A pesar de los excelentes informes
científicos que, una vez más, alertaron sobre la necesidad de adoptar medidas
apremiantes y poner en práctica sin ulterior demora los Acuerdos de París sobre
el cambio climático y la Agenda 2030 de la Asamblea General de las Naciones Unidas
“para transformar el mundo“,… a pesar de la presencia de múltiples y activas
instituciones y representantes de la ciudadanía mundial, con múltiples jóvenes
de especial capacidad informativa… a pesar de países convencidos de la
impostergable necesidad de resolver, sin vacilaciones, las presentes
tendencias… al final ha sido, de nuevo, el “gran dominio”(financiero, militar,
energético, digital , mediático) el que ha aplazado, con total
irresponsabilidad intergeneracional, la adopción de medidas que pudieran
detener, todavía , la presente deriva ecológica.
Desde hace décadas -no me canso de
repetirlo- han sido múltiples las comunidades, especialmente la científica, que
han llamado la atención sobre la necesidad de un cambio radical en la
gobernanza mundial, indicando la urgencia de una acción conjunta a escala global a través de un
multilateralismo democrático ponderado y eficiente, que permitiera, además,
resolver los conflictos por la fuerza de la razón en lugar de seguir
haciéndolo, desde el origen de los tiempos, por la razón de la fuerza. ”Si
quieres la paz, prepara la guerra”: este perverso adagio ha sido puntualmente
seguido por el poder absoluto masculino que ha tenido en sus manos las riendas
del destino común a través de los siglos… hasta
hoy mismo en que se invierten diariamente -lo repetiré mientras no se
resuelva- más de 4000 millones de dólares en armas y gastos militares, al
tiempo que mueren de hambre y pobreza extrema miles de personas, la mayoría
niñas y niños de uno a cinco años de edad.
A pesar de los intentos de tres Presidentes demócratas norteamericanos
de pasar de la fuerza a la palabra -Wilson en 1919; Roosevelt en 1945, y Obama
en 2015- lo cierto es que sus esfuerzos en favor del multilateralismo han sido
contrarrestados invariablemente por las convicciones hegemónicas que hoy,
desoyendo las alarmas por procesos irreversibles que amenazan a la humanidad en
su conjunto por primera vez en la historia, están conduciendo a un claro
deterioro de las condiciones de habitabilidad de la Tierra.
El incumplimiento de los deberes urgentes por parte de las presentes
generaciones puede conducir, sin remedio, a que las venideras vean gravemente lesionados sus derechos.
Desde los años 50 del siglo pasado, la UNESCO -con la creación de
la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, los programas geológico,
hidrológico y oceanográfico y “El Hombre y la Biosfera “- … y el Club de Roma -advirtiendo
sobre los límites del crecimiento -…. y la Academia de Ciencias de los Estados
Unidos en 1979, subrayando el papel del agua marina…y, después, ¡dos “Cumbres
de la Tierra”! (en Rio en 1992 y Johannesburgo en 2002)… y la “Carta de la Tierra”
en 2000….y la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz
(Naciones Unidas 1999)… directrices siempre marginadas por los grupos
plutocráticos neoliberales (G-6,G-7,G-8,G-20) impulsados por los presidentes de
los EEUU pertenecientes al Partido Republicano…
¡Al fin!, en aquel otoño de esperanza de 2015, se firman con el Presidente
Obama los Acuerdos de Paris y la Resolución de las Naciones Unidas sobre la
Agenda 2030 y los ODS… Deber de memoria: a los pocos meses llegó el presidente
Trump y, acto seguido, dijo que Norteamérica no llevaría a la práctica ninguno
de los convenios firmados por su antecesor… Y la Unión Europea, incapaz de
oponerse, silenciosa,… porque para adoptar algunas medidas debe hacerlo por
unanimidad… ¡que es la antítesis de la democracia…! Después de seis años de
retraso, llegando ya al borde del abismo, se abrieron, al principio de la
COP-26, ciertas expectativas por “compromisos alcanzados entre los grandes
poderes”… pero resultó luego que eran compromisos “¡no vinculantes!”…
¡Qué oprobio, qué desvergüenza! Si no son vinculantes no son
compromisos. De esta manera ha concluido la gran ocasión de Glasgow en la
incertidumbre y desesperanza, porque es evidente que buena parte de la
ciudadanía consciente ve desaparecer las últimas posibilidades de enfrentar y
reconducir la situación presente.
Será necesario, en consecuencia, modificar sustancialmente el
comportamiento cotidiano, el estilo de vida, antes de que se alcancen líneas
rojas en el deterioro ecológico… La ciudadanía ya no puede ser, en buena
medida, “espectador distraído” de lo que acontece. El Ártico se está fundiendo
y no sólo los rayos solares carecen de “espejo” para reflejarse, sino que el permafrost ha acumulado durante siglos
grandes bolsas de metano que, al liberarse, tienen un efecto mucho peor que el
anhídrido carbónico sobre el cambio climático.
Está claro que, ahora sí, la solución
es “Nosotros, los pueblos”, como se escribió lúcida pero prematuramente en la
primera frase de la Carta de las Naciones Unidas. En 1945, los “pueblos”
carecían de voz y la inmensa mayoría de los seres humanos nacía, vivía y moría
en unos kilómetros cuadrados… Las posibilidades de información residían en el entorno
inmediato. Eran, lógicamente, temerosos, obedientes, silenciosos, sumisos.
Desde hace unas tres décadas, ya pueden expresarse libremente de forma
progresiva, en buena medida gracias a la tecnología digital, y se ha eliminado,
en alto grado, la discriminación por razón de género, sensibilidad sexual,
ideología, creencia, etnia…
Ahora sí, por fin, “los pueblos“ ya
pueden participar activamente a nivel local, regional, global. Con grandes
clamores populares puede lograrse que se elimine la gobernanza plutocrática y
se refuerce el multilateralismo democrático… Ahora, “los pueblos“ ya pueden
exigir que las ojivas nucleares dejen, de una vez, de constituir una
intolerable “espada de Damocles” para el conjunto de la humanidad… Y que los
paraísos fiscales desaparezcan del mapa, y que un nuevo concepto de seguridad
disminuya los inmensos dispendios en armas y gastos militares actuales y
permita que los habitantes de territorios tan bien protegidos con los sistemas
de defensa actuales tengan acceso a la alimentación, al agua potable, a
servicios de salud de calidad, a una educación para todos a lo largo de toda la
vida, al cuidado adecuado del medio ambiente… Los pueblos actuarán, por fin,
porque la propia Declaración Universal de Derechos Humanos -¡maravillosa
previsión¡- así lo indica en el segundo párrafo del preámbulo: …“a fin de que
los seres humanos no se vean compelidos al supremo recurso a la rebelión…”. Hace
pocos días publiqué “Glasgow, conciencia
mundial para cambiar de rumbo”. Hoy –a la vista de los pocos resultados de
la COP-26 y, sobre todo, del anuncio, tan inoportuno como descorazonador, de
que la UE reforzará sensiblemente en muy breve plazo su potencia militar- está claro que debe ser la ciudadanía
consciente la que, “compelida a la rebelión”, logre, voces y manos unidas, las
transiciones que son exigibles antes de que se alcancen puntos de no retorno. Y
“los pueblos”, mirando a los ojos de nuestros descendientes, vamos a exigir
gobiernos que procuren un multilateralismo diligente, unas Naciones Unidas
capaces, todavía, de adoptar las medidas más apremiantes para los cambios
radicales que no admiten mayor demora. Compelidos a la rebelión, vamos a lograr
cambiar, en poco tiempo, la fuerza por la palabra. Vamos a inventar otro
futuro.