No podemos seguir viviendo ni un día más con la “espada de Damocles” de una explosión nuclear. Hasta ahora los “pueblos” han estado callados, silenciados, atemorizados, obedientes, sumisos. Ahora, de repente, pueden expresarse libremente, pueden disentir, pueden opinar sin cortapisas. Hay muchas urgencias que abordar: el hambre, las desigualdades sociales, el deterioro del medio ambiente… Pero una sobresale, una es más urgente todavía que las otras: el desarme, empezando por el nuclear.
Una humanidad que contempla cómo sólo el 20% de sus componentes viven en el “barrio próspero” de la aldea global, mientras que 4 de cada 5 habitantes de la Tierra viven o sobreviven en gradientes progresivos de pobreza; que vive horrorizada porque se invierten 4000 millones de dólares al día en armas y gastos militares al tiempo que mueren de hambre y desamparo unas 50.000 personas al día, más de la mitad niños y niñas de uno a cinco años de edad; que contempla cómo se deteriora la habitabilidad del planeta, la casa común… no puede, no debe seguir tolerando ni un día más la amenaza atómica.
Hoy mismo, sin dilación, tecleemos en nuestros ordenadores y móviles nuestra repulsa. Consigamos un clamor mundial en contra del armamento nuclear y de todas las armas innecesarias. Aboguemos por una Naciones Unidas refundadas y eficaces, de tal modo que, por fin, la paz prevalezca sobre la seguridad, que la palabra, por fin, prevalezca sobre la fuerza.
(A Jean Jacques Lafaye, por su tesón
y audacia en la lucha contra el
peligro nuclear)
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