La comunidad científica tiene que presionar ahora para que, tanto como prioridad pública como responsabilidad social privada, la salud sea considerada compromiso supremo a escala mundial. No pensando sólo en enfermedades que afligen a las sociedades del “bienestar” si no a las que padecen todos los seres humanos “iguales en dignidad”, sin exclusión alguna.
El hecho de que el Ébola se haya atrevido a adentrarse en los confines de los “intocables” países más avanzados debe ser una referencia vergonzante para que sean conscientes de esta gran injusticia en el trato humano, de esta discriminación hacia seres humanos explotados cuyas necesidades más perentorias no se atienden... y que, ahora, una vez traspasados por el Ébola los “límites convencionales” con un desmesurado alboroto, los medios de comunicación conseguirán que -si son buenos periodistas e insisten en estas cuestiones cuando amaine la marejada, la sorpresa, el miedo compulsivo- tanto los problemas de las enfermedades emergentes como las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad sean tenidos en cuenta… por la cuenta que les tiene.
Aprendamos todos a mirar a todos. Sólo así entraremos en la nueva era de la forma que se merecen las generaciones que llegan a un paso de la nuestra. No podemos consentir que tantos seres humanos carezcan de los “medicamentos” esenciales, la alimentación y el agua potable; no podemos consentir que padezcan enfermedades (sida, por ejemplo) que en el “barrio próspero” de la aldea global ya hemos erradicado o paliado; no puede ser que carezcan de servicios sanitarios y de atención médica que no sólo evitarían tanto sufrimiento en esos países sino que permitirían llamar la atención, a través de las instituciones multilaterales adecuadas, a los científicos y a todas las personas que, en general, cumplen de forma ejemplar las distintas funciones relacionadas con la salud, hacia aquellas disfunciones y tratamientos que, por su infrecuencia o por no afectar a los más acaudalados, no son objetivos de la I+D+i…
Hace muchos años inicié en España la prevención de las patologías del neonato que cursan con gran deterioro mental. Luego, en la Fundación Ramón Areces, consideramos una prioridad las enfermedades “raras”, consientes de que las estadísticas epidemiológicas no deben nunca limitar la atención clínica y científica, ya que para quien padece una afección determinada, sobre todo si es potencialmente irreversible, representa el 100% y, por tanto deben dedicarse a las mismas todos los esfuerzos posibles tanto curativos como preventivos.
Ahora, “enfermedades emergentes”, para contribuir a la “toma de conciencia” de la importancia que tienen, buscando los recursos necesarios -bastaría con un pequeño porcentaje de los inmensos caudales que se dedican a la seguridad del 20% de la humanidad- y acercando, de paso, como es nuestro deber, a todos nuestros prójimos, próximos o distantes.
El hecho de que el Ébola se haya atrevido a adentrarse en los confines de los “intocables” países más avanzados debe ser una referencia vergonzante para que sean conscientes de esta gran injusticia en el trato humano, de esta discriminación hacia seres humanos explotados cuyas necesidades más perentorias no se atienden... y que, ahora, una vez traspasados por el Ébola los “límites convencionales” con un desmesurado alboroto, los medios de comunicación conseguirán que -si son buenos periodistas e insisten en estas cuestiones cuando amaine la marejada, la sorpresa, el miedo compulsivo- tanto los problemas de las enfermedades emergentes como las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad sean tenidos en cuenta… por la cuenta que les tiene.
Aprendamos todos a mirar a todos. Sólo así entraremos en la nueva era de la forma que se merecen las generaciones que llegan a un paso de la nuestra. No podemos consentir que tantos seres humanos carezcan de los “medicamentos” esenciales, la alimentación y el agua potable; no podemos consentir que padezcan enfermedades (sida, por ejemplo) que en el “barrio próspero” de la aldea global ya hemos erradicado o paliado; no puede ser que carezcan de servicios sanitarios y de atención médica que no sólo evitarían tanto sufrimiento en esos países sino que permitirían llamar la atención, a través de las instituciones multilaterales adecuadas, a los científicos y a todas las personas que, en general, cumplen de forma ejemplar las distintas funciones relacionadas con la salud, hacia aquellas disfunciones y tratamientos que, por su infrecuencia o por no afectar a los más acaudalados, no son objetivos de la I+D+i…
Hace muchos años inicié en España la prevención de las patologías del neonato que cursan con gran deterioro mental. Luego, en la Fundación Ramón Areces, consideramos una prioridad las enfermedades “raras”, consientes de que las estadísticas epidemiológicas no deben nunca limitar la atención clínica y científica, ya que para quien padece una afección determinada, sobre todo si es potencialmente irreversible, representa el 100% y, por tanto deben dedicarse a las mismas todos los esfuerzos posibles tanto curativos como preventivos.
Ahora, “enfermedades emergentes”, para contribuir a la “toma de conciencia” de la importancia que tienen, buscando los recursos necesarios -bastaría con un pequeño porcentaje de los inmensos caudales que se dedican a la seguridad del 20% de la humanidad- y acercando, de paso, como es nuestro deber, a todos nuestros prójimos, próximos o distantes.
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