para una nueva economía y un nuevo liderazgo multilateral democrático.
Com-partir, es la única solución para evitar las gravísimas desigualdades sociales y asimetrías de todo orden a que ha conducido el neoliberalismo globalizador.
Insisto –porque es una referencia esencial en mi comportamiento cotidiano- que es moralmente inaceptable que cada día mueran de hambre más de 20.000 personas al tiempo que se invierten en gastos militares y armamento 3.000 millones de dólares. Bastaría con una reducción razonable de estas ingentes y desproporcionadas cifras para que pudieran incrementarse rápida y sustancialmente las ayudas al desarrollo endógeno, sostenible y humano en todo el mundo; se atendiera el crucial legado intergeneracional del medio ambiente, asegurando que no tenga lugar el deterioro irreversible de la habitabilidad de la Tierra; la cooperación internacional permitiría la puesta en práctica de las grandes prioridades de las Naciones Unidas (alimentación, agua, salud, ecología, educación, paz…); y, sobre todo, se haría posible el “nuevo comienzo” que preconiza la Carta de la Tierra.
Todos los seres humanos iguales en dignidad. Cada ser humano único capaz de crear, de diseñar su propio futuro en un proceso de educación permanente, de tal modo que todos sean “libres y responsables”, como define magistralmente la UNESCO a los “educados”, actuando siempre en virtud de las propias reflexiones y nunca más al dictado de nadie. Con el fanatismo y dogmatismo, tolerancia cero.
Las alas para el vuelo alto en los tiempos que se avecinan no pueden estar lastradas ni presentar adherencia alguna.
Frente a la “profunda crisis del ultraliberalismo”, el Forum de Crans Montana al que acabo de asistir en Bruselas, propone “situar de nuevo al ser humano en el centro de toda política y estrategia”.
Es tiempo de acción, porque pueden alcanzarse puntos de no retorno. Ya disponemos de múltiples diagnósticos. Ahora corresponde aplicar sin demora tratamientos adecuados. Es apremiante la refundación del Sistema de Naciones Unidas después de los ineficientes e infaustos grupos plutocráticos (G-7, G-8, G-20), que el neoliberalismo estableció en la década de los ochenta. ¿Cómo pudo pretenderse –y aceptarse- que 6, 7, 8… 20 países guíen los destinos de 193? Y, sobre todo, deben re-ponerse los “principios democráticos”, que con tanta precisión y clarividencia establece la Constitución de la UNESCO, en donde el Partido Republicano de los Estados Unidos, en sus ambiciones hegemónicas y con la Primer Ministro Margaret Thatcher como obediente acólito, situó las leyes mercantiles.
Ahora ya es posible, en la era digital, que “Nosotros, los pueblos…”, silentes y obedientes desde tiempo inmemorial, puedan levantar la voz y participar activamente. Ahora, con la mujer progresivamente incorporada al proceso de toma de decisiones, ya es posible el imposible sueño, hasta hace bien pocos años, de emancipación de la humanidad.
Ahora ya podemos imaginar en el ciberespacio grandes clamores populares para los cambios radicales que se requieren con apremio. No tendrá lugar, por fortuna, la guerra de las galaxias en el espacio sideral sino en el espacio “digital” se originará la nueva paz, la formidable transición desde la fuerza a la palabra, desde una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, diálogo, conciliación y paz.
¿Cómo puede Europa, la gran emigrante, rechazar ahora a los inmigrantes? ¿Cómo puede poner obstáculos a su acceso en lugar de intensificar la ayuda al desarrollo para una vida digna en sus lugares de origen? ¿Por qué no completa rápidamente su edificio institucional con una unión política y económica? ¿Cómo puede aceptarse que la pretendida Europa-faro se haya detenido y circunscrito a una unión monetaria? ¿Por qué Europa sigue las pautas dictadas por el Partido Republicano norteamericano, cuando el propio Presidente Obama, para el bien de su país, las apartó cómo correspondía?
Convincentes voces (femeninas, por cierto) se alzaron en Bruselas para reclamar con urgencia la debida solidaridad, la reposición de los valores éticos en el lugar en que han situado los bursátiles.
En Bruselas advertí -¡otra vez!- que si no hay evolución habrá revolución y que la diferencia entre estas dos palabras es la “r” de responsabilidad. Dejemos de seguir a los irresponsables y, con urgencia, facilitemos la transición de una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra a una economía de desarrollo sostenible y humano. De una cultura de guerra a una cultura de paz, liderada por un a multilateralismo democrático y eficiente.
La mejor solución –aunque tengamos que sobreponernos a la inmensa inercia de quienes se aferran al perverso adagio de “si quieres la paz, prepara la guerra”- es el desarme (incluido, desde luego, el nuclear), aplicando una parte razonable de los colosales medios dedicados a la seguridad para el desarrollo de todos los pueblos, de tal modo que se haga realidad la igual dignidad y calidad de vida.
Desarme para el desarrollo: así de sencillo. Para ello son necesarias unas Naciones Unidas refundadas con urgencia. La solución existe. Falta el coraje y liderazgo para aplicarla. Antes la voz del pueblo no podía alzarse. Ahora sí. El clamor popular logrará los cambios que la humanidad reclama con urgencia.
2 comentarios
Dentro de un año veremos si los nuevos políticos que gobernaran municipios y autonomías han seguido lo que sugieres .
14 de junio de 2015, 20:43Hace 10 años escuché al gran Manu Leguineche decir "El S.XX ha sido para mí el siglo desaprovechado; ...tanto progreso tecnológico para tan poco avance humano".
15 de junio de 2015, 10:24Mientras la conciencia no se atrofie, yo tengo esperanza de que este tipo de sensibilidades afloren y se contagien, precisamente gracias a las nuevas tecnologías que hoy nos juntan a muchos por aquí. Como usted dice, es hora ya de poner de una santa vez al ser humano como el centro de atención. Eureka.
Abrazos.
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