Primero,
aprender a ser.
Con enorme
satisfacción recibí la noticia de que, por fin, todos los grupos parlamentarios
han solicitado al Gobierno que se recupere la asignatura de filosofía al nivel que le corresponde.
Hace más de un siglo que
don Francisco Giner de los Ríos definió magistralmente la “educación” como la
capacidad de “Dirigir la propia vida”, actuar en virtud de las reflexiones
personales y nunca al dictado de nadie. Pensar y
crear. Con estos “educados”, el mundo entrará en una nueva era. Habrán
aprendido a ser y a rebelarse. Con los “competitivos y
gregarizados” seguiríamos fomentando las asimetrías actuales, las filias y las
fobias, y las emociones multitudinarias, la obcecación y el fanatismo, porque han
aprendido a tener y a ser sumisos.
Esta espléndida definición me lleva a pensar en Julián
Marías quien, en su “Reflexión sobre un
libro propio”, a los 24 años de haberlo terminado de escribir, explicaba
los motivos personales que le llevaron a profundizar en la filosofía, citando
los versos de Goethe, que Ortega y Gasset repetía con frecuencia: “Yo me
confieso del linaje de esos/ que de lo oscuro hacia lo claro aspiran”. En el
epílogo de este libro, José Ortega y Gasset defendía que el nombre perdurable
de la filosofía debía ser “averiguación”. En efecto, nada define con tanta
precisión la esencia de la filosofía como la actitud permanente de averiguar que, según la Real Academia
significa: “Inquirir la verdad hasta descubrirla”.
La
Constitución de la UNESCO, en su artículo 1º, resume con gran precisión el
sentido del proceso educativo: contribuir a formar personas “libres y
responsables”. Libres para, las alas sin adherencias ni lastre, volar alto en el espacio
infinito del espíritu. Libres, actuando siempre en virtud de las propias
reflexiones, sin cortapisa dogmática alguna. Y responsables, teniendo en
cuenta, junto a los derechos, los deberes en relación a los “otros”, próximos o
distantes, coetáneos o pertenecientes a las generaciones venideras…
Educación es mucho más que capacitación, que formación en actividades y
destrezas profesionales, es más que conocimiento e información (sobre todo,
mucho más que información a través de noticieros, ya que la noticia es, por su
propia naturaleza, lo insólito, lo no habitual, lo extraordinario).
Pues bien: para esta educación “troncal”, son esenciales la filosofía y las
artes, y no lo es la simple transferencia de técnicas y métodos que deben ser
siempre “además de” y no “en lugar de”. Ya nos alertó José Saramago cuando
escribió: “¿Llegaremos a tener tecnología 100, pensamiento 0?”
Recuerdo que Juan Rof repetía –le oí en varias ocasiones en
el Instituto de Ciencias del Hombre- que la “autonomía personal” era requisito
para una conducta en “plena e irrestricta libertad”, sin condicionamientos en
el quehacer humano, en virtud de la fórmula maestra de la reflexión y la
introspección… Autonomía personal gracias a la filosofía que, de acuerdo a la
definición de la Real Academia, es “el conjunto de saberes
que busca establecer, de manera racional, los principios generales que
organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del
obrar humano”.
No cabe duda: para la transición de súbditos a ciudadanos plenos, más
filosofía y más artes. Filosofía, fundamental para ser “libres y responsables”,
para hacer posible el pleno ejercicio de las facultades distintivas de la
especie humana: reflexionar, imaginar, anticiparse, innovar, ¡crear! Filosofía
para –como manifestaba recientemente la
Directora General de la UNESCO, Audrey Azoulay,- “poder transformar las
sociedades”, para llevar a la práctica los cambios radicales que la situación
actual del mundo exige. Hoy es necesario y apremiante impulsar la Filosofía en
todos los grados del aprendizaje. “La Filosofía crea las condiciones
intelectuales para el advenimiento del cambio, el desarrollo sostenible y la
paz”, añadía la Directora General y exhortaba a todos los Estados Miembros “a que den vida a
este mensaje, que entronca con la esencia misma del mandato de la Unesco”.
La
facultad distintiva de la especie humana es la creatividad, es la desmesura
biológica que representa inventar, innovar. Para actuar en libertad, el supremo
don, es indispensable despertar y desarrollar desde la infancia este inmenso
potencial propio, en exclusividad, de los seres humanos.
Junto a
la libertad de expresión se requiere la capacidad de expresión, disponer de las
palabras que transmitan fidedignamente nuestras reflexiones. Las palabras no
son si no se las pronuncia. Es tarea
esencial de la educación que libera: saber pensar y
expresarse correctamente. Esta es disciplina angular, aprendizaje
insustituible durante toda la vida.
Por fin, acuerdo en relación al protagonismo indiscutible de
la filosofía. Es una premisa excelente para seguir ahora en la mejora –que
falta le hace- de todo el proceso educativo.
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