cruz Roja la vulnerabilidad de Haití sigue sin aminorarse. Sus
“lecciones” no se aplican.
En
consecuencia, constituye una auténtica exigencia ética que no suceda lo mismo
con las “lecciones del coronavirus”. Es imperativo que los ciudadanos
del mundo -frente a amenazas globales no caben distintivos individuales- dejen
de ser espectadores abducidos y anonadados para convertirse en actores
decididos para que no se olvide, una vez más, lo que debe ser inolvidado: que
los índices de bienestar se miden en términos de salud y participación, de calidad de vida y creatividad, y no por el
PIB, que refleja exclusivamente crecimiento económico, siempre mal repartido;
que es apremiante un nuevo concepto de seguridad que no sólo atienda a la
defensa territorial sino a los seres humanos que los habitan, asegurando su
alimentación, agua potable, salud, cuidado del medio ambiente, educación; la
inmediata eliminación de la gobernanza por los grupos plutocráticos y el
establecimiento de un eficiente multilateralismo democrático; la puesta en
práctica, resueltamente, de la Agenda 2030 (ODS) y de los Acuerdos de París
sobre Cambio Climático, teniendo en cuenta, en particular, los procesos
irreversibles.
En
plena crisis vírica tengamos en cuenta -para que las lecciones sean realmente
aprendidas y aplicadas en todo el mundo- la situación en países que siempre
quedan fuera del punto de mira de los “grandes” , como la plaga de langostas
que hoy mismo causa estragos en Kenia, Etiopía y Somalia; las víctimas del sida
y del dengue; y las víctimas de la creciente insolidaridad internacional con
las personas refugiadas y migrantes.
En
resumen: ahora sí, ahora sí que ya tenemos voz por primera vez en la
historia, “Nosotros, los pueblos” vamos a recordar las lecciones de Haití y las
del coronavirus para iniciar a escala global una nueva era con otro
comportamiento personal y colectivo de tal manera que todos y no
sólo unos cuantos disfruten de la vida digna que les corresponde.