La situación mundial ha alcanzado un grado de complejidad inédita y acuciante, y las tendencias actuales que deben reconducirse con apremio son, por su número y magnitud, mayores que en el pasado. Con una población mundial de 8000 millones de seres humanos, las soluciones aplicadas hasta ahora para procurar una alimentación adecuada, unos servicios de salud eficientes, una educación para todos de calidad y, sobre todo, un “trato humano” a todos, han ido mostrando progresivamente su desgaste y carencia de idoneidad… Los horizontes son muy sombríos, si seguimos pensando que “esto no hay quien lo arregle” y somos espectadores de lo que acontece en lugar de actores plenamente implicados en descubrir e inventar soluciones.
Sí: por
primera vez en la historia, la especie humana se reconoce progresivamente igual
en dignidad, sea cual sea su género, etnia, ideología, creencia, sensibilidad
sexual… y, además, es capaz de expresarse libremente gracias a la tecnología
digital. Ahora, la ciudadanía, consciente de las amenazas globales,
particularmente de las potencialmente irreversibles, ya puede actuar en favor
de un multilateralismo eficaz a escala planetaria, ya puede cumplir sus
inaplazables deberes intergeneracionales, ya puede asegurar la conservación de
la habitabilidad de la tierra, ya puede cambiar la fuerza por la palabra…
Para todo
ello es preciso saber, recordar y actuar. Deber de memoria… Delito de
silencio…, Lo he escrito muchas veces y lo repito ahora. Para inventar el
futuro y sobreponernos a la inercia, es imperativo que “Nosotros, los pueblos…”
nos atrevamos a saber y sepamos atrevernos. Si seguimos de espectadores,
impasibles, distraídos, abducidos por las redes sociales y la inteligencia
“artificial” no podremos “cambiar de rumbo y nave” como preconizaba el profesor
José Luis Sampedro.
Ahora ya
podemos. Ahora debemos sin falta actuar, pensando en las generaciones
venideras. De otro modo, mereceríamos aquella terrible sentencia de Albert
Camus, que cito con frecuencia: “Los desprecio, porque pudiendo tanto se
atrevieron a tan poco”.
Otto
Schermer, en su reciente y espléndido artículo “Protegiendo la llama”, ponía de
manifiesto que ahora, por fin, tenemos pautas de conducta y referentes muy bien
establecidos, como la Agenda 2030 y los ODS para orientar nuestro
comportamiento cotidiano. “Es preciso”, escribe, “saber lo que acontece, responder
de manera creativa…. y una movilización colectiva”. ¡Saber…y hacer! Ciencia,
conciencia y pleno uso de las facultades distintivas de la especie
humana…
Como ya he
comentado en otras ocasiones, es urgente cambiar la confrontación por la
mediación y el diálogo. Pasar del “para bellum” al ”para verbum” implica
alianzas intergeneracionales y con los medios de comunicación para que sea
posible la democratización del multilateralismo, comenzando por el Sistema de
las Naciones Unidas —adoptando una Declaración Universal de Democracia, con
eliminación de los cinco vetos inhabilitadores desde su propia creación— y
siguiendo por la Unión Europea, incapaz de decidir desde que cayó —o la
empujaron— en la trampa de la “unanimidad”.
Ciencia y
conciencia para beneficio de la especie humana, asegurándose que las decisiones
políticas tendrán en el futuro el fundamento científico que es imprescindible
para llevar a cabo las radicales transformaciones que exige la actual situación
a escala planetaria. Se trata, como subrayaba José Manuel Morán, Vicepresidente
del Capítulo Español del Club de Roma, “no sólo de tener muy claro el qué debe
hacerse sino el cómo”.
Ya he
apuntado que uno de los grandes retos a los que debe hacerse frente sin demora
es el de la migración a escala global. Solo a las costas británicas han llegado
desde el 1 de enero de este año al 9 de marzo 4500 inmigrantes. Todos los seres
humanos iguales en dignidad y merecedores de igual trato. Es una auténtica
vergüenza, no me canso de repetirlo, que cada día se inviertan en armas y
gastos militares 4.000 millones de dólares, al tiempo que mueren de hambre,
pobreza extrema y brutal desarraigo… miles de personas. La solución está en un
pacto mundial sobre la migración y la ampliación de la Convención de la ONU sobre
los derechos de los refugiados. Debemos de una vez finalizar con las manos
alzadas y armadas y hacer que proliferen las abiertas y tendidas. Ahora, además
de la seguridad territorial, la seguridad humana, la de los seres humanos que
habitan territorios tan bien protegidos.
Es
particularmente urgente ocuparse de que el Mare Nostrum deje de ser una
infausta necrópolis de tantos inmigrantes, en lugar de acordar —como lo han
hecho recientemente Estados Unidos, el Reino Unido y Australia— la colocación
de diversos submarinos nucleares en el Océano Pacífico, cada uno de los cuales
cuesta alrededor de 3.500 millones de dólares…
Es preciso
aprovechar el extraordinario desarrollo de la tecnología digital, pero cuidando
de que la robotización no exceda nunca de los límites que le son propios y
produzca una peligrosísima deshumanización, especialmente ante la adopción de
decisiones que deben utilizar siempre y al máximo las fantásticas y
esperanzadoras facultades que distinguen a la especie humana. Se trata de mejorar
la calidad de vida y la capacidad productiva, con una ciudadanía, consciente y
responsable, y el pilar fundamental es, y será siempre, la plena libertad,
transformando los datos en saberes y los saberes en sabiduría.
Ahora, por
fin —y esta es nuestra esperanza— ya podemos poner en práctica la primera frase
de la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto
evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra“. Hasta hace poco,
“los pueblos” no existían… y el poder masculino era absoluto. Ahora, por fin,
nos reconocemos iguales y podemos expresarnos libremente. Ahora podemos dejar
de ser espectadores de lo que acontece y participar ya, sin demora, a transitar
de una cultura desde enfrentamiento, imposición, dominio y guerra, a una
cultura de encuentro, diálogo, mediación y paz, para que todos los conflictos,
activos o latentes, se resuelvan por la palabra y no por la fuerza.
Es
apremiante la sustitución de la gobernanza de los grupos G, plutocrática y
supremacista, por la democrática. El primer paso es conseguir una Unión Europea
sin el veto generalizado de la “unanimidad” y unas Naciones Unidas renovadas y
plenamente multilaterales. En el 75 aniversario de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, debemos activar grandes clamores populares en favor de su
vigencia y respeto generalizado al tiempo que ponemos en marcha resueltamente
los Acuerdos sobre el Cambio Climático y la Agenda 2030. “Las ventanas para
asegurar un futuro sostenible se cierran”, acaban de anunciar las Naciones
Unidas… y “Nosotros, los pueblos” seguimos desoyendo los apremiantes
llamamientos sobre la propia habitabilidad de la Tierra…, seguimos posponiendo
nuestros deberes esenciales relativos al futuro de nuestros hijos y
descendientes… Las redes sociales y los medios de comunicación nos mantienen
obedientes, silenciosos, distraídos… ¡mientras “las ventanas se cierran”!
La visible
irrupción de los universitarios podría iniciar este proceso. “El silencio de
los intelectuales”: así se titula el excelente artículo de Boaventura de Sousa
Santos en Other News el 28 de febrero, que nos advierte lúcidamente sobre la
actitud a adoptar.
Deber de
memoria. “Recordemos para seguir haciendo posible una vida mejor”, ha añadido
Oscar Arias (dic.2022)… “Las lecciones de nuestra historia, con las
experiencias que nos han enseñado, nos muestran que no se llega a la paz ni por
las armas ni por la guerra, ni por la muerte ni por el odio, ni por el olvido
ni por la indiferencia… Se llega a la paz poniendo al ser humano en el centro
de nuestras preocupaciones. Se llega a la paz defendiendo a la vida. Se llega a
la paz invirtiendo en nuestros pueblos y no en nuestros ejércitos;
intercambiando ideas y no bombas; conservando bosques y no prejuicios. Se llega
a ella cambiando la cultura de guerra por una cultura de paz en nuestras
sociedades”.
Ahora ya
sabemos. Ya podemos. ¡Ya debemos!
8 comentarios
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