Delito de silencio

martes, 1 de diciembre de 2020

Medioambiente y mínimos sociales: movilización popular antes de que sea demasiado tarde.

“Más que la injusticia de los malvados temo el silencio de los justos”
Mahatma Ghandi
 
No podemos seguir guardando silencio, adaptados disciplinadamente a la rutina cotidiana, ocupados en nuestros problemas diarios, en las aficiones que nos abstraen… Ahora ya tenemos voz. Ya no hay disculpa para no opinar, para no proponer con denuedo aquellas iniciativas que pueden favorecer los cambios radicales que son exigibles en este momento.
 
Especialmente cuando se trata de procesos potencialmente irreversibles y en los que pueden alcanzarse puntos de no retorno, el silencio popular puede convertirse en complicidad con quienes siguen impulsando sistemas sociales y económicos que incrementan las asimetrías y las situaciones extremas.
 
Ejemplos de propuestas que deberían recibir múltiples e inmediatas adhesiones:

1)    Incrementar inmediatamente los fondos para un desarrollo integral, endógeno, sostenible y humano de tal modo que la emigración forzada por el hambre y la pobreza extrema pueda reducirse a corto y largo plazo. Las Naciones Unidas, a través de su Programa para el Desarrollo (PNUD), llevaron a la práctica proyectos que permitieran una vida digna a las personas en sus países de origen. Con la economía neoliberal las aportaciones prácticamente han desaparecido. En lugar de aumentarlas, los países más prósperos –empezando por Europa- adoptaron medidas de drástica reducción de estas ayudas (en España, casi se alcanzó el 0.6 % del PIB en 2008, cayendo después vertiginosamente).

Los  ocho Objetivos del Milenio –incumplidos en su mayoría- se pasaron a diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible en el año 2015… ¡sin compromisos económicos ni institucionales! Las aguas del Mediterráneo sólo volverán a ser  transparentes por la solidaridad. ¿Qué fuentes de recursos existen? Creo que el Llamamiento del International Peace Bureau, Premio Nobel de la Paz de 1910, sobre “desarme para el desarrollo” es la única solución que podría rápidamente reconducir las presentes tendencias. No me canso de repetir que cada día se invierten más de 4000 millones de dólares en armas y gastos militares al tiempo que mueren de hambre miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad. Bastaría con reducir en un 20% estas descomunales cifras para seguir garantizando la seguridad territorial pero extendiéndola  a otras áreas (alimentaria, sanitaria, reacción ante catástrofes naturales) que producen diariamente un número estremecedor de víctimas. Estas “otras guerras” –¡tengamos en cuenta las larguísimas colas de personas que en países “prósperos” se forman ante los centros de distribución gratuita de alimentos!- ensombrecen los horizontes de una ciudadanía que hoy es consciente de la imperiosa necesidad de cambiar las manos armadas y alzadas por las manos abiertas y tendidas.

En consecuencia,  es preciso –segundo párrafo del preámbulo de  la Declaración Universal de los Derechos Humanos indica que si no logran ejercer plenamente estos derechos, los seres humanos pueden “verse compelidos a la rebelión”- reivindicar con grandes clamores populares, ante la amenaza de procesos irreversibles, un nuevo sistema económico, que disminuya la actual brecha social y permita poner realmente en práctica la igual dignidad, fundamento de todos los valores y derechos.

Hoy tenemos ya las pautas para una convivencia armónica en la nueva era: la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el otoño de 2015 “para transformar el mundo”.
Si seguimos viendo sin inmutarnos las terribles imágenes de Honduras después del paso de los huracanes… o de los inmigrantes hacinados en Canarias… al tiempo que se incrementan las inversiones en armas y enviajes espaciales… delito de silencio.
 
2)    Quieran o no quieran reconocerlo los más encumbrados mandatarios y  mercaderes, la humanidad ha entrado en la nueva era del “antropoceno”, que se caracteriza por las actividades de los seres humanos que afectan directamente las condiciones de habitabilidad terrestre. En pocas décadas, el incremento demográfico unido a la mayor longevidad y al consumo irresponsable de carburantes que producen “gases con efecto invernadero” en cantidades progresivamente superiores a la capacidad de recaptura por la clorofila de los bosques y del plancton marino, el deterioro ecológico se ha incrementado. A pesar de las advertencias que desde hace muchos años  han emitido, con incesante apremio, instituciones como la UNESCO, el Club de Roma, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, las Cumbres de la Tierra, en especial la de Río de Janeiro en 1992… ha prevalecido la ley de los mercados y la gobernanza neoliberal, encomendada a grupos plutocráticos, ha sido incapaz de favorecer otros estilos de vida y de consumo que hubieran podido, en los albores de siglo y de milenio, esclarecer tan sombríos horizontes.

Nadie puede argumentar que no se han dado cuenta de lo que acontecía, de que no eran conscientes del riesgo que se estaba corriendo, a pesar de las alertas y alarmas sucesivas… porque el Ártico se ha fundido en buena medida, la Antártida empieza a agrietarse… ¿Quieren algo más patente para convencerse de una vez que ahora es la voz del pueblo la que debe ser escuchada y no la de los gigantescos consorcios que depositan fondos inmensos en paraísos fiscales?

Se trata de una inaplazable responsabilidad intergeneracional. No pueden mirar a los ojos de la juventud y de la infancia sin poner remedio, inmediatamente, a la actual deriva de la calidad de vida en el planeta. Sería una abominable vejación histórica. Si no reaccionamos cuando el mundo está cerca de alcanzar puntos de no retorno, nuestros descendientes podrían volver la vista atrás y exclamar, como Albert Camus, que “les despreciamos porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco”.
 
3)    La solución está en la educación “para ser libres y responsables”, como establece el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO. Educación para ser capaces de reflexionar y actuar en virtud de nuestras propias meditaciones, no aceptando hacerlo al dictado de nadie ni intimidados por poder alguno. Es ineludible e impostergable un compromiso social y educativo que conduzca a la “autonomía personal”, a “dirigir con sentido la propia vida”, en lúcida expresión de D. Francisco Giner de los Ríos.

Ha llegado el momento de la reacción ponderada y firme, de la insumisión, de iniciar el gran cambio hacia la transparencia y el profundo conocimiento de la realidad, premisa para poder transformarla adecuadamente.

Educación para decidir el comportamiento cotidiano adecuado en escenarios de grandes incertidumbres y complejidad, con notorias lagunas de ignorancia e insolidaridad. ¿A qué espera la comunidad intelectual para manifestarse en contra de la gobernanza plutocrática? Da la impresión de que está distraída, esperando a Godot. Pero, ya lo advirtió Samuel Beckett, Godot no llegará, porque Godot no existe.
 
4)    Otro motivo de gran clamor en el ciberespacio es la interpretación nociva de la “inteligencia artificial”. Es la inteligencia humana, que ha permitido el desarrollo de la informática y todas sus extraordinarias y útiles aplicaciones la que debe siempre prevalecer. La máquina al servicio de los seres humanos, pero nunca al contrario. “Además de”, sí. “En lugar de”, no.

Hasta hace poco –es algo que debe repetirse para que no se realicen equívocas retrospectivas- la gran mayoría de la gente nacía, vivía y moría en unos cuantos kilómetros cuadrados, sin conocer lo que sucedía más allá de su entorno inmediato. Eran personas temerosas, obedientes, sumisas, silenciosas. El poder absoluto se ejercía por un grupo limitado de varones y la mujer se hallaba totalmente marginada.

En las últimas tres décadas, esta situación se ha modificado radicalmente y nos llena de esperanza: en buena medida gracias a la tecnología digital, ya sabemos lo que acontece, podemos expresarnos libremente y la mujer está alcanzando, como era fundamental que sucediera, la igualdad total que le corresponde. Sus características propias y sus valores inherentes son fundamentales para la nueva era que se avecina.

Ahora, “Nosotros, los pueblos” ya tenemos voz. Ya podemos  manifestar cuáles son las pautas, las formas de vivir y los referentes para una acción correctora de los erráticos rumbos actuales. En 1945, encomendar estas funciones a “los pueblos” era prematuro. Hoy, es ya posible porque los seres humanos pueden pronunciarse y manifestarse.  
 
Delito de silencio, de complicidad, si en lugar de ser actores de nuestra vida nos limitamos a ser espectadores impasibles, abducidos por el inmenso poder mediático.
 
Delito de silencio si dejamos que sean unos cuantos los que ejerzan el poder de forma autoritaria en lugar de, con la participación de todos, disfrutar de una gobernanza democrática. Democracia a escala personal, local, nacional e internacional. No se debe tolerar ni un día más el protagonismo de los grupos oligárquicos. “Nosotros, los pueblos” debemos fortalecer con apremio el multilateralismo democrático, con unas Naciones Unidas que puedan llevar a efecto, sin fisuras ni aplazamientos, la Agenda 2030.
 
En otro caso, delito de silencio.
 
La democracia no se otorga, se construye con el quehacer cotidiano, cuando los pueblos se ponen de pie y son protagonistas de su destino. No callar, denunciar, protestar y, sobre todo, proponer.
 
En otro caso, delito de silencio.
 
El por-venir está por-hacer. Nuestra mayor responsabilidad es alentar estos convencimientos para que nadie desmaye. Para que nadie se rinda. Debemos ir, como en los versos de Otto René Castillo… “cargados de esperanza /  por los caminos del alba”.

Una nueva era

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Los empleos son trabajos que proporciona una empresa. El trabajo –de los autónomos, de las pequeñas asociaciones y cooperativas, del inicio de muchas pymes- lo “busca”, halla, descubre o inventa uno mismo.

Hace 25 años las industrias, ya automatizadas en buena medida, tenían operarios que “vigilaban” cada cuatro o cinco máquinas. Hoy tienen robots. A los robots, también hace poco, los supervisaba una persona. Hoy lo hace un código de barras. La “mano de obra” es cada vez menor y reducida a actividades que, aún ya muy mecanizadas, requieren el concurso humano (destrezas y talento).

Hemos pasado en pocas décadas de un contexto rural a un contexto urbano, a un contexto digital. ¿Cómo pasar de una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía basada en el conocimiento, para procurar un desarrollo global sostenible y humano?

Hasta hace muy poco los seres humanos eran invisibles, anónimos, obedientes, sumisos, silentes. Se hallaban confinados intelectual y territorialmente en espacios muy limitados. Hoy ya no son, progresivamente, espectadores sino actores, súbditos sino ciudadanos plenos y educados que -según la insuperable definición de la UNESCO- significa ser “libres y responsables”. Pueden saber, además, inglés o química, pero esto es capacitación adicional, no educación.

Insisto en cuanto antecede porque es imprescindible, cuando nos referimos al empleo y al trabajo, saber bien que estamos ante una nueva situación, unas nuevas generaciones que requieren, conceptual y prácticamente, nuevos enfoques. Estamos iniciando una nueva era y se pretenden aplicar las mismas pautas que en el pasado.

Estos seres humanos ya pueden participar, ya pueden expresarse, ya pueden conocer lo que acaece en su entorno, cómo vive su prójimo, próximo o lejano. Ya pueden comparar, apreciar lo que tienen y apercibirse las precariedades ajenas. Pueden anticiparse, pueden prevenir…

Estos seres humanos “activos” ya no son mayoritariamente hombres. La igualdad de género –piedra angular del “nuevo comienzo” que vivimos- está avanzando de forma prodigiosa y no mimética.

El mundo en el que hoy vivimos y al que debemos, por tanto, tener en cuenta, está siendo sucesivamente des-velado, habiendo adquirido buena parte de los seres humanos una conciencia global, una ciudadanía mundial. El número de mujeres que influyen con las facultades que les son inherentes en la toma de decisiones aumenta sin cesar. Los medios digitales, bien utilizados, permiten, además de una participación democrática insólita, alcanzar la ciudadanía plena, es decir, llevar a efecto la transición esencial de súbditos a ciudadanos.

El tiempo del temor y del silencio ha concluido. Ahora todos pueden reclamar la igual dignidad y el bienestar, que sigue siendo privilegio de unos cuantos. Ya puede llevarse a cabo la transición de la fuerza a la palabra, la gran inflexión histórica.

Ahora ya pueden todos, en un gran clamor en el ciberespacio, exigir la desaparición de desigualdades lacerantes, contrarrestar las arbitrariedades del “gran dominio” (militar, energético, financiero y mediático…). Ahora ya pueden recoger millones de firmas en favor de la transición de una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, conciliación, alianza y paz.

Ahora ya es posible, alzar la voz, contribuir a una democracia –el único contexto en que los derechos humanos se ejercen plenamente- a escala mundial. Una democracia que se inspire en la imaginación juvenil y la experiencia propia de la longevidad, gran logro inexplorado del progreso de la ciencia.

Sí, grandes clamores, presenciales y digitales, para que los mercados se subordinen a la justicia social y no vuelvan a producirse nunca más vergüenzas como la de haber designado gobiernos sin urnas en la misma cuna de la democracia. Para que, superando el cortoplacismo y la obcecación de intereses inmediatos, la humanidad cumpla con su supremo compromiso intergeneracional, y se ocupe de la habitabilidad de la Tierra, del medio ambiente, de la calidad de vida para todos.

Poder ciudadano, voz y grito en favor del 80% de la humanidad que nunca ha podido hallar albergue en el barrio próspero de la aldea global. “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto construir la paz para evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”… y el horror del planeta Tierra desvencijado… Reaccionemos. Los grandes desafíos para el por-venir que está por-hacer son la igual dignidad -¡compartir!- y el medio ambiente.

“Nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va”, dice un refrán marinero que me gusta repetir. ¿A dónde vamos? ¿En qué direcciones se va a paliar el paro?

En nuestro caso, debería formularse un “plan España” que permitiera convertirnos, en muy pocos años, en la “California de Europa” e incrementar el número de visitantes en atenciones y servicios personalizados; aumentar el número de segundas residencias propias en un país que consta de una península y dos archipiélagos; unos servicios de salud que faciliten esta gran afluencia y, como sucede en California, convertirnos en un espacio privilegiado de I+D+i, lo que facilitaría, así mismo, una oportuna “relocalización industrial”.

Ya estaba muy claro, antes de la pandemia del coronavirus, que era necesario cambiar de prioridades y favorecer transformaciones sustanciales en las tendencias que, de alguna manera, nos estaban llevando a puntos de no retorno. La pandemia no ha hecho más que evidenciar aún más la necesidad de cambios radicales en la gobernanza mundial para evitar amenazas globales e irreversibles sobre la propia habitabilidad de la Tierra, procurando a todos sus habitantes, y no sólo a unos cuantos, las condiciones para una vida digna.

Ahora, después de haber vivido un confinamiento a escala planetaria totalmente inesperado hace unos meses, es imperativo reflexionar y tomar las decisiones a escala colectiva, pero sobre todo personal, que permitan reconducir tan grave situación antes de que sea demasiado tarde. Es imprescindible, a este respecto, situar todo lo relativo a la “inteligencia artificial” en su sitio. Siempre debe prevalecer el ser humano sobre la máquina, lo natural sobre lo artificial.

Para hacer posible cuanto antes este plan, la comunidad académica, científica, artística, creadora, en suma, debería tener un papel crucial ya que, hasta el momento, las decisiones de parlamentos y gobiernos se adoptan más en virtud de las opiniones de los “lobistas” que del conocimiento. Y así van las cosas.

Una nueva era. “Un nuevo comienzo”, como preconiza la “Carta de la Tierra”. Y actuemos.

Publicado en Espacio Público

La gobernanza mundial está en peligro: ahora sí, sin demora, multilateralismo democrático

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Ahora sí, por fin, todo el mundo se ha dado cuenta de que no debe seguir tolerando que la hegemonía de los Estados Unidos –mantenida contra viento y marea por el Partido Republicano- sea la que tenga en sus manos las riendas del destino común de la humanidad.

Todo lo basan en la razón de la fuerza. En miles de millones para inmensos arsenales y bases militares. Mantienen las armas nucleares: viví de cerca, en octubre de 1986, la propuesta del Presidente Mikhail Gorbachev al Presidente Reagan en Reikiavik, para la total eliminación de las ojivas.  Sólo se aceptó su reducción.

Están en contra –el país con más y mejores científicos de la Tierra- de los argumentos y recomendaciones de los especialistas sobre el irreversible cambio climático que, si no se adoptan las medidas oportunas, afectaría sin remedio la habitabilidad de la Tierra, lo que constituiría un error (y horror) histórico y una afrenta a las generaciones venideras. Cuando gracias al Presidente Barack Obama se firmaron los Acuerdos de París en otoño de 2015 para evitar una hecatombe ecológica que, inmediatamente después, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptaba la Resolución sobre la Agenda 2030 y los ODS “para transformar el mundo”, se produjo una pausa de esperanza. Pensamos que sería posible reconducir la situación creada por el neoliberalismo que había rechazado a las Naciones Unidas y encargado la gobernanza mundial a los grupos oligárquicos y plutocráticos G6, G7, G8, G20… (¡en realidad, todos  G1!) y que,  uniendo fuerzas con el “gran dominio” (militar, financiero, informático, mediático, energético) abocaron el mundo al desastre ético, social, ecológico y económico.

Reflexionando durante el confinamiento por la pandemia COVID-19… los emigrantes y refugiados… la incapacidad de hacer frente a las catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos…)… el tráfico de personas, drogas… el acoso de poderosos medios de comunicación controlados, “la voz de su amo”… los rebrotes de fanatismo, supremacismo, dogmatismo… la globalización de la indiferencia y la ignorancia… una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra (no me canso de repetir que cada día se invierten en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares al tiempo que miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad, mueren de hambre)… en la catástrofe democrática que observamos en las elecciones estadounidenses… y en la Unión Europea donde las decisiones deben adoptarse por unanimidad (¡)… nos damos cuenta del deber de memoria y de los deberes esenciales con las generaciones venideras, para promover, con grandes clamores populares (ahora que no hay excusa, porque “Nosotros, los pueblos” tenemos voz y somos todos iguales en dignidad) las transiciones inaplazables de una cultura de imposición, dominio y guerra a una cultura de encuentro, conversación, conciliación, alianza y paz, de la razón de la fuerza a la fuerza de la razón, del autoritarismo a la democracia genuina.

Sí: ha llegado, por fin, el momento de la rebelión pacífica pero firme, de los países incorporados e implicados en el multilateralismo democrático, de unas Naciones Unidas refundadas y dotadas de los medios personales, técnicos, financieros y de defensa adecuados.

Deber de memoria y de acción.  Ya en 1919 el Partido Republicano de los Estados Unidos impidió que la Liga de Naciones creada por el Presidente W. Wilson tuviera el respaldo adecuado… y fueron pueblos de Europa (Alemania e Italia) y de Asia (Japón) los que originaron movimientos nazis, fascistas y del Imperio del Sol Naciente, que condujeron a la segunda guerra mundial.

A su término, la “guerra fría” entre las super potencias, operaciones inverosímiles de dominio como el “Plan Cóndor” en América Latina con miles y miles de víctimas… y, cuando la Unión Soviética se transformó, por obra y gracia de Mikhail Gorbachev, en una Comunidad de Estados Independientes y hacía posible  un nuevo momento para restablecer el esquema multilateral de Roosevelt, el Presidente Reagan, con la Primera Ministra Thatcher como acólito, inventa el G6 y en 1989 los Estados Unidos “republicanos” no suscriben la Convención de los Derechos de la Infancia propuesta por UNICEF (en la actualidad es el único país que no la ha suscrito)… y se crea la Organización Internacional del Comercio fuera del contexto de las Naciones Unidas. En los últimos cuatro años, los Estados Unidos han abandonado la UNESCO de nuevo, acompañados de Israel, y hace tan sólo unos meses la Organización Mundial de la Salud… y, el día 3 de noviembre, coincidiendo con las elecciones, abandonaron así mismo los Acuerdos de París sobre Cambio Climático…

El liderazgo actual europeo no ha sido capaz de contrarrestar las incesantes medidas arbitrarias del Presidente Trump.  

Mirando hacia donde lo hagamos, todo el mundo clama acción conjunta, eficaz y urgente frente a las amenazas globales –algunas irreversibles- que actualmente nos acechan y que es nuestro deber supremo enfrentar  decidida y rigurosamente.

Sólo hay una solución: el multilateralismo democrático, la unión de los pueblos, la ciudadanía consciente que deja de ser espectadora y pasa a la acción.

Publicado en Other News el 5/11/2020

Menos bombas, más bomberos

viernes, 11 de septiembre de 2020

 Ahora sí que ya es patente y bien reconocido, gracias al COVID-19, que con la exclusiva atención neoliberal al PIB, es decir, al crecimiento económico y no al desarrollo humano, carecemos de los medios personales, técnicos y financieros para hacer frente a pandemias, a los incendios y otras catástrofes naturales, a la pobreza extrema… y, sin embargo, destinamos ingentes cantidades a los gastos militares y de producción y almacenamiento de armas, siguiendo impertérritos el perverso proverbio, aplicado desde el origen de los tiempos, de “si quieres la paz, prepara la guerra”. Arsenales repletos de bombas y cuarteles de soldados, al tiempo que el fuego devora bosques y más bosques, contando siempre con pocos bomberos y escasos efectivos técnicos para prever y combatir las llamas con eficacia.

Múltiples anacrónicos desfiles y misiones a Marte y la Luna –con excursiones espaciales para super millonarios incluidas- cuando disminuyen las “misiones a la Tierra” y la insolidaridad, inmigrantes y refugiados clama al cielo. No me canso de repetir  que es éticamente intolerable que cada día mueran de hambre miles de personas, la mayoría niñas y niños de una a cinco años de edad, cuando se invierten en defensa más de 4000 millones de dólares.

La COVID ha proporcionado la oportunidad de reflexionar, de tomar conciencia de muchas cosas que en la “vida normal” se aceptan como insoslayables, y la mayoría de los ciudadanos no son actores sino espectadores de lo que acontece, aturdidos y abducidos por unos medios de comunicación que, por lo general, procuran que la ciudadanía siga las directrices de la publicidad para un consumo y un “bienestar” diseñado en las más altas instancias del poder económico.

Llevamos años rechazando muy sensatas propuestas para reconducir tendencias que han ido imponiendo una gobernanza plutocrática y un dominio hegemónico absoluto, originando una situación bipolar con omnipotentes y omnipresentes gigantes (empresas digitales, en particular) en un extremo y, en el otro, los marginados, cuyo número y amplitud de brecha social se agiganta progresivamente. Pero ahora los cambios radicales tantas veces evitados son inaplazables porque, por primera vez en la historia, la humanidad se afrenta a procesos potencialmente irreversibles –como la fusión del océano glaciar Ártico- de tal forma que pueden alcanzarse en pocos años puntos de no retorno en la propia habitabilidad de la Tierra.

Ya en 1947, la UNESCO creó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y una serie de programas internacionales (geológico, hidrológico, oceanográfico) para dar consistencia a las medidas científicamente correctas que pudieran encauzar debidamente estos fenómenos. Su gran programa “El Hombre y la Biosfera” fue acompañado al poco tiempo, en 1972, por la primera publicación de Aurelio Peccei, en el Club de Roma, titulado “Los límites del crecimiento”. En 1979, la Academia de Ciencias de los Estados Unidos advirtió de que no sólo las emisiones de anhídrido carbónico se incrementaban sino que disminuía la capacidad de recaptura de las mismas por las aguas oceánicas (deterioro del fitoplancton). Esta clara advertencia no sólo no fue tomada en cuenta sino que grandes compañías petrolíferas -Exxon Mobile- crearon fundaciones rápidamente apoyadas por los países del Golfo, para difundir aviesamente pautas contrarias.

En el año 1992 se celebró en Río de Janeiro la Cumbre de la Tierra, auspiciada por las Naciones Unidas bajo la inteligente y entusiasta dirección de Maurice Strong. La Agenda de la Tierra -sabiamente reflejada en la excelente “Carta de la Tierra”,  presentada en los albores de siglo y de milenio como gran referencia de la misma- fue progresivamente marginada, al igual que lo fueron los Objetivos de Desarrollo  del Milenio para los años 2000 a 2015 por quienes habían confiado la gobernanza a escala mundial a grupos oligárquicos y plutocráticos. Primero el G6, a finales de la década de los 80. Después el G7, el G8… y el G20 en el 2008 con motivo de la crisis financiera… Siempre el Partido Republicano de los Estados Unidos rechazando el multilateralismo democrático y favoreciendo su poder, incluido el armamento nuclear. Durante la “guerra fría”, la carrera de fuerza a escala mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, permitió  “justificar” la amenaza nuclear a nivel global y la posesión de los más destructores artificios bélicos. Sin embargo –tuve ocasión de vivir de cerca la reunión en octubre de 1986 entre el Presidente Reagan y el Presidente Gorbachev en Reikiavik-  la inesperada e histórica conversión de la URSS en una Comunidad de Estados Independientes, no disipó los recelos norteamericanos y no pudo culminarse la eliminación de las armas nucleares y el funcionamiento eficaz de un multilateralismo democrático, más necesario que nunca.

Gracias al Presidente Barack Obama, no sólo pudieron atenuarse tensiones a escala mundial como las relaciones con el islam, etc. sino que en el año 2015 se logró la firma por los Estados Unidos de Norteamérica de los Acuerdos de París  sobre Cambio Climático y de la Resolución de las Naciones Unidas “para transformar el mundo” mediante la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Fue una pausa de esperanza… que desapareció rápidamente cuando, muy poco después de ser nombrado Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump advirtió sin ambages que no iba a aplicar ni los Acuerdos de París ni los ODS, al tiempo que imprimía  a una economía neoliberal de especulación, deslocalización productiva y guerra mayor ímpetu que en el pasado, dejando sin efecto la excelente propuesta de Lisboa del año 2000 para una economía basada en el conocimiento para un desarrollo sostenible y humano.

El confinamiento a que ha obligado hacer frente a la pandemia del COVID-19 puede, ¡ya era hora!, reconducir el rumbo político a escala mundial, respondiendo a la convicción de muchísimos ciudadanos de que, ahora sí, es posible inventar un futuro distinto antes de que se llegue a puntos de no retorno, antes de que se consoliden los peligrosísimos brotes supremacistas, dogmáticos, fanáticos, que están surgiendo en tantas partes del mundo, olvidando las trágicas consecuencias que tuvieron dichos comportamientos en la germinación de la segunda guerra mundial.

Ahora sí, por fin, capaces de expresarse libremente, de saber lo que acontece, de actuar en un plano de total igualdad sin discriminación alguna por razón de género, de sensibilidad sexual, etnia, religión, ideología… serán “Nosotros, los pueblos”, como tan lúcidamente (como prematuramente en aquel momento) se inicia La Carta de las Naciones Unidas, quienes se decidan a participar, a ser co-responsables de la gobernanza global.

Comprendo el desánimo de muchos que, viendo el pronto olvido de las acciones que podrían producir los cambios más apremiantes  se sometan  ahora inadvertidamente “al ritmo oscuro de tanta sangre cansada”, en certera expresión del poeta Miquel Martí i Pol (1974).

Sólo un multilateralismo democrático eficaz puede, con una ciudanía mundial que ha tenido ocasión de pensar en profundidad en ella y en las próximas generaciones durante la pandemia, lograr actuando resueltamente todos unidos, la eliminación de los paraísos fiscales, de los distintos y aborrecibles tráficos, de los comportamientos que no se hallan a la altura de la dignidad humana.

Todo ello es propio de un nuevo concepto de seguridad que no sólo atienda a los territorios y fronteras, sino a los ciudadanos que los habitan, procurando a todos las seis prioridades de las Naciones Unidas: alimentación, agua, servicios de salud, cuidado del medio ambiente, educación para todos a lo largo de toda la vida y paz.

Debemos entrar en una nueva era. Esta nueva era debe erigirse sobre unos pilares totalmente distintos. No con más bombas. Sino con muchos más bomberos, con personas preparadas para abordar las distintas facetas del mundo nuevo que anhelamos, sabiendo bien que, por fin, corresponde a cada uno forjar los años venideros.

Published in Wall Street International, 31 August 2020 

A Monseñor Pere Casaldáliga, con inmensa gratitud

lunes, 10 de agosto de 2020

“Hablemos del Tiempo, hermanos,
antes de que sea ido
lo que pudo ser humano.
Antes de que sea en vano
llorar un día perdido,
un surco sin nuestro grano,
un canto sin nuestro oído,
un remo sin nuestra mano”…

Estos versos de Dom Pedro reflejan  perfectamente su personalidad, su corazón, sus brazos y ojos abiertos a los demás.

El Obispo Pere Casaldáliga, misionero referente de “la iglesia del Evangelio y las sandalias”, teólogo de la liberación y poeta de la solidaridad, representa la cristiandad genuina, la que respeta la igual dignidad de todos los seres humanos, la de las manos tendidas, la de la austeridad extrema. Casaldáliga simboliza la frugalidad, la sencillez perseverante, la solidaridad, la entrega, el desprendimiento. Con sus versos y sus escritos y, sobre todo, con su ejemplo, ha iluminado tantos caminos!…

Pere Casaldáliga nos enseña que la pobreza material de muchos es el resultado de la pobreza espiritual de unos cuantos encumbrados, que no quieren observar lo que sucede más allá de su entorno. Esto me lleva a recordar Federico García Lorca cuando en 1936 escribía: "El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad". La vida del Obispo Casaldáliga ha estado dirigida precisamente a contribuir a que desaparezca el hambre, se restañen las heridas y se reduzca la intolerable brecha social con la inmarcesible fórmula de “amarás al prójimo como a ti mismo”…
  
"No hay caminos para la paz, la paz es el camino", nos recordó el Mahatma Gandhi. Un camino guiado por principios y valores. Por la justicia en primer lugar. Por la libertad y la responsabilidad. La paz es, a la vez, condición y resultado, semilla y fruto. Es necesario identificar las causas de los conflictos para poder prevenirlos. Evitar es la mayor victoria.

En el Manifiesto 2000 -Año Internacional para una Cultura de Paz- suscrito por más de 110 millones de personas de todo el mundo, se establece "el compromiso, en mi vida cotidiana, en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad, en mi país, en mi región, de respetar todas las vidas; rechazar la violencia; liberar mi generosidad; escuchar para comprenderse; preservar el planeta; y reinventar la solidaridad". De esto se trata, de involucrarnos, de implicarnos personalmente en este proceso que puede conducir, en pocos años, a esclarecer los horizontes hoy tan sombríos y permitir la convivencia pacífica de todos los habitantes de la tierra. El Obispo claretiano Pere Casaldáliga es, en nuestra hoja de ruta cotidiana, componente crucial de la implicación personal para compartir, compadecer, convivir… para contribuir a ese otro mundo posible que anhelamos.

Ha llegado el momento de llevar a cabo los cambios radicales que merece la nueva era en los albores de siglo y de milenio. La mujer ya figura progresivamente en el estrado. Es tiempo de acción. Disponemos de muchos diagnósticos pero de pocos tratamientos a tiempo. El legado intergeneracional que asegure una vida digna a todos los seres humanos exige transformaciones sin demora.

Pere Casaldáliga nació en Balsareny, en 1928.  Fue ordenado sacerdote en 1952 y en 1968 se desplazó a Brasil, su patria de adopción, para desarrollar una intensísima labor de reconocimiento, ayuda y orientación a las comunidades indígenas. ¡Sí: todos los seres humanos iguales en dignidad! Años más tarde fue nombrado Obispo de la Prelatura de Sao Félix de Araguaio, en el Mato Grosso. Fundó el Consejo Indigenista Misionero y la Comisión Pastoral de la Tierra…  Cuarenta años de lucha en favor de la gente, contra la dictadura y el sometimiento. Se jubiló en el año 2008, pero ha seguido siempre en su puesto de vigía, de referente para nuevos rumbos y naves…

En la “Misa de los Quilombos, el pueblo negro grita libertad”, uniendo su voz a la de Pedro Tierra y Milton Nacimento, con la colaboración de José María Castillo, Cyprian Melibi y Eduardo Lallana… establece lúcida y audazmente diseños de  un porvenir común, sin discriminación alguna.

Fue en 1502 cuando llegaron a Brasil y otros países americanos los primeros esclavos procedentes de África…  Sus principales actividades eran la minería, la caña de azúcar, el café…   Desde esta fecha hasta finales del siglo XIX sesenta millones de africanos fueron comprados por los traficantes.  En la década de los 90, como Director General de la UNESCO, puse en marcha el Programa “La Ruta de los Esclavos” para poner de manifiesto y conferir todo su valor a este atroz hecho histórico. Los que lograban liberarse y huir de la esclavitud se refugiaban en territorios libres: son los llamados “kilombos” (Brasil) o “palenques” en Chile, Perú, Colombia…  “Kilombo” significa “casa”.

“Una nueva aurora que viene a despertar a la iglesia de Jesucristo...  En el pasado no ha sido solidaria con la causa de los esclavos”, exclamó D. José María Pires, Arzobispo de Joao Pessoa, de raza negra, en Recife en el mes de noviembre de 1981. Eduardo Lallana ha comentado que Dom Pedro “se encontró en su Prelazia con tres grandes problemas: la lucha por la tierra, el pueblo negro esclavizado y los indígenas degradados y marginalizados”.  Por este motivo compuso la Misa de la
Tierra sin Males para “conmemorar los millones de mártires que en nombre de la civilización occidental cristiana, en nombre de la Cruz se hicieron a los pueblos indígenas”…

Ambas misas, dos obras maestras de Teología y Poesía de la Liberación, son símbolos del quehacer pastoral de Dom Pedro y de su compromiso social y político. Dom Pedro Helder Camara alentó desde el primer momento estas acciones y Pedro Tierra, poeta  y militante brasileño fue su inspirado escritor. “Para escándalo de muchos fariseos y alivio de muchos arrepentidos… cantamos el remordimiento y la esperanza”. 

Ante la reprimenda vaticana, Dom Pedro matizaba que “quien celebra la muerte del Señor ya reivindica toda Vida.  Quien celebra su resurrección reivindica la Liberación plena de las personas y de los pueblos”. En 1992, la prohibición fue levantada…

De este modo, progresivamente unidos por un Dios sin color de piel, sin pertenencias por razón de historia o de costumbres todos se sentirán parte del mundo en su conjunto.  Como tan brillantemente expresó  Rigoberta Menchú al pueblo maya, llegará un día en que “se levantará en lo más alto del cielo azul/ la voz de los que nunca hablaron”.

La esplendida trayectoria humana de Dom Pere Casaldáliga me indujo a terminar la Introducción a mi libro “Recuerdos para el Porvenir” (2017) con unos versos suyos:

“Al final del camino me dirán:
“¿Has vivido? ¿Has amado?”.
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres”.

¡Ha hecho tanto bien!  ¡Son tantos los nombres que figuran en su corazón!
Podemos tener la seguridad de que su estela seguirá iluminando los caminos del mañana.
  
No le olvidaremos. Somos muchísimos los que le retendremos en nuestro iris y nuestra mente, para seguir "conspirando" en procurar aliviar y evitar el sufrimiento, para plantar semillas de amor en las tierras áridas de la desafección y del olvido, para alumbrar sonrisas en horizontes tan sombríos.

Federico Mayor Zaragoza
Presidente de la Fundación Cultura de Paz
Director General de la UNESCO (1987-1999)

Julio 2019

Un Mundo Nuevo - Propuestas para cambios apremiantes

viernes, 10 de julio de 2020


Hay propuestas que, con el tiempo, permanecen de actualidad e incluso se hacen más urgentes.

He releído los “cuatro contratos” que propuse en el libro “Un mundo nuevo”, publicado en el año 2000 cuando terminaba mis funciones como Director General de la UNESCO. Conté con un excelente grupo de información y prospectiva coordinado por Jêrome Bindé. Tenía entonces, como tengo ahora, la seguridad de que se iniciaría, con el siglo y el milenio, una nueva era en que la humanidad –todos los seres humanos y no sólo unos cuantos privilegiados- podría vivir plenamente el misterio de la existencia humana, capaz de crear, de pensar, de compartir, de anticiparse.

Los cuatro contratos que proponía para un mundo nuevo eran los siguientes:

1.     Un nuevo contrato social. Incluía las tendencias en la población, la pobreza y la marginación; cambiar la ciudad, cambiar de forma de vivir; el porvenir de los transportes urbanos; la lucha contra el consumo de drogas y el narcotráfico;… Los objetivos eran la paz y la justicia, ingredientes indispensables para un desarrollo sostenible que asegure la igual dignidad de todos los seres humanos.

2.     Nuevo contrato natural. Abordaba los temas propios de la calidad del medio ambiente; ciencia; desarrollo sostenible; desertificación; las fuentes de alimentación y energéticas; … de tal manera que fuera posible la sustitución de una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra por una economía basada en un desarrollo que garantizara la habitabilidad de la Tierra a las generaciones venideras. El compromiso intergeneracional es uno de los ejes que debe guiar nuestro comportamiento cotidiano.

3.     Nuevo contrato cultural: de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. Abordaba la revolución de las nuevas tecnologías; el futuro del libro y la lectura; el valor patrimonial mundial de las lenguas y la educación en el horizonte del año 2020…  Quede claro que se trata de contribuir a la formación de ciudadanos que actúen en virtud de sus propias reflexiones, que sean “libres y responsables”, como se refiere a las personas educadas el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO.

4.     Nuevo contrato ético. Dentro de este capítulo junto a los “dividendos de la paz”, la seguridad planetaria y el Sistema de las Naciones Unidas, se trataba también de una manera especial la deuda contraída durante siglos con la raza negra, de las especiales necesidades de África, que siempre compensa con su sabiduría y creatividad los intercambios que puedan efectuarse para su desarrollo socioeconómico y plena emancipación. Este importantísimo capítulo concluye –lo que es esencial destacar- que el por-venir está por-hacer, que se requiere con urgencia la transición desde una cultura secular de imposición, violencia y guerra a una cultura de diálogo, conciliación, alianza y paz.

Al final de cada capítulo se proponían soluciones concretas, basadas en la movilización popular, en la implicación personal, en expresarse libremente, en dejar de ser súbdito para “dirigir la propia vida”…

No cabe duda de que las expectativas no sólo no se han cumplido sino que la consecución de algunas es incluso más difícil que entonces.

La solución, no me canso de repetirlo, está en observar los “principios democráticos”, que con tanta precisión y lucidez establece la Constitución de la UNESCO, a escala personal, nacional y global.

La crisis actual demanda la urgente refundación de un Sistema de Naciones Unidas fuerte y con la autoridad moral que sólo poseen aquellas instituciones capaces de reunir a todos los países del mundo sin exclusión. Las ambiciones hegemónicas que condujeron a pretender gobernar el mundo desde agrupaciones plutocráticas de 6, 7, 8 o 20 países, deben dar ahora paso, como respuesta al clamor mundial que sin duda se producirá en poco tiempo, a la cooperación multilateral. Una nueva Asamblea General y unos nuevos Consejos de Seguridad (al actual se añadirían el Consejo de Seguridad Socioeconómica y el Consejo de Seguridad Medioambiental) que  permitieran el pleno desempeño de las funciones que, especialmente cuando la gobernanza global así lo exige, requieren disponer de estructuras internacionales adecuadas. Como reza la Carta de las Naciones Unidas, en el menor tiempo posible deben ser “los pueblos” — y no sólo los Estados — los que tengan representación en la Asamblea General, de tal modo que el progreso científico permita una vida digna para todos los habitantes de la Tierra, a través de una economía que atienda las prioridades bien establecidas hace ya tiempo por el Sistema de las Naciones Unidas: alimentación (agricultura, acuicultura y biotecnología); acceso general al agua potable (recolección, gestión, desalinización...); servicios de salud de calidad; cuidado del medio ambiente (emisiones CO2, energías renovables, etc.); educación y paz. Una educación que proporcione a todos conciencia global. Es un aspecto crucial: el prójimo puede ser próximo o distante. Y el cuidado del entorno no debe limitarse a lo más cercano sino que debe extenderse, porque el destino es común, a todo el planeta.

Es imprescindible volver a situar los valores –¡no los bursátiles!- en el centro de nuestra vida cotidiana, y encarar adecuadamente los desafíos que, juntos, podemos superar. La solución está en medidas políticas, porque los políticos, en democracias genuinas, tienen que reflejar la voluntad del pueblo.

No es posible que, cuando se habla de seguridad, se siga pensando que la fuerza militar es la única expresión y referencia de "seguridad". Es un gravísimo error, costosísimo error que, por lo general, cuesta y causa mucho dolor en pérdidas humanas y materiales. Pensar así, es tener una visión sesgada y seguir deteniéndose exclusivamente en los aspectos bélicos y dejando totalmente relegados otros muchos aspectos de la seguridad "humana", que es, en cualquier caso, lo que realmente debe importar.

La diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis,...) evidencia que el concepto de "seguridad" (http://federicomayor.blogspot.com/2016/08/urgente-un-nuevo-concepto-de-seguridad_29.html ) que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es anacrónico pero, sobre todo, está poniendo en grave riesgo a la humanidad en su conjunto y demanda un “contrato de seguridad”.

No me canso de recordar que no es posible que continuemos observando los arsenales colmados de cohetes, bombas, aviones y barcos de guerra, submarinos... sin levantar la voz y decir hay miles de seres humanos que mueren de hambre cada día, que viven en condiciones de extrema pobreza sin acceso a los servicios de salud adecuados... sin reaccionar ante esa cruda realidad y el deterioro progresivo de las condiciones de habitabilidad de la Tierra. Debemos actuar sin dilación porque se está llegando a puntos de no retorno en cuestiones esenciales del legado intergeneracional.

Alcemos la voz…  Ahora, por primera vez en la historia, “Nosotros, los pueblos”, ya hombre y mujer, podemos expresarnos libremente. Ahora ya podemos concertar hora y día  para que desde millones de móviles rechacemos las decisiones intolerables de líderes que anuncian que no van a seguir los Acuerdos sobre Cambio Climático y sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, poniendo en riesgo la calidad de vida de los habitantes de la Tierra.

Ha llegado el momento de la ciudadanía mundial, de la convivencia sin fronteras, de compartir bienes, conocimientos, experiencia e intrepidez… para hacer frente a  los anclados en la inercia, en insistir en aplicar viejos remedios para nuevas patologías. Los líderes actuales dan muestra de un cortoplacismo irresponsable. Todo buen gobernante debe tener en cuenta, en primer lugar, los procesos que pueden conducir a daños irreparables. Millones de mujeres y hombres de toda la Tierra deben gritar que no van a consentir que se  lesione de manera  irreversible  el entorno ecológico.

La palabra com-partir — que era clave del Sistema de las Naciones Unidas en los años 50 y 60 — se ha ido acallando progresivamente y, en lugar de fortalecer a los países más necesitados con un desarrollo integral, endógeno, sostenible y humano, las ayudas al desarrollo se han reducido hasta límites insolentes y el Banco Mundial para la Reconstrucción y el Desarrollo “perdió” su apellido y se ha convertido en una herramienta al servicio de las grandes entidades financieras; y se ha debilitado al Estado-nación, transfiriendo progresivamente recursos y poder a gigantescas estructuras multinacionales.

No podemos seguir callados. No podemos seguir siendo impasibles espectadores de lo que acontece, porque nos convertiríamos en cómplices. Las comunidades científica, académica, docente, artística, intelectual y creativa, en suma, debe situarse en la vanguardia de la movilización popular (https://aeac.science/pacto2019/ ). Es preciso que actúe ahora, con gran apremio, para asegurar las condiciones de vida de los ciudadanos, que dejen de hallarse  manipulados por la omnipotente y omnipresente influencia del “gran dominio” (militar, financiero, energético y mediático).

Debemos apercibirnos de que hemos entrado en una nueva era en la que los seres humanos ya no vivirán confinados territorial e intelectualmente; en que la longevidad procurará una formidable experiencia que debe ser plenamente utilizada, pero depositando en personas menos añosas las funciones ejecutivas; en que los jóvenes, conocedores de la Tierra, con conciencia y ciudadanía global, contribuirán con su imaginación y su impulso a hacer realidad, por fin, el otro mundo posible que anhelamos. La inercia es el gran enemigo. Es tiempo de acción. Ya no se requieren más diagnósticos: es la hora de poner en práctica los tratamientos…

La actual situación hace más necesaria que nunca la adopción de una Declaración Universal de la Democracia (ética, social, política, económica, cultural e internacional - https://declaraciondemocracia.wordpress.com/ ), único marco en el que podrían ejercerse plenamente los derechos y deberes humanos. Democracia a escala personal, local, nacional, regional y planetaria: esta es la solución para todos y para todo. La fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza, y comprobar la inmensa y distintiva capacidad creadora de la especie humana, que no puede reducirse a pequeños espacios y miopes objetivos.

Es necesario inventar el futuro. “Ingeniar” el futuro con la creciente participación de ciudadanos de todo el mundo, capaces de conocerse y concertarse a través de las redes sociales virtuales de creciente importancia y capacidad de movilización, que propondrán soluciones a los distintos problemas planteados, pasando a ser una parte relevante del funcionamiento democrático a escala local y planetaria. Innovación política, económica y social. Eliminación sin contemplaciones de la evasión tributaria, de los paraísos fiscales y de la corrupción, utilizando así mismo fuentes alternativas de financiación, como el impuesto sobre transacciones financieras electrónicas; contribuciones estrictamente proporcionales a los ingresos; revisión conceptual y práctica del trabajo y del empleo, propia de la era digital…

En este “nuevo comienzo” será necesario, con rapidez y buen tino, compartir adecuadamente los beneficios que se obtienen de la explotación de los recursos naturales entre aquellos que poseen la tecnología y los habitantes de los espacios donde dichos recursos se hallen.

Otro reto no menos importante que requiere un  “contrato” es el que tiene que ver con el narcotráfico, que constituye una auténtica y gravísima amenaza a la estabilidad mundial y, después de muchos años, está sucediendo lo peor: se acepta como un "efecto colateral" del sistema económico, de la desequilibrada y confusa gobernación global que ha situado al mercado como protagonista de la política planetaria, en lugar de los principios democráticos.

El precio de las drogas no tiene el menor efecto disuasorio. El que cae en la trampa inmensa de la adicción, consigue los fondos que necesita como sea: desgarros familiares, amistades, robos… Su apremiante deseo no se soluciona con las armas sino con un adecuado enfoque sanitario. Es un problema de salud pública, no de seguridad.

Debería hacerse una gran campaña, en la que colaboraran todos los medios de comunicación, toda la sociedad implicada, para la mentalización contra la droga.

En último término, por las dimensiones del tráfico y su impacto económico y delictivo, el consumo de drogas afecta a la sociedad en su conjunto. A los adictos hay que ayudarles a que logren re-hacerse, a recuperar el dominio de sí mismos, para que vuelvan a "ser", para que vuelvan a vivir plenamente el misterio de su existencia. Y a los narcotraficantes hay que llevarles ante los tribunales y, todavía mejor, conseguir que desaparezcan haciendo que no valga nada su "mercancía".

Como en el caso del alcohol y del tabaco, es un tema de honda repercusión patológica, y deben realizarse amplias campañas para educar a los potenciales consumidores y alertar debidamente a la sociedad, para que sepan antes de iniciarse a lo que se exponen, y tratarlos luego –al igual que se hace con los afectados por el tabaco o el licor- en las instalaciones hospitalarias correspondientes. Hay que apelar a la responsabilidad de toda la sociedad porque es un drama que, progresivamente, afecta a todos…

En resumen, 20 años después, con la experiencia y conciencias adquiridas, en las reflexiones durante el confinamiento por el coronavirus, está claro que la gobernanza debe ser multilateral y que corresponde a “Nosotros, los pueblos” participar activamente en el “nuevo comienzo” como proclama “La Carta de la Tierra”, excelente hoja de ruta para los tiempos que se avecinan… Hay motivos de esperanza: las voces de la mujer y de la juventud, presenciales y en el ciberespacio, propiciarán los cambios esenciales y apremiantes que son exigibles.

En el otoño de 2015, después de unos años de lúcidos cambios y el adecuado enfoque de muchos temas internacionales (islam, ecología, mediación…), el Presidente Obama, un afrodescendiente, logró una gran pausa de esperanza al suscribir los Acuerdos de París sobre Cambio Climático  y la Resolución adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se titula “Para transformar el mundo”, pensando en nuestros descendientes… Después de 4 años y medio de inacción por la irresponsable actuación de su sucesor, el Presidente Donald Trump, los horizontes actualmente ensombrecidos todavía más por el COVId-19, requieren un apremiante esclarecimiento. Las palabras iniciales de “La Carta de la Tierra” cobran todo su sentido: “Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro…”.

Digamos alto y fuerte a todos los que ahora son responsables de la puesta en práctica de las decisiones que trascienden las fronteras: es inaplazable una nueva cosmovisión con nuevos estilos de vida. El gran desafío a la vez personal y colectivo es cambiar de modelo de vida. El mundo entra en una nueva era. Tenemos muchas cosas que conservar para el futuro y muchas otras cosas que cambiar decididamente. Por fin, los pueblos. Por fin, la voz de la gente. Por fin, el poder ciudadano. Por fin, la palabra y no la fuerza. Una cultura de paz y no violencia y nunca más una cultura de guerra.

La gran transición de la fuerza a la palabra. De la mano armada a la mano tendida. Ha llegado el momento de la ciudadanía mundial, de la convivencia sin fronteras, de compartir bienes, conocimientos y experiencia…


Todos los seres humanos iguales en dignidad

miércoles, 10 de junio de 2020


Así de sencillo. Al final de la segunda gran guerra, dolorosamente apercibidos de que el supremacismo, el racismo, la xenofobia, el dogmatismo… estuvieron en el origen de un conflicto bélico sin precedentes, con un inmenso coste en vidas humanas… los líderes de aquel momento adoptaron, entre otras de menor calado, dos decisiones esenciales: el multilateralismo democrático, para sustituir progresivamente la razón de la fuerza por la fuerza de la razón, y unos valores, derechos y deberes éticos supremos cuyo fundamento es la igual dignidad de todos los seres humanos, sea cual sea su género, su etnia, su ideología, su creencia, sus sensibilidad sexual, su linaje… De esta forma se descartaban radicalmente los brotes que habían conducido al nazismo (Adolfo Hitler, 1933, “la raza aria es incompatible con la judía”…); el fascismo (Benito Mussolini, ponderación de la romana); Imperio del Sol Naciente en Japón (con el Plan Tanaka adoptado por el Emperador Hiro-Hito).

En 1945 se crea el Sistema de las Naciones Unidas y en la Constitución de la UNESCO figura claramente el valor supremo de la igual dignidad humana y la necesidad de guiarse por “principios democráticos”. Tres años más tarde, en el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se reitera la igual dignidad… Está, pues, meridianamente claro el mensaje de “Nosotros, los pueblos” al término de la segunda gran guerra: gobernanza democrática basada en la no discriminación, y, por tanto, en la improcedencia de cualquier “distintivo” favorable a unos u otros seres humanos.

Era un momento en que seguía prevaleciendo el poder absoluto masculino y el 90% de la humanidad nacía, vivía y moría en unos kilómetros cuadrados, con total desconocimiento de lo que acontecía más allá de su entorno inmediato. Lógicamente eran sumisos, temerosos, obedientes, silenciosos. La mujer se hallaba totalmente marginada y, a pesar de las consideraciones que anteceden, el racismo –adquiriendo a veces caracteres tan radicales como los de África del Sur- seguía prevaleciendo en buena parte del planeta.

Por no mencionar la esclavitud en épocas más lejanas pero bien conocidas, quiero exponer aquí únicamente la que tanto relieve tuvo a partir del siglo XVI en América, donde el tratamiento a los aborígenes lleva a Fray Bartolomé de las Casas a actuar con tal brío en su favor que es nombrado “Procurador o Protector Universal de todos los indígenas”. En las Leyes de Indias, emitidas en Burgos en 1513, se legisla ya en favor de los derechos humanos de los indios, y en 1516 el Cardenal Cisneros manifiesta con claridad que “Dios les ha dado los mismos talentos que al hombre blanco”.

Unos años más tarde el jesuita Pedro Claver se dedica con gran solicitud a aliviar el sufrimiento de los esclavos que llegaban al puerto negrero de Cartagena de Indias. Su lucha en favor de la total igualdad humana de los esclavos negros condujo a su canonización por el Papa León XIII en 1888.

También hay que mencionar en el mismo contexto americano el “Grito de Morelos” del Padre Miguel Hidalgo del 16 de septiembre de 1810, cuando proclama la independencia de México y manifiesta una total equiparación con los indígenas.

Acabo de referirme a América como ejemplo de lo que sucedía en otras partes del mundo, en otros contextos étnicos y culturales, para destacar que era el poder absoluto ya referido, el que impedía que todos los seres humanos recibieran igual tratamiento.

En lo que concierne a África, tuve ocasión, ya en el año 1976, de conocer a un gran africano, el senegalés Amadou Mahtar M’Bow, Director General a la sazón, de la UNESCO. Unos años más tarde, como Director General tuve la oportunidad de entablar excelentes relaciones de amistad con líderes africanos, tales como Léopold Sédar Senghor, Julius Nyerere, Aminata Traoré, Gertrude Monguella, Félix Houphouët-Boigny, Graça Machel, Doudou Diene, Kofi Annan  y, muy en particular, al prisionero, durante 27 años, llamado Nelson Mandela, más tarde símbolo mundial de conciliación y universalidad. Por todo ello, fue en el corazón de África, en Yamoussoukro, donde en 1989, tuvo lugar, la gran reunión de la UNESCO para iniciar el Programa Cultura de Paz y No Violencia, intentando, precisamente desde África, sustituir progresivamente la imposición, el dominio y la guerra por el encuentro, el diálogo, la alianza y la paz. La fuerza por la palabra.

Fue en la Isla de Goré, desde donde salían la mayoría de los barcos con esclavos negros, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad para que todo el mundo tuviera esta referencia, donde escribí, en julio de 1992,  cuando se creó el gran Programa Internacional La Ruta del Esclavo, para que todo el mundo pudiera aprender lo que representó el enorme magnicidio de la raza negra, los versos siguientes: “Su última / mirada / antes de ser tendido / en la bodega. / Su última / mirada / a aquella puerta / angosta, / a aquella isla, / a aquella tierra / suya / que ahora navega / en olas de desamor / hacia ignoradas costas. / Cuánto / queremos hoy / esos sollozos, / esa última / mirada viajera / desenraizada / brutalmente / de su paisaje, / de su casa, /de sus riberas. / Fueron vendidos / al peso. / Debemos / pagar la deuda”. Meses después se construyó en Ouidah, en Benin, el Arco del No Retorno…

Quiero mencionar ahora algunas de las palabras dedicadas a Nelson Mandela cuando llevaba 26 años en prisión, los últimos en Robben Island, cerca de Ciudad del Cabo, y había preparado ya tantas semillas de solidaridad, de concordia y de paz: “Allí estas, aherrojado, / dándonos libertad / a manos llenas. / Queremos hoy que sepas / que nuestras alas / tienen en cada pluma / la marca de tus rejas; / … que desde tu celda / libera y excarcelas / a tanto corazón anclado / en la tibieza…”.

Un hecho a destacar es que al acercarse el año 2000, con cambio de siglo y de milenio, la Unión Europea redactara la Carta de Derechos Fundamentales que, precisamente, se inicia con la igual dignidad. Parecía que, por fin, la humanidad iba a actuar debidamente en uno de los aspectos cruciales para una nueva era en que las capacidades inherentes a la especie humana (pensar, imaginar, anticiparse, innovar, ¡crear!) pudieran ejercerse plenamente por todos.

No ha sido así. A pesar de que, por primera vez en la historia y gracias en buena medida a la tecnología digital, la ciudadanía mundial ya conoce hoy lo que acontece; y puede expresarse libremente –¡ahora “Nosotros, los pueblos” ya tenemos voz!- y, sobre todo, la mujer está alcanzando la total igualdad que le corresponde para participar con sus facultades inherentes… la deriva neoliberal no ha permitido que la gobernanza sea multilateral y democrática y que se descarten sin reserva alguna los brotes de supremacismo, fanatismo y dogmatismo. El multilateralismo ha sido marginado progresivamente por el Partido Republicano de los Estados Unidos. No es desde ahora, no. Ya en 1919, impidió que Norteamérica perteneciera a la Liga de Naciones… ¡creada por un Presidente norteamericano! (Woodrow Wilson). Con esta ausencia fundamental la Sociedad de Naciones no pudo reconducir debidamente el autoriatismo y el populismo, y, como ya he mencionado, el nazismo y el fascismo condujeron a la segunda guerra mundial.

Después de la guerra fría, que tanto ensombreció la actuación del Sistema de las Naciones Unidas, dos hechos inesperados –la transformación de la Unión Soviética en una Comunidad de Estados Independientes y la superación del apartheid racial, la forma más abominable de racismo, en Suráfrica, por obra y gracia de Mikhail Gorbachev y Nelson Mandela, respectivamente- llenaron de esperanza las perspectivas de la humanidad en su conjunto. Pero, de nuevo, fue el Partido Republicano de los Estados Unidos, con el Presidente Reagan y la cooperación de la Primer Ministro del Reino Unido, Margaret Thatcher, los que arrinconaron al multilateralismo democrático y confiaron a sólo seis países, el G6, la gobernanza mundial. La deriva neoliberal –que pasó ulteriormente al G7, G8 y G20, este último incremento con motivo de la crisis financiera del año 2008- condujo a la humanidad en su conjunto a un “gran mercado” donde la única referencia era el producto interior bruto (PIB), índice de crecimiento económico pero no de desarrollo sostenible.

Desde hacía muchos años varias instituciones y entidades científicas habían llamado la atención, con énfasis acumulado, sobre la necesidad de  reducir la emisión de gases “con efecto invernadero”, porque podían conducir de forma irreversible a un cambio climático con calentamiento global y, en definitiva, al deterioro de la habitabilidad de la Tierra.

Ya en 1947, la UNESCO había creado la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y los Programas Internacionales Hidrológico, Geológico y Oceanográfico, reunidos en el gran Programa “El Hombre y la Biosfera”… y el Club de Roma, con Aurelio Peccei a la cabeza, había advertido de la necesidad de observar los “límites del crecimiento”… y la Academia de Ciencias de los Estados Unidos había manifestado en 1979 que era apremiante reducir las emisiones de anhídrido carbónico urgentemente porque su recaptura por los océanos estaba disminuyendo debido a la degradación, así mismo, de las aguas marinas (fitoplancton)…

Siempre desoídos. Sólo los “mercados” progresando y ocupando todo el espacio que debía estar reservado a las grandes prioridades defendidas en todo momento por las Naciones Unidas: alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medioambiente, educación para todos a lo largo de toda la vida, y paz.

En el año 2015, después de unos años de esperanza por el adecuado enfoque de muchos temas internacionales (islam, ecología, mediación…) el Presidente Obama, un afrodescendiente, logra una gran pausa de esperanza al suscribir en ese otoño los Acuerdos de París sobre calentamiento global y la Resolución adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 (Objetivos de Desarrollo Sostenible) “para transformar el mundo”.

Para general infortunio, la elección del Presidente Donald Trump, representó un cambio radical en estas tendencias que parecían tan favorables y, desde el primer momento, declaró que no iba a poner en práctica los Acuerdos sobre medioambiente y, en cambio, reclamó mayores inversiones en defensa… que  le fueron atribuidas, mansamente, por líderes amilanados y sometidos al poder de los mercados, a una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra (no me canso de repetir que cada día mueren de hambre miles de personas al tiempo que se invierten en gastos militares y armas más de 4000 millones de dólares). La Unión Europea, atrapada en las mismas redes, había dejado de ser la Europa democrática, solidaria, defensora de los derechos humanos y de la igual dignidad… cerrando fronteras en lugar de procurar ayuda al desarrollo de los países emergentes, contribuyendo a la explotación en lugar de la cooperación internacional… si bien, en los últimos años alarmada por los movimientos ultraderechistas, populistas y absolutistas, pretendía reconducir sus actuaciones.

A todas estas, llegó el coronavirus COVID-19 y sorprendió a quienes, interesados únicamente en facilitar el tráfico humano, no habían adoptado las medidas que algunas comunidades científicas habían recomendado en vano dado que las epidemias, que siempre han existido y existirán, serán pandemias precisamente por la inmensa movilidad de los transmisores. Y la  humanidad se ha dado cuenta de que hay una serie de pautas que deben seguirse, de que los virus no reconocen fronteras ni apellidos y que es apremiante un nuevo concepto de seguridad  que a la defensa de los territorios añada la capacidad para hacer frente a catástrofes naturales o  provocadas y, sobre todo, de prevención en gran medida de agentes patógenos.

Es un escándalo intolerable que se negocie con la salud. Que las residencias de ancianos en lugar de un servicio de salud de calidad sean parte de un gran negocio… que la privatización no haya permitido disponer de los arsenales “médicos” que sólo se utilizan, desde tiempo inmemorial, para los conflictos…

Esta vez, no se olvidará. Esta vez, las lecciones aprendidas se llevarán a la práctica porque ahora los ciudadanos ya pueden expresarse y tienen muy claro que las riendas del destino común no pueden hallarse en manos de unos cuantos grupos plutocráticos sino de “Nosotros, los pueblos”, como se inicia la Carta de las Naciones Unidas. Ahora –lo estamos viendo por  fortuna con la reacción mundial frente a la discriminación a la raza negra en los Estados Unidos- “los pueblos” ya no permanecerán callados, ya no se dejarán distraer; manifestarán en grandes clamores populares sus puntos de vista… a sabiendas de que hoy, si no hay evolución habrá revolución. He insistido en que la diferencia entre una y otra es la “r” de responsabilidad. Hasta hace poco desaconsejaba la revolución porque conllevaba violencia. Ahora, desde que los pueblos tienen voz, ya no es necesario recurrir a la manifestación violenta. Ha llegado el momento de sustituir la fuerza por la palabra. No por la palabra de unos cuantos sino la de todos.