Desde hace años, los que vivimos de cerca los avatares de la redacción de la Constitución y, muy especialmente, del título octavo -bajo la presión de los grandes golpistas de "roja ya, pero rota no"- hemos preconizado una reforma que permitiera conservar lo que debe conservarse y cambiar lo que debe cambiarse, pensando siempre que la Constitución debe ser la solución y no el problema. Antes de que, de forma insensata y totalmente inadecuada al ordenamiento jurídico internacional, se empezara a hablar de secesión, más por razones emocionales que racionales, hubiera debido intentarse -porque tenemos juristas magníficamente preparados para ello- alcanzar fórmulas de ordenación del Estado convenientes para todos, a través de los encuentros y debates que fueran necesarios.
Se han evitado las discusiones que, con apremio, ahora se aceptan ambiguamente.
Lo importante es hallar a tiempo soluciones justas y eficaces para una vida digna para todos... sabiendo con claridad meridiana lo que representaría su aplicación práctica.
De igual modo, los secesionistas hubieran debido explicar qué sucedería al día siguiente de la hipotética independencia y qué ventajas ofrecería, una vez las emociones encauzadas, a todos los ciudadanos de Cataluña.
Unos y otros... y "la casa sin barrer" Nos acercamos a fechas que podrían poner en evidencia su irresponsabilidad.
Hagamos ahora un gran esfuerzo para, con la máxima representación de ciudadanos posible, preparar alternativas de concertación inmediata con una "hoja de ruta" ulterior, para su adecuado desarrollo.
Hasta ahora se ha preferido la fuerza a la palabra... cuando la palabra, en un momento en que todos los ciudadanos pueden expresarse libremente de forma progresiva, será ya la que oriente, guíe y mande.
Nada de electoralismo y de esperar "tras esta legislatura". Ahora. El tiempo de los aplazamientos interesados y de las propuestas oportunistas ha concluido.
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