“Si quieres
la paz, sé tú el cambio”,
Mahatma Gandhi.
“Nosotros, los
pueblos”. Así se inicia la Carta de las Naciones
Unidas. No se refiere a los Estados y a
los gobiernos. Son “los pueblos”, es la
sociedad civil la que debe tener el papel que le corresponde. “Nosotros, los
pueblos… hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la
guerra”. Es la mejor expresión del
multilateralismo democrático, única fórmula de gobernación mundial que puede
eliminar a los grupos plutocráticos impuestos por el neoliberalismo que han
derivado en una crisis sistémica de hondo calado.
El preámbulo del Acta Constitutiva de
la UNESCO establece que “la terrible guerra que acaba de terminar no hubiera
sido posible sin la negación de los principios democráticos de la dignidad, la
igualdad y el respeto mutuo de los hombres, y sin la voluntad de sustituir
tales principios, explotando los prejuicios y la ignorancia, por el dogma de la
desigualdad de los hombres y de la razas… La amplia difusión de la cultura y la
educación de la humanidad para la justicia, la libertad y la paz son
indispensables a la dignidad del hombre y constituyen un deber sagrado que
todas las naciones han de cumplir con un espíritu de responsabilidad y de ayuda
mutua;…la paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la
humanidad”. La igual dignidad humana, constituye el punto de referencia ético
de unos principios democráticos que
permitan “asegurar el respeto universal a la justicia, a la ley, a los Derechos
Humanos y a las libertades fundamentales que, sin distinción de raza, sexo,
idioma o religión, la Carta de las Naciones Unidas reconoce a todos los pueblos
del mundo”.
En
estos momentos la tolerancia se hace aún más necesaria y se convierte en un
factor indispensable para que la convivencia pacífica sea posible. La
Declaración de la Tolerancia que propuse precisamente con motivo de la
celebración del 50 aniversario de las
Naciones Unidas y de la UNESCO en 1995 debe ser, hoy más que nunca, la “hoja de
ruta” a seguir. La palabra tolerancia
se presta a confusión. La tolerancia no es magnanimidad ni indulgencia ni se
refiere a sentimientos de que algo pueda ser tolerable o intolerable. Consiste
básicamente en saber aceptar las maneras
de pensar, los modos de vida, las creencias y las ideologías de los otros.
Hoy, gracias en buena medida a la tecnología
digital, son muchos los seres humanos que pueden expresarse
libremente, que saben lo que acontece y, sobre todo, la mujer,
marginada durante siglos, se halla en camino de desempeñar, en muy pocos años,
el importante papel que, en plano de completa igualdad, le corresponde. En muy pocos
años -por eso estamos viviendo momentos fascinantes- se van produciendo cambios
muy sustantivos y la capacidad de decisión de la mujer, con las facultades que
le son inherentes, está por fortuna incrementándose. Por fin es posible contar con
las voces de la mujer y de la juventud, presenciales y en el
ciberespacio, para propiciar los cambios esenciales y apremiantes que son
exigibles antes de que se alcancen puntos de no retorno.
Hoy más que nunca tenemos que despertar en la gente joven la convicción
de que es posible superar los obstáculos e inventar un futuro distinto. La humanidad hace frente,
por primera vez en su historia, a procesos potencialmente irreversibles, lo que
imprime un especialísimo vigor y rigor a las medidas que deben adoptarse para
no alterar –lo que constituiría un histórico error- la calidad del legado
intergeneracional.
Hoy, por primera vez
en la historia, son posibles múltiples transiciones. Tenemos una conciencia planetaria; el número
de mujeres en la toma de decisiones se incrementa, y los medios de comunicación
digitales permiten, rápidamente, que los seres humanos pasen de ser invisibles
a visibles, de anónimos a identificables.
Las comunidades científica, académica,
artística, literaria, intelectual en suma, deben, conscientes de la gravedad de
la situación y las tendencias, liderar la reacción popular en favor de
la igual dignidad de todos los seres humanos.
Hay repuntes muy recientes que
pueden ser de gran interés y que nos deben llenar de esperanza, como esas
medidas que se adoptaron en el otoño de 2015 dando respuesta a la gravedad de
las amenazas globales de un mundo en manos de irresponsables. La Resolución de
21 de octubre de 2015 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, por la que
se fija la Agenda 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible,
se titula “Para transformar el mundo”. De inmediato se logró en París la
firma de los Acuerdos sobre Cambio Climático convencidos de
que era imprescindible, pensando en nuestros descendientes, actuar de forma
inaplazable.
Así
mismo, se hace evidente la necesidad de un nuevo concepto de seguridad en que,
junto a la de los territorios, se tenga en cuenta la alimentación, salud, educación,
cuidado del medio ambiente… de los que habitan estos territorios.
Ha llegado el momento del cambio y la
autoestima. Ha llegado el momento de alzar la voz con tanta serenidad como
firmeza. Ha llegado el momento de la emancipación ciudadana, de los pueblos
libres. Nos hemos preparado para la guerra… y hemos hecho, lógicamente, aquello
para lo que estábamos preparados. Ahora, está claro que queremos, en estos
albores de siglo y de milenio, cambiar radicalmente de actitud y de pauta: “Si
quieres la paz, contribuye a construirla con tu comportamiento cotidiano”.
Paz. La paz sea contigo. Paz en uno
mismo, en casa, en la escuela, en el lugar de trabajo, en la calle, en la
aldea, en la ciudad. Paz a todos. Paz en la Tierra. Este es el más profundo
anhelo humano desde el origen de los tiempos, inhacedero por el poder basado en
la imposición y en la fuerza. Y esta paz sólo es posible si hay tolerancia y
respeto.
Todos deben sentirse implicados y beneficiados. No
son temas de Gobierno sino de Estado, no de unos mandatarios sino de la
sociedad en su conjunto (civil, militar, eclesiástica)… Todos deben contribuir a facilitar la gran transición desde la
razón de la fuerza a la fuerza de la razón; de la opresión al diálogo; del
aislamiento a la interacción y la convivencia pacífica. Pero, primero, vivir. Y
dar sentido a la vida. Erradicar la violencia: he aquí nuestra resolución.
Evitar la violencia y la imposición yendo a las fuentes mismas del rencor, la
radicalización, el dogmatismo, el fatalismo. La pobreza, la ignorancia, la
discriminación, la exclusión… son formas de violencia que pueden conducir
–aunque no lo justifiquen nunca– a la agresión, al uso de la fuerza, a la
acción fratricida.
Desde
siempre, los seres humanos han intentado hallar puntos de referencia éticos que
orientaran sus pasos, especialmente en los momentos en que el hecho ineluctable
de la existencia incidía de forma más directa en la toma de decisiones. “Como nunca
antes en la historia, el destino común nos hace un llamamiento a buscar un nuevo
comienzo”. Así se inicia el último
capítulo de la Carta de la Tierra, titulado “El camino a recorrer”.
Como establece la
Carta de la Tierra, “para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la
decisión de vivir de acuerdo con un sentido
de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad
terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales. Somos ciudadanos de diferentes naciones de un
solo mundo al mismo tiempo, en donde los ámbitos local y global, se encuentran
estrechamente vinculados. Todos
compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la
familia humana y del mundo viviente en su amplitud”.
Sí, hoy es posible
el “nuevo comienzo” al que se refiere la Carta de la Tierra: el por-venir está
por-hacer. Y, por primera vez en la
historia, advertimos que es una tarea común.
Que podemos dejar de observar para actuar. La memoria del pasado, sí, pero sobre todo
del futuro. Unamos voces y manos;
tengamos avispados vigías en las torres de observación; anticipémonos a los
acontecimientos inconvenientes para la especie humana.
Seamos capaces de
actuar a tiempo, en especial en procesos potencialmente irreversibles. Cada ser
único dotado de la exclusiva facultad de crear. Esta es nuestra esperanza.
De la razón de la fuerza a la fuerza
de la razón. En pocos años, la era de la palabra, de la convivencia “fraternal”
como establece el artículo 1º de la Declaración Universal, comenzará su
andadura.
1 comentario
Hay que...Ahora se puede...La verdad es que me suena a mas de lo mismo leer esto. Hay parrafos que hablan de Paz y que la paz sea contigo. Pues eso no crece en los arboles, porque el ser humano hoy es aun muy primitivo, le falta conciencia y vivencia de lo que impide la paz. Es necesario experimentar q la paz comienza en la formacion personal y no en una idea o ideilogia o decalogo del momento o del siglo.
20 de septiembre de 2019, 13:40Formacion para la paz es formacion para el autoconocimiento, para no dejarnos llevar por el energumeno que llevamos todos dentro y que pide "primero yo y despues yo". Ese que aun cree que siempre tiene razon, que las creencias son realidades objetivas y que las mias son las unicas que valen, aunque me digan que debo ser tolerante con los demas que estan equivocados.
Necesitamos una gran tarea de Formacion desde la tierna infancia que apoye y fomente mediante presupuestos y leyes y programas educativos coherentes mientras se vayan haciendo campañas de choque. Solo las campañas no valen. Solo sirven para engordar funcionarios. Yo ya hago lo mio pero sin apoyo oficial es francamente dificil. Sigo haciendolo xq es lo que puedo hacer... pero se pidria hacer mucho mas
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