A Julio Alonso, que tanto procura que
todos
los días sean el “Día de los Derechos Humanos”.
Nos recuerda con apremio, el día 10 de diciembre, cuando se cumplen 65 años de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que los niños, por ser los más vulnerables, deben convertirse sin demora en los principales protagonistas y beneficiarios de la movilización general que la humanidad debe acometer para reponer “los principios democráticos”, tan bien enunciados en la Constitución de la UNESCO, en el centro de los referentes que orientan el comportamiento cotidiano.
Ni un día más mirando hacia otro lado. Ni un día más consintiendo, por codicia, asimetrías y desgarros sociales inadmisibles. Ni un día más dejando para mañana los esfuerzos colectivos que se requieren para asegurar la igual dignidad de todos los seres humanos, fundamento del otro mundo posible que soñamos. Ni un día más aceptando un sistema que ha sustituido los valores éticos por los bursátiles y las Naciones Unidas por grupos plutocráticos de 7, 8 o 20 países prósperos, cuyo balance es la cifra aterradora de 60.000 personas muertas de hambre y desamparo al día, en un genocidio silencioso, al tiempo que se invierten, para garantizar la seguridad del barrio próspero de la aldea global (que representa tan sólo el 20% de los moradores de la Tierra), casi 4000 millones de dólares. Ni un día más los “mercados” en lugar de la razón.
Proclamemos, mirando a los ojos de nuestros hijos y nietos como síntesis de todos los niños del planeta, que no permitiremos que nos distraigan de nuestras obligaciones básicas. Que no permitiremos que nos eduquen para seguir siendo súbditos y espectadores impasibles, sino para ser “libres y responsables” –que en esto consiste la educación verdadera- y actuar en virtud de nuestras propias reflexiones y no al dictado de nadie.
“La protección de la infancia frente a la pobreza, un derecho y una obligación”. Ayudar al prójimo, próximo –más de lo que imaginamos- y distante.
Save the Children nos da cifras y argumentos incontestables. Como dijo Federico García Lorca en 1936, “llegará un día en que una gran revolución espiritual detendrá el hambre que asola el mundo”.
Ha llegado el momento de una gran inflexión histórica: la humanidad, sin exclusiones, como supremo cuidado colectivo. Y los niños, todos los niños, en primer lugar.
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