y todo sigue igual: el G-20, la OTAN, el mercado acosando a los políticos...
El terremoto... Y luego, en un mundo armado hasta los dientes pero incapaz de disponer de la tecnología y el personal capacitado para hacer frente a las catástrofes naturales, en un gran servicio conjunto coordinado por las Naciones Unidas, el decaimiento de la asistencia internacional, siempre precario, y ahora, por si fuera poco el sufrimiento inenarrable de este pueblo, una epidemia de cólera.
No puedo observar esta fotografía de una mujer contagiada, desnuda en medio de la calle, imagen de desamparo total, de insolidaridad éticamente aborrecible, sin sentir una profunda repulsión por la "normalidad" con que tienen lugar acontecimientos en el mundo del bienestar, donde los saciados protestan por tener que reducir un poco los límites de su prosperidad; donde los grandes líderes deciden ampliar la maquinaria bélica con los "escudos antimisiles" frente a Irán, que conlleva una mayor inversión todavía en la maquinaria de guerra; donde los cardenales se reunen entre ellos en lugar de hacerlo, con hábitos y zapatos más sencillos, con los fieles progresivamente confusos; donde las instituciones financieras, una vez "rescatadas" con dinero público, siguen condicionando la acción política, guiadas por las leyes del mercado en lugar de hacerlo por la justicia social y los Derechos Humanos; donde el medio ambiente se sigue deteriorando irresponsablemente, sin pensar en las generaciones venideras; donde el poder mediático, concentrado en muy pocas manos favorece la uniformización de la sociedad civil, reducida a ser espectadora impasible y resignada; donde el poder energético no acepta alternativas sostenibles a pesar del visible deterioro de las condiciones de habitabilidad del planeta; donde siguen imperturbables los paraísos fiscales y la desregulación bancaria; donde se siguen oponiendo a los fondos complementarios procedentes de tasas sobre las transacciones electrónicas y las tarjetas de crédito; donde se siguen poniendo reparos, a pesar de haberse demostrado la total ausencia de efecto disuasorio por el precio, a la "legalización" del uso de drogas que terminaría con el terror del narcotráfico; donde la desmesurada industria del entretenimiento impide la movilización ciudadana; donde los grupos plutocráticos siguen "gobernando" al mundo, en lugar de poner a punto unas Naciones Unidas eficaces, dotadas de los recursos personales, técnicos y financieros adecuados; donde...
Todo sigue igual. Con lo que hoy se invierte en armas y gastos militares en 20 días (4.000 millones de dólares al día = 80.000 millones de dólares) podría hacerse frente a la inanición y a la pobreza extrema... y atender debidamente, como se merecen, a nuestros hermanos de Haití vapuleados por múltiples desastres...
Debemos movilizarnos contra este curso aparentemente inexorable de los acontecimientos. Debemos tomar medidas -con los medios de comunicación, con el consumo- que adviertan claramente a los gobernantes que ha llegado el momento de poner en marcha una economía de desarrollo global sostenible en lugar de la actual economía de especulación y guerra; de que ha llegado el momento inaplazable de consolidar las democracias, hoy tan frágiles y vulnerables; de que queremos gobernarnos por un sistema multilateral y no por grupúsculos plutocráticos.
Ha llegado el momento de la gran transición de una cultura de obediencia y silencio, de una cultura de imposición, violencia y guerra a una cultura de diálogo, conciliación, alianza y paz.
Hagamos como Forges en sus magníficas viñetas: pongamos a Haití en el centro de nuestra vida cotidiana... porque, al no olvidarnos de Haití no nos olvidamos tampoco de nuestras responsabilidades como ciudadanos plenos. Nunca más súbditos silenciosos.
Es tiempo de acción. "Tiempo de alzarse", como escribió José Ángel Valente.
El 10 de septiembre de 1991, escribí en Puerto Príncipe el siguiente poema:
¿Cómo pudo
consentirse?
¿Cómo pudo
tolerarse
esta miseria,
esta injusticia?
¿Qué conciencia tuvieron,
tenemos hoy,
yo, tú,
nosotros?
Esclavos antes.
Ahora esclavos.
Un día
lograremos
cortar
estas largas
cadenas.
Un día
cambiaremos
el desamor
por cobijo,
y las cañas
por ladrillos.
¿Cómo ha podido consentirse? ¿Cómo seguimos consintiéndolo?