“¡Con
cuánto trabajo deja la luz a Granada!”, escribió Federico García Lorca. ¡Con
cuánto trabajo, en todas las acepciones, ha dejado Ricardo Díez Hochleitner la
vida! Una vida especialmente densa y polifacética, que ha discurrido sobre dos
ejes principales: la educación y la prospectiva.
Nació
en Bilbao en 1928. Licenciado en Ciencias Químicas en 1950 (Universidad de
Salamanca). Realizó estudios de postgrado en Ingeniería Química. Doctor en la
Universidad Técnica de Karlsruhe (Alemania). De 1952 a 1955 fue Profesor de la Universidad
de Colombia, donde ejerció también como Colaborador Técnico de Educación
Industrial en el Ministerio de Educación. Después regresó a España en calidad
de Inspector General de Formación Profesional e Industrial, y dirigió la
División de Enseñanzas Técnicas de la OEI (Organización de Educación
Iberoamericana). Durante poco más de un año (junio de 1956 a julio de 1957) fue
Coordinador General del Ministerio de Educación Nacional de Colombia. La
extraordinaria experiencia adquirida durante aquellos años le permitió
desempeñar el cargo de Asesor Principal de Planteamiento Educativo de la OEA
(Organización de Estados Americanos), en Washington y, acto seguido, de 1958 a
1962, colaboró con la UNESCO como especialista de Planificación y
Administración de la Educación. Fue el primer Director del Departamento de
Inversiones del Banco Mundial y, a continuación, Director del Departamento de
Planificación y Financiación de la Educación de la UNESCO, hasta 1967.
Es en
este momento cuando el Ministro José Luis Villar Palasí le incorpora al
Ministerio de Educación y Ciencia de España como Secretario General Técnico al
principio, y como Subsecretario después (1969-1973). Fue en 1968, siendo Rector
de la Universidad de Granada, cuando le conocí e iniciamos una intensísima
colaboración. En poco tiempo, el Ministerio creó las tres Universidades
Autónomas (Barcelona, Bilbao y Madrid) y la UNED, y elaboró el Libro Blanco de
la Educación (con la colaboración del gran pedagogo José Blat Gimeno) y la Ley
General de Educación de 1970.
Durante
el primer encuentro en Granada, visitó el Hospital Real, que se incorporó
después a la Universidad Granadina.
Desde
1976, fue Miembro del Club de Roma. Ya conocía desde hacía años a Aurelio
Peccei, su fundador. En 1982 fue nombrado Miembro del Consejo Ejecutivo y
Vicepresidente en 1988. En el año 2000, se convirtió en Presidente del Club de
Roma a escala mundial hasta 2010. A partir de este momento, en calidad de
Presidente de Honor, ha seguido inspirando las actividades del Capítulo Español
del Club de Roma que, bajo la clarividente dirección de Isidre Fainé y de su Vicepresidente
José Manuel Morán, se ha convertido en uno de los más activos y relevantes
Centros del Club de Roma de todo el mundo.
¿Cuál
es la característica fundamental que recuerdo de Ricardo Díez Hochleitner desde
que le conocí en el año 68? Lo que recuerdo como más sobresaliente es la visión
global que siempre tuvo. “Saber para prever, prever para prevenir”. Siempre
viendo el mundo en su conjunto, porque Ricardo, siendo bilbaíno, era también
muy palentino. Le gustaba este “equilibrio” de procedencia. Pero su cualidad
principal fue siempre preocuparse de la humanidad sin fronteras ideológicas,
étnicas, o geográficas. Tenía el compromiso permanente de desarrollo humano
para un planeta sostenible. Para esto no sólo hay que atreverse a saber sino
que hay que saber atreverse, y él fue
una persona que no fue sólo receptor sino que supo emitir y movilizar.
Ricardo
Díez Hochleitner fue un visionario, vigía de tiempos nuevos que, ahora más que
nunca, en la crisis que estamos viviendo por la pandemia del coronavirus, nos
damos cuenta de que hay que transformar radicalmente. En 1977 ya decía: “…lo
importante es la alimentación, es el reciclaje de los recursos, es el medio
ambiente”. Y, en “El mundo ante una difícil transición”, artículo publicado
en El País el 3 de noviembre del mismo año, escribía: “El Club de Roma está al servicio de
los problemas planetarios…”. Sabía muy bien que no se trata sólo de
diagnósticos sino, sobre todo, de tratamientos a tiempo. Era una
exigencia de las responsabilidades intergeneracionales. He querido revisar muy
rápidamente alguno de los documentos que conservo y de lo que significó y
significa hoy Ricardo Díez Hochleitner, porque realmente era un
“hombre-horizonte” -como se refirió a él tan bellamente, con el dominio que tiene de la
lengua, Ángel Gabilondo- que nos obligaba
a seguirlo pero que nunca alcanzábamos… pero, entre tanto, nos había hecho
caminar… Todo esto constituye el rastro, el impacto educativo y preventivo de
Ricardo Díez Hochleitner, como promotor de muchas iniciativas y proyectos, como
el de la Fundación Santillana. Tuve el honor de que aceptara ser miembro, desde
su fundación en el año 2000, de la Fundación Cultura de Paz, que pretende la
sustitución de la razón de la fuerza por la fuerza de la razón.
Ricardo
Díez Hochleitner ha sido para mí, en
palabras de la poetisa gaditana Pilar Paz Pasamar, más que un amigo, un “hermamigo”.
Su
mujer, su compañera inseparable consciente y esperanzada, sus 7 hijas e hijos
tan brillantes y notorios, sus 22 nietos y 9 bisnietos, forman parte esencial
de su inmenso legado humano y profesional.
Ricardo Díez Hochleitner supo poner en práctica de forma ejemplar los
versos del sabio Athanasius: “¿De qué sirven / el caudal y los ríos de la
ciencia / si no aprendemos a amar / y a renunciar a nosotros mismos?”.
Publicado en El País el 7 de abril de 2020
1 comentario
Excelente y emotiva semblanza de un personaje singular, que debe servirnos de ejemplo en muchas facetas. Qué suerte tuvo usted por haberlo conocido personalmente. Yo, siendo estudiante, estuve en una reunión con él cuando era Subsecretario de Educación, y me impresionó por sus amplísimos conocimientos.
12 de abril de 2020, 19:49Publicar un comentario