En las últimas semanas he leído decenas de artículos –con
acentos muy discordantes- sobre la situación en Nicaragua. Y he comentado la
situación y posibles soluciones con muchas personas, con frecuencia sorprendidas y agraviadas por el curso de los
acontecimientos. Una vez más, pienso que en casos de esta naturaleza –con
centenares ya de víctimas- es apremiante hacer una pausa, encontrarse, hablar y
conciliar… pensando sólo en el futuro, en todos los
nicaragüenses, pero en particular en las generaciones que llegan a un paso de
las nuestras y no merecen hacer frente a horizontes tan clamorosamente injustos
y ensangrentados.
Un muerto ya son demasiados muertos. Tres centenares es absolutamente
inadmisible.
El neoliberalismo ha desplazado –con sus grupos plutocráticos
G7, G8, G20- al multilateralismo democrático, cuyo máximo exponente son las
Naciones Unidas, y hoy son muchas las situaciones de violencia, opresión y
guerra que no hallan los cauces de conciliación adecuados.
El “gran dominio” (militar, financiero, energético,
mediático) ha conseguido que la mayoría de la gente no se aperciba de sus
responsabilidades y de las capacidades de
expresión y participación que hoy les confieren las tecnologías
digitales. Es preciso e inaplazable que “Nosotros, los pueblos” -como se inicia
la Carta de las Naciones Unidas, entonces y hasta hace poco prematuramente- tomemos la palabra y, mediante grandes
clamores populares, presenciales y/o en el ciberespacio, manifestemos
abiertamente nuestra opinión, nuestras protestas y propuestas.
Se ha convertido en espectadores impasibles y silenciosos a
los que hoy ya pueden alzar la voz y manifestar anuencias o discrepancias. Por
eso, cuando, por fin, los pueblos se manifiestan y elevan la voz, es necesario,
imprescindible, acuciante, atenderlos. Por primera vez en la historia, nos
hallamos ante procesos potencialmente irreversibles, que pueden afectar a la
humanidad en su conjunto y, a pesar de las alertas y alarmas, siguen
desatendidos y los ciudadanos-actores-activos brillan por su ausencia.
No deben acallar por más tiempo la voz de la gente. Y no
deben –sobre todo los que representaron antaño la emancipación popular- usar la
fuerza y la violencia. Si alguien conoce los frutos indefectibles de la
resistencia es quien hoy se resiste a la conciliación y la palabra, que siempre
acaba ganando la partida, pero dejando numerosas víctimas de los
“contendientes” en el camino, vidas con frecuencia de los más inocentes,
innecesarios sacrificios, los que más duelen, los más indebidos. Así lo he
pensado siempre con profundo dolor en los procesos de paz en los que he
participado: ¡si se hubiera empezado por la palabra en lugar de por la fuerza!
Es un movimiento no violento, desarmado, que ha pretendido, a
través de una Mesa de Diálogo Nacional en el que participan representantes del
gobierno, que la sociedad civil pueda expresarse libremente, con la mediación
de la Iglesia. Se trata de lograr inculcar en ambas partes actitudes que
desarticulen cualquier tentación de dominio y opresión. Directrices que motiven
y orienten a la “sociedad civil” (campesinos, universitarios, empresarios…)
para lograr restablecer un sistema auténticamente democrático y participativo
en Nicaragua. Boaventura de Sousa Santos ha escrito recientemente, con su gran
autoridad ética y política, que “la oposición al orteguismo cubre todo el
espectro político y, tal como ha ocurrido en otros países (Venezuela, Brasil),
sólo muestra unidad para derribar el régimen, pero no para crear una
alternativa democrática… En las alianzas alcanzadas con la Iglesia y los
grandes empresarios se consiguió un considerable crecimiento económico basado
en la receta neoliberal: gran concentración de riqueza, dependencia de los
precios internacionales, megaproyectos, monopolio de los medios masivos,
instrumentalización del sistema judicial y reelección indefinida”…
Desde hace muchos años he colaborado intensamente con el
Instituto Martin Luther King de la UPOLI y deseo sinceramente poder seguir
haciéndolo durante muchos años más, trabajando en favor de la cultura de paz y
no violencia. Fue Martin Luther King quien nos advirtió de la improcedencia de
guardar silencio.
La cultura de paz consiste, precisamente, en facilitar la
transición desde una cultura de dominio, imposición, violencia y confrontación
a una cultura de encuentro, diálogo, conciliación, alianza y paz. ¡De la fuerza
a la palabra! Esta es la transición histórica que debe ahora mismo, sin
mayor demora, ponerse en práctica en Nicaragua.
En los últimos días el propio Papa Francisco ha intervenido
para facilitar una inflexión que permitiera recuperar la total vigencia y
posibilidad de éxito del Diálogo Nacional. También el Secretario General de las
Naciones Unidas ha abogado para que “se logre un nuevo consenso”.
La violencia no tiene disculpas, la ejerza quien la ejerza.
Lo acaecido en la Universidad Nacional de Nicaragua y en Masaya no puede a
continuación describirse en términos patrióticos ni reduccionistas. Es
necesario que la gran fractura social que existe en estos momentos pueda
restañarse a través del encuentro y del
buen sentido. Las resoluciones de instituciones como la OEA deben ser tajantes y claras. El Presidente Ortega debe adoptar
decisiones que permitan recuperar el sentido democrático sin demora. Y esto se
consigue con propuestas concretas y convincentes en la Mesa del Diálogo y no
con escuadrones de paramilitares.
En el diálogo habrá, lógicamente, disidencias y
discrepancias, pero nunca deben mantenerse posiciones inamovibles. Es preciso establecer
con claridad que –como acaeció en Argentina y en otros casos recientes- la presión
internacional no se halle influida por grandes consorcios mercantiles.
Hay que lograr la reconciliación. La reconsideración del
Sistema de las Naciones Unidas es, vuelvo a repetirlo, absolutamente indispensable para que la
humanidad pueda hacer frente a los grandes desafíos –cambio climático, pobreza
extrema, nuclear- que le afectan de
manera apremiante en su destino común.
Serenidad y buen juicio para, en pocos días, aclarar y
reconducir la deriva de este queridísimo país, símbolo de tantas cosas
positivas. Diálogo, diálogo, diálogo para lograr la reconciliación nacional imperativamente,
sin un muerto más, sin acciones de fuerza que conduzcan a situaciones
irreparables.
2 comentarios
Totalmente de acuerdo
22 de julio de 2018, 20:20De acuerdo. Aprender a dialogar. Nada de muertes.
24 de julio de 2018, 18:55Un saludo
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