Es inadmisible, desde todos los puntos de vista, que toda la humanidad deba vivir permanentemente con la inmensa espada de Damocles que representan miles de artilugios nucleares capaces, por cataclismos, por error o voluntariamente, de activarse y destruir de golpe el misterio de la vida humana y de todos los seres. Es irresponsable que, para garantizar la hegemonía de los pocos, el destino de los muchos -¡de los todos!- se ponga en peligro.
En 1987, Gabriel García Márquez escribió: “Pero la sospecha creciente de que el único sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de armas va en sentido contrario de la inteligencia humana. Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia de la misma naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive de la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra, debieron transcurrir trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa y cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del abuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan dispendioso y colosal pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón”.
Reaccionemos. No sigamos de espectadores impasibles. Levantemos la voz. Millones de voces –ahora que podemos expresarnos libremente- para que, de una vez, logremos liberarnos de esta colosal amenaza.
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