La fusión nuclear, objetivo esencial para una nueva era de bonanza

miércoles, 31 de julio de 2019


La obtención ilimitada de energía por fusión nuclear representaría una auténtica inflexión histórica, ya que la humanidad podría reconducir adecuada y oportunamente la actual deriva ecológica y asegurar un desarrollo humano con calidad de vida digna a escala global.



Se han venido realizando progresos para conseguir la fusión en lugar de la fisión nuclear, pero los intereses cortoplacistas de los grandes traficantes de combustibles fósiles  unidos a los de quienes restringen el ámbito de la seguridad a la hegemonía territorial han impedido que se dedicaran al proyecto científico internacional ITER los recursos de toda índole que hubieran permitido avanzar con el apremio exigible. ¡Y éste es el único acelerador que interesa ahora acelerar!



No me cansaré de repetir que ha llegado el momento de la “voz de los pueblos”, liderados por las comunidades científica, académica, artística, literaria, intelectual en suma, para conseguir una nueva gobernanza multilateral que aplique con diligencia las prioridades de las Naciones Unidas (alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medioambiente y  educación) al tiempo que aporte todos los medios necesarios para grandes  acciones conjuntas que permitan disponer lo antes posible de energía procedente de fusión nuclear.



Frente a los miopes gobernantes que no alcanzan a ver más allá de los sombríos horizontes actuales… la voz de los científicos, la voz de los pueblos en favor de los cambios que, todavía, podrían permitir un legado intergeneracional  adecuado.



Es imprescindible resistir. Resistir para no ser espectadores en lugar de actores; para ser ciudadanos del mundo cuando los retos globales  acechan, especialmente a las generaciones venideras; resistir para no permitir que se incumplan por irresponsables líderes actuales los acuerdos sobre cambio climático y desarrollo sostenible que firmaron sus antecesores; resistencia para evitar la vergüenza de la insolidaridad y la indiferencia… Espero que, una vez más, tenga razón Albert Camus cuando escribió que “Sólo los resistentes tienen la última palabra”.

¿Otra “Misión, la Luna”? No. ¡Ahora más que nunca en el pasado, ”¡Misión, la Tierra!”

jueves, 18 de julio de 2019



Estos días se celebra el 50 aniversario de la feliz culminación del viaje  a la Luna. Los primeros pasos de un ser humano en el bellísimo satélite del planeta Tierra.  No cabe duda de que desde un punto de vista científico representa un motivo de satisfacción por todos los conocimientos y técnicas que implica. Pero ahora, al revisar la historia de estos cincuenta años, debemos apresurarnos a corregir tantos y tantos aspectos que ensombrecen el éxito espacial alcanzado en 1969.  Las inmensas inversiones que se requerirían para repetir la hazaña en 2024 no tienen la menor justificación social ni ética.

Al inicio de siglo y de milenio se prepararon una serie importante de pautas de conducta colectiva para que la comunidad científica tuviera sobre todo en cuenta no el brillo de unos cuantos sino el bienestar y la calidad de vida del conjunto de los seres humanos: la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz de 1999, la Carta de la Tierra y la Declaración de Derechos Fundamentales de la Unión Europea en el año 2000… ponían de manifiesto la necesidad apremiante de tener en cuenta antes que nada las cinco prioridades de las Naciones Unidas (alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medioambiente y educación).

Estas son las prioridades que ahora, mirando a los ojos de nuestros hijos y asumiendo nuestras responsabilidades intergeneracionales debemos tener en cuenta. Ahora, "Misión la Tierra. Ahora un nuevo concepto de seguridad que permita atender la calidad de vida de tantas personas que hoy malviven en unas condiciones inhumanas, desprovistas de lo más elemental. No me canso de repetir que es una vergüenza insoportable desde un punto de vista ético que cada día se inviertan en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares al tiempo que mueren de hambre y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas  y niños de uno a cinco años de edad.

“El gran dominio” (militar, financiero, energético, mediático), expresado a  través de los grupos plutocráticos neoliberales, solicita más dinero para la defensa territorial… sin tener en cuenta a los habitantes de estos territorios tan bien protegidos. Miles de efectivos humanos y técnicos para la defensa, con una precariedad total de medios humanos y técnicos frente a incendios, inundaciones, tsunamis, terremotos y otras catástrofes naturales.  En 2015, gracias a las Naciones Unidas -tan marginadas por el Partido Republicano de los Estados Unidos- y al Presidente Obama, hubo un destello de esperanza al suscribirse los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático y aprobarse en la Asamblea General de las Naciones Unidas la Agenda 2030 “para transformar el mundo”.

El Presidente Trump advirtió, inmediatamente después de su nombramiento, que no pondría en práctica ninguna de las medidas suscritas por su antecesor.

Y silencio. Silencio de la Unión Europea, tan insolidaria; silencio de la mayoría de los países que conforman el sistema multilateral; silencio de las comunidades científica, académica, artística… Silencio. Delito cómplice de silencio.

No más inversiones en artilugios bélicos y espaciales. No más manos cerradas, armadas, alzadas. Ahora manos abiertas al abrazo, a la solidaridad, al incremento de los fondos para la investigación biomédica sobre cáncer y enfermedades neurodegenerativas... para hacer frente al ébola y otras pandemias... para un medio ambiente de calidad, "para una vida digna!".

Ha llegado el momento de la transición histórica de la fuerza a la palabra. No podemos seguir callados. Sí, ha llegado el momento de que sean “los pueblos”, liderados por las mujeres y los jóvenes más avisados, los que tomen la palabra y decidan actuar en consecuencia.

NO. Otra "Misión, la Luna" o "Misión Marte", NO. Ahora, “¡Misión, la Tierra!”.

Ahora, sí, “Nosotros, los pueblos”

viernes, 5 de julio de 2019

Ha llegado el momento de, con gran apremio, implicarse en la gobernanza  a escala local y mundial para hacer frente a los procesos irreversibles que constituyen una grave amenaza para la calidad de vida sobre la Tierra.

Hace años que la UNESCO, el Club de Roma, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, el panel de científicos de las Naciones Unidas, han venido alertando primero y alarmando después sobre la necesidad de controlar los efectos perniciosos sobre el medioambiente –tierra, mar y aire- de emisiones de gases “con efecto invernadero” eliminados en la combustión de carburantes fósiles, especialmente utilizados en actividades industriales, transporte, refrigeración, etc.

Resultaba imprescindible, para que todos estos llamamientos no fueran desoídos y se adoptaran las medidas adecuadas, el rápido y eficaz funcionamiento del multilateralismo democrático, a través de unas Naciones Unidas dotadas de los recursos personales, de defensa, técnicos y financieros  necesarios para poder actuar con la diligencia y urgencia debidas.

El neoliberalismo no sólo desoyó tantos requerimientos de las comunidades científica y académica sino que puso las riendas del destino común de la humanidad en las manos de muy pocos países (grupos plutocráticos G6, G7, G8, G20), dóciles a la voz de su amo, que decidían siempre en virtud de intereses económicos cortoplacistas, haciendo caso omiso de síntomas de deterioro tan patentes como el cambio climático o la fusión del casquete Polar Ártico.

En el otoño de año 2015, gracias en buena medida al Presidente Obama, se suscribieron los Acuerdos de París sobre Cambio Climático y las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030, que contiene los Objetivos de Desarrollo Sostenible “para transformar el mundo”.

El  periodo de esperanza fue muy breve: el Presidente Donald Trump, siguiendo las pautas de comportamiento de sus antecesores del Partido Republicano, marginó totalmente a las Naciones Unidas y declaró que no pondría en práctica los Objetivos de Desarrollo Sostenible ni los relativos al cambio climático.

Y silencio. Silencio de la Unión Europea  que todavía era vista por algunos como referente de unos valores universales que debían prevalecer.

Silencio de los grandes consorcios globales, guardianes celosos de los medios de comunicación e información.

Y silencio, el más incomprensible, de las comunidades académica, científica, artística, literaria,… intelectual, en suma.

Todos distraídos, todos mirando hacia otro lado cuando lo que deberían hacer era tener en cuenta a las generaciones que llegan a un paso de las nuestras y decirle al señor Trump que no se puede atentar impunemente contra la humanidad.

El Presidente norteamericano pidió más dinero para la defensa y todos los países silenciosos fueron, además, sumisos y corrieron  a decirle incrementarían sus inversiones en gastos militares y armas.  Por lo visto, más de 4000 millones de  dólares al día no son suficientes para la defensa territorial…  cuando en las mismas 24 horas mueren de hambre y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad.

Ha llegado el momento de tener muy presente cuanto antecede y levantar la voz, ahora que ya, por primera vez en la historia, “los pueblos” pueden expresarse libremente.

Debemos recordar a Stephane Hessel cuando nos recomendaba indignarnos e implicarnos y a José Luis Sampedro cuando advertía a la juventud de que era necesario “cambiar de rumbo y nave”.

Es imperativo proceder sin demora a establecer un nuevo concepto de seguridad, de tal modo que estas ingentes cantidades no se destinen sólo a ejércitos y armas para defensa de los territorios, sino para disponer de unos excelentes sistemas de prevención y acción con los que  hacer frente, por ejemplo, a los incendios que calcinan, en la propia Norteamérica, miles de hectáreas, sin que se hayan adoptado durante todo el año las medidas de cuidado de los bosques que son imprescindibles y no se disponga de la tecnología terrestre y aérea adecuada para una actuación eficaz. Lo mismo sucede con otras catástrofes como las inundaciones, los terremotos, los tsunamis… En una palabra, estamos preparados y tenemos en los cuarteles a miles de soldados para abordar los conflictos bélicos pero no  los naturales, para asegurar la pertenencia de terrenos pero no el bienestar de quienes  viven en ellos.

Una vez más, si se diera a las Naciones Unidas la posibilidad de actuar como corresponde, se aseguraría a todos los seres humanos, iguales en dignidad, las cinco prioridades del Sistema: alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medioambiente y educación.

Insisto: es necesario establecer un nuevo concepto de seguridad para hacer frente a las amenazas globales. Frente a problemas que afectan a la humanidad en su conjunto, reacción de ciudadanos del mundo.  En efecto, tenemos que reconocer que, cuantitativamente, la mayor parte de los países son irrelevantes. Frente a la India o  China, cada una de ellas con más de 1000 millones de habitantes, la mayor parte de las naciones del mundo carecen, en un análisis sereno, de peso. Pero, pueden ser cualitativamente extraordinariamente influyentes, si demuestran con sus acciones, con sus proyectos, su visión del futuro, etc. que pueden reconducir las actuales tendencias en el mundo y entrar con plena esperanza en la nueva era.

Ha llegado el momento de oír la voz de “Nosotros, los pueblos”, especialmente de las  mujeres y jóvenes, que hoy adquieren, en total pie de igualdad, responsabilidades que hasta ahora les estaban vedadas.


Con profunda preocupación por el silencio de unos  y por las declaraciones de otros (como la de los responsables  de las grandes multinacionales de la tecnología de la comunicación) pienso que es el momento, sin demora alguna, de promover grandes clamores mundiales de los “pueblos”, tan prematura como lúcidamente citados en la primera frase de la Carta de las Naciones Unidas en 1945, pero que son en estos  momentos la única esperanza.